Oliver, con una mirada fría y calculadora, guía a Gemma por los pasillos de un nuevo estudio. Cada paso resuena en el silencio, un eco que refleja la tensión creciente en el ambiente. Gemma lo sigue en silencio, sus pies aún doloridos por los días de trabajo interminable. Aunque estaba acostumbrada a la presión de Oliver, algo en su interior le advertía que este lugar era diferente.
Finalmente, llegan a una sala grande, más oscura que las anteriores, con luces suaves que proyectan sombras largas. Al centro de la sala, había algo que Gemma no esperaba: una jaula de hierro. Era imponente, su estructura recordaba a las jaulas de circo que alguna vez vio de niña.
—Aquí es donde comienza tu verdadero viaje —dijo Oliver, su voz sonando fría, casi mecánica.
La niña, asustada y llena de desesperación, intenta usar su magia para escapar. Sus manos brillan con un suave resplandor, y sus alas se agitan furiosamente mientras canaliza toda su energía hacia los barrotes de la jaula. El metal empieza a vibrar, distorsionándose por la fuerza de su poder. Un destello de esperanza pasa por sus ojos dorados, creyendo que podría liberarse de esta prisión.
Pero justo cuando parece que está a punto de romper los barrotes, Oliver da un paso adelante con calma, extendiendo su mano hacia ella. Sin decir una palabra, coloca un dedo en su frente, y en ese instante, todo el mundo de Gemma se detiene. El resplandor en sus manos se apaga, y sus alas caen pesadamente a su espalda. Su cuerpo se siente pesado, su mente nublada.
—Shh, pequeña Fer —susurra Oliver, su tono suave y controlado—. Esto es por tu bien. Ya no tienes que luchar.
Con una sutil corriente de poder, Oliver penetra en la mente de Gemma. Las imágenes de resistencia y miedo se desvanecen, reemplazadas por una sensación de paz artificial. Su magia se retira, como si nunca hubiera intentado escapar. Los recuerdos de su intento de fuga se disuelven, desvaneciéndose en el vacío, mientras una nueva realidad toma forma en su mente.
—Tú quieres esto —le dice, su voz infiltrándose en cada rincón de su conciencia—. Estás de acuerdo conmigo. Esto es lo que siempre has deseado, ser una estrella, mostrar tus alas al mundo, y yo soy quien te ayudará a lograrlo.
Gemma, con los ojos ahora vacíos, asiente lentamente. La resistencia en su mirada se ha ido, sustituida por una calma inquietante.
—Sí... quiero ser una estrella —responde, su voz monótona, casi robótica.
Oliver sonríe, satisfecho de su trabajo. Había apagado la chispa de rebelión dentro de ella, moldeándola a su voluntad. Ahora, Gemma ya no era una niña con pensamientos propios; era su creación, su herramienta, completamente bajo su control.
—Sabía que lo entenderías —dice Oliver, retirando su dedo de su frente y mirando cómo sus alas se retraen lentamente.
Ahora, con Gemma convencida de su falsa realidad, Oliver ya no tenía nada que temer. Estaba más cerca que nunca de su ansiada corona, y nadie, ni siquiera la niña, podría detenerlo.
Gemma se detiene en seco, sus ojos grandes y dorados clavándose en la jaula con una mezcla de miedo y confusión.
—¿Qué...? ¿Qué es esto? —pregunta, su voz temblando.
Sin responder, Oliver toma su brazo con fuerza y, con un movimiento brusco, la empuja hacia la jaula. Gemma tropieza y cae al suelo dentro de la estructura metálica. Al instante, el instinto de sobrevivir activa sus poderes, y sus alas negras, que siempre había mantenido ocultas, se manifiestan con un aleteo desesperado.
—¡No! —grita, asustada, mientras sus alas se despliegan involuntariamente.
Oliver, parado frente a ella, la mira con una mezcla de triunfo y frialdad.
—Tus alas... —murmura, casi con fascinación—. Este es el espectáculo, Gemma. Eres más que solo una niña especial. Eres mi mayor proyecto, la corona de mi éxito.
Gemma se levanta lentamente, sus alas agitándose a su alrededor, reflejando su agitación interna. Miró a Oliver, tratando de encontrar algún rastro del hermano amoroso que una vez conoció. Pero todo lo que ve es ambición y codicia en su rostro.
—Yo no soy un proyecto... —susurra, su voz rota—. No soy tu trofeo.
—Oh, pero lo eres —responde Oliver, con una sonrisa peligrosa—. Y juntos, alcanzaremos alturas que nadie ha visto. Ya no eres solo Gemma. Eres la estrella de este espectáculo, y yo soy el único que te puede llevar a la cima.
Gemma, con el corazón acelerado, siente que las barras de la jaula se cierran a su alrededor, no solo físicamente, sino también emocionalmente. Oliver había cruzado un límite, y ella no sabía cómo salir de esto.
Las luces del estudio se intensifican, enfocándose en la jaula, y la niña siente cómo su cuerpo responde por instinto, con sus alas extendiéndose aún más. Sabía que Oliver no iba a detenerse, que no tenía intenciones de dejarla ir.
Este era su destino, según él. Pero para Gemma, era solo el principio de una nueva forma de esclavitud, una jaula dorada donde sus alas serían el espectáculo y su libertad, el precio.
Oliver, lleno de una energía oscura y una determinación inquebrantable, empezó a organizar todo con una precisión casi obsesiva. Revisó cada detalle en el estudio, asegurándose de que los preparativos estuvieran perfectos. El gran carro jaula, donde Gemma sería el centro de atención, estaba preparado para ser presentado ante el público.
Se movía por el lugar dando órdenes a los asistentes, quienes sin cuestionarlo seguían sus indicaciones. Nadie sospechaba lo que realmente ocurría tras la fachada de su aparente éxito. Para todos, Oliver era el joven prodigio que había tomado el control de la carrera de la niña más extraordinaria del mundo. Pero detrás de esa imagen estaba el plan retorcido que lo obsesionaba.
El carro jaula estaba en el centro del set, decorado de manera extravagante, como si fuera una atracción en un circo de lujo. Las luces brillaban alrededor, reflejando la grandeza del espectáculo que Oliver estaba por montar. Dentro, Gemma, bajo el control de sus manipulaciones mentales, permanecía en silencio, sumisa. Sus alas estaban ocultas por el momento, pero pronto, Oliver haría que las revelara ante todos, como el gran truco final.