Gemma se encontraba acurrucada en su cama, las mantas no le ofrecían el consuelo que necesitaba. El cansancio físico no era suficiente para que pudiera conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes del espectáculo, las luces cegadoras y la jaula aparecían en su mente, haciéndola temblar. La sensación de estar atrapada, de ser manipulada, la ahogaba.
De repente, escuchó un suave graznido. Se giró hacia la ventana y vio un cuervo posado en el alféizar. Sus plumas negras brillaban bajo la tenue luz de la luna, y sus ojos parecían mirarla con una profundidad que la hizo sentir extrañamente comprendida. Gemma, con lágrimas acumulándose en sus ojos, se levantó de la cama y se acercó lentamente a la ventana.
—¿Tú también estás atrapado? —susurró mientras abría la ventana lo suficiente para que el cuervo la escuchara, aunque no pudiera entrar. El cuervo inclinó la cabeza, como si estuviera escuchando atentamente.
Gemma se dejó llevar por el impulso de hablar, de desahogar el dolor que llevaba en el pecho.
—Me siento tan sola… —dijo con la voz quebrada—. Él me controla, me dice lo que debo hacer, y no puedo escapar. Yo… no quiero seguir aquí, pero no sé cómo huir. No sé cómo liberarme.
El cuervo graznó suavemente, como si intentara decir algo, pero Gemma solo lo miraba con una mezcla de tristeza y esperanza.
—A veces… solo quisiera ser como tú —continuó—. Volar lejos de todo esto, dejar todo atrás. Pero no puedo. Estoy atrapada, enjaulada como si no fuera más que un objeto para exhibir.
Sus alas se desplomaron, reflejando su estado de ánimo. El cuervo permaneció en silencio, pero su mirada seguía fija en ella, ofreciendo una presencia tranquila en medio del caos de sus pensamientos.
—¿Qué harías tú? —preguntó la niña, buscando respuestas en aquel cuervo silencioso. Pero en el fondo, sabía que nadie podía darle las respuestas que necesitaba. Solo ella tenía el poder para decidir si seguiría siendo una marioneta o encontraría el coraje para liberarse.
El cuervo alzó el vuelo, alejándose en la oscuridad de la noche, y Gemma lo siguió con la mirada, preguntándose si algún día ella también podría volar así, libre de todo lo que la retenía.
Gemma, todavía temblorosa, decidió que ya no podía seguir allí sin hacer algo. El cuervo que había visto le había inspirado una idea: debía escapar. Con pasos silenciosos, salió de su habitación, mirando con cautela a su alrededor para asegurarse de que nadie la viera. El pasillo estaba en penumbras, y solo el sonido de sus suaves pisadas llenaba el aire.
Pasó por varios cuartos, sin detenerse demasiado en ninguno de ellos. Sabía que Oliver estaba ocupado o dormido, y no quería arriesgarse a ser descubierta. Llegó a una puerta que siempre había visto cerrada: la del sótano. Esta vez, sin embargo, estaba entreabierta. La curiosidad la invadió, y sintió una extraña atracción hacia lo que podría encontrar allí.
Tomando una bocanada de aire, empujó la puerta y comenzó a bajar las escaleras. El ambiente se volvía más frío y oscuro a medida que descendía. Un leve olor a humedad llenaba el aire. A pesar de que la oscuridad la envolvía, Gemma continuó, con una extraña mezcla de miedo y determinación.
Al llegar al fondo de las escaleras, un pequeño foco iluminaba vagamente el espacio. El sótano era más grande de lo que imaginaba, y estaba lleno de cajas y muebles cubiertos por sábanas. Sin embargo, lo que más llamó su atención fueron las paredes. Estaban cubiertas de fotografías… de Lance. Docenas, quizás cientos, de fotos de su hermano fallecido, algunas de ellas colgadas con clavos, otras simplemente pegadas de manera descuidada. Algunas de las fotos mostraban a Lance sonriente, triunfante, y otras, más viejas, los mostraban juntos cuando eran niños.
El corazón de Gemma se aceleró. El ambiente se volvía cada vez más pesado, como si estuviera invadiendo un espacio prohibido. Se acercó lentamente a las fotografías, sin saber qué pensar. A medida que las observaba, una mezcla de tristeza y confusión la invadió. ¿Por qué Oliver tenía todo esto aquí? ¿Qué significaba?
Entonces, algo llamó su atención al fondo de la habitación. Una mesa estaba cubierta de papeles y notas. Gemma se acercó y vio que eran bocetos y planes para futuros proyectos, todos centrados en ella. Su nombre y rostro estaban por todas partes. Se dio cuenta de que Oliver había estado planeando su futuro como si fuera un mero objeto de su ambición.
Un escalofrío recorrió su espalda. Sabía que este no era un lugar seguro para ella, pero ¿a dónde podía ir? ¿Y qué más escondía Oliver en este lugar? La sensación de claustrofobia aumentaba, y Gemma sintió que tenía que salir de allí, pero algo en el sótano la mantenía anclada, como si la verdad de todo lo que estaba viviendo estuviera frente a sus ojos, esperando ser descubierta.
Entonces noto algo que destacaba, una carta, una carta.
Gemma, con las manos temblorosas, tomó la carta con cuidado. El título de la carta parecía aún más perturbador con cada palabra que se leía. Con la respiración entrecortada, comenzó a leer:
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Querido Lance,
Espero que estés en paz, aunque no estoy seguro de cómo podría estarlo. Me siento aliviado, si soy honesto contigo, porque finalmente obtuve lo que siempre quise. Sabía que nuestra competencia era inevitable, pero no pensé que el camino para alcanzarlo fuera tan directo.
No voy a mentir, la decisión de cortar los frenos de tu auto fue difícil, pero necesaria. Sabía que tenía que hacerlo si quería obtener todo lo que me prometí a mí mismo. El poder, el reconocimiento, todo lo que alguna vez deseé.
Lamento que tu vida haya tenido que terminar de esa manera, pero al mismo tiempo, me alegra que tu muerte me haya dado la oportunidad que necesitaba. Todo lo que he hecho desde entonces ha sido por nuestro éxito, pero especialmente por mi éxito.
No puedo negar que el peso de lo que hice me persigue, pero también me siento en paz al saber que, finalmente, estoy en la cima. Es el precio que se paga por la grandeza. Espero que puedas perdonarme algún día.