Escape del Reflector

Sin límites

noticia del accidente llegó como un puñetazo a la vida de la niña. Rose, con los ojos hinchados de tanto llorar, la sostuvo con fuerza mientras intentaba explicarle lo que había pasado. Pero, ¿cómo se le explica a una niña que alguien tan importante en su vida ya no volverá? Las palabras de Rose eran suaves y llenas de cariño, pero la dureza de la verdad rompió algo en el corazón de la niña. El mundo de Gemma se desmoronaba, y el peso de la pérdida la aplastaba sin que ella supiera cómo enfrentarlo.

Mientras tanto, Oliver se encerró en su cuarto, aislado del dolor que consumía a las dos personas que aún quedaban en la casa. No derramaba más lágrimas, pero su mente no podía dejar de pensar en un solo hecho: Lance ya no estaba. Su hermano, el eterno rival que siempre parecía estar un paso adelante, había desaparecido del tablero de juego. La idea no terminaba de asentarse completamente en su mente, pero algo en él comenzó a cambiar. El peso de la culpa luchaba contra una sensación oscura que no podía ignorar: ¿era este el final que siempre había deseado?

De repente, su mente se transportó una vez más a la habitación de los recuerdos. Estaba allí de nuevo, frente a su conciencia en forma de fuego azul. Pero esta vez, la figura no esperó para confrontarlo. Sin piedad, comenzó a gritarle, acusándolo de ser responsable, de haber cruzado una línea de la que ya no había vuelta atrás. La ira y el dolor se reflejaban en la ardiente figura, y sus palabras eran como dagas que atravesaban la mente de Oliver.

—¡Mira lo que has hecho! ¡Lance está muerto por tu obsesión!— rugía el fuego azul, cada palabra encendiendo más las llamas. —Has dejado que tu ambición te consuma, y ahora su sangre está en tus manos. ¡Todo esto es tu culpa!

Oliver, agobiado por el peso de las acusaciones, intentó negarlo. Se llevó las manos a los oídos, queriendo huir de la voz que no le daba tregua. —¡Yo no... no quería esto!— gritó, pero sabía que sus palabras eran vacías. La verdad lo quemaba desde adentro, pero no quería aceptarla.

—¡Sabes exactamente lo que querías!— replicó la figura, acercándose con más intensidad, sus llamas crepitando furiosas. —Has manipulado, has controlado, y ahora te niegas a aceptar la responsabilidad. ¡Eres tan débil como lo temes!

Algo en Oliver se rompió ante esas palabras. El fuego de la acusación no lo quemaba más, sino que alimentaba una rabia profunda que ya no podía contener. Se giró bruscamente hacia la figura, sus ojos brillando con una determinación oscura que nunca antes había sentido.

—¡Yo sé lo que hago!— gritó, su voz resonando con furia. —Nadie me va a detener, ni siquiera tú. Esto es lo que tenía que pasar. Lance siempre estuvo en mi camino, ¡siempre! Y ahora, por fin... ya no está.

El fuego azul se detuvo por un segundo, sorprendido por la respuesta de Oliver. Pero no tardó en arder con más intensidad. —¿De verdad crees que puedes escapar de las consecuencias?— preguntó la figura, casi con tristeza. —Estás jugando con algo que no puedes controlar, Oliver. Y al final, todo esto te consumirá.

Pero Oliver ya no quería escuchar. En su mente, su camino estaba claro, y nada ni nadie iba a detenerlo. Con una última mirada desafiante, dio la espalda a la figura y se alejó, dejando las llamas detrás de él, su resolución más fuerte que nunca.

Oliver, ahora frente a la figura del fuego azul que lo había atormentado durante tanto tiempo, lo miraba sin un atisbo de duda en sus ojos. El miedo que alguna vez sintió, la inseguridad que lo había frenado, ahora eran cenizas en su mente. Sabía lo que quería, sabía lo que debía hacer. Su corona, el símbolo de su poder, su superioridad, estaba más cerca que nunca.

—Ya no te necesito —declaró Oliver con una frialdad escalofriante, sus ojos morados centelleando con una determinación inquebrantable—. No necesito a nadie. Solo necesito lo que siempre ha sido mío... mi corona.

El ser de fuego azul lo observaba, furioso, descontrolado. Durante años, había sido la conciencia que intentaba guiar a Oliver, advertirle de los peligros de sus decisiones, pero ahora todo había cambiado. Oliver ya no era el niño inseguro que luchaba por la aprobación de los demás. Era un joven moldeado por la ambición, por el deseo de estar en la cima, y ya no tenía miedo de lo que pudiera hacer para lograrlo.

Con un rugido ensordecedor, el fuego azul intentó abalanzarse sobre Oliver, lanzando chispas y llamas en todas direcciones, pero esta vez algo fue diferente. No pudo atravesarlo, no pudo tocarlo. El poder que antes lo dominaba ahora estaba frente a alguien que ya no se dejaba controlar.

—¿Eso es todo lo que tienes? —susurró Oliver, sin moverse.

El ser de fuego intentó una vez más atacarlo, pero sus llamas parecían debilitarse con cada intento fallido. Oliver ya no temía. Al contrario, la presencia del ser lo alimentaba, lo fortalecía. Lentamente, con una sonrisa oscura en su rostro, Oliver dio un paso hacia adelante, acercándose al fuego que una vez lo había atormentado.

—Ya no me controlas —dijo con voz firme—. Yo te controlo a ti.

El ser de fuego retrocedió, sus llamas titilando en señal de desesperación. Pero Oliver no se detuvo. Alzó una mano y, con una calma aterradora, absorbió las llamas del ser, envolviéndolas dentro de sí mismo. Las llamas, que alguna vez habían simbolizado la voz de su conciencia, ahora se fundían con él, convirtiéndose en parte de su propio poder.

La figura de fuego intentó resistirse, pero no pudo. Oliver lo absorbió por completo, sintiendo cómo esa energía caótica se integraba en su propio ser. Cuando todo terminó, el fuego había desaparecido, y Oliver quedó solo en la habitación de los recuerdos, más fuerte que nunca.

—Ya no hay nadie que me detenga —susurró para sí mismo, con una sonrisa de satisfacción en su rostro—. Mi corona es mía.

Abrió los ojos en el mundo real, con una sensación de poder inigualable recorriéndole las venas. Ya no tenía dudas. El futuro le pertenecía, y nadie, ni siquiera Lance, muerto o vivo, podría interponerse en su camino.




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