Oliver se había vuelto cada vez más implacable con el tiempo. Ahora, todo lo que le importaba era la explotación del poder de Gemma, llevándola de evento en evento, haciendo que su magia fuera el centro de atención. Gemma, agotada y perdida, obedecía sin entender por qué.
Rose, que había sido su confidente y aliada, comenzó a notar lo desgastada que estaba la niña. Una tarde, cuando vio a Gemma temblar de cansancio tras otro ensayo interminable, decidió que ya era suficiente. Se acercó a Oliver en su oficina, decidida a hacerle ver lo que estaba haciendo.
—Oliver, esto tiene que parar —dijo Rose con firmeza—. Estás destruyendo a Gemma. Ya no puede seguir así.
Oliver levantó la vista de los papeles que revisaba, su rostro tensándose en una expresión de puro desprecio.
—¿Qué demonios estás diciendo, Rose? —respondió con frialdad—. No tienes ni idea de lo que estamos logrando aquí. Gemma está bien. Todo esto es por ella.
—¡No está bien! —replicó Rose, su voz subiendo de tono—. Es solo una niña, Oliver. Necesita descansar, necesita una vida normal. Tú la estás empujando al límite, y ni siquiera te das cuenta.
Oliver se levantó bruscamente, sus ojos llenos de ira. Se acercó a Rose, invadiendo su espacio personal.
—¿Vida normal? ¿Descansar? —espetó—. Tú no entiendes nada. Todo esto es por su bien, ¡y por el mío! ¡Gemma es lo que nos hará grandes! ¿O acaso eres tan ingenua que no lo ves?
Rose, sorprendida por el estallido, retrocedió un paso, pero no se dejó intimidar.
—Esto no es por ella, Oliver, es por ti. Estás usando a Gemma para tu propia gloria. Lance jamás habría permitido esto —dijo, sus palabras resonando con fuerza.
Eso fue suficiente para desencadenar la furia de Oliver. Su rostro se tornó oscuro mientras daba un paso más hacia Rose, casi encarándola.
—¡No vuelvas a mencionar a Lance! —gritó, su voz llena de veneno—. No tienes idea de lo que pasó, no tienes derecho a juzgarme. Yo soy quien está a cargo aquí, y tú... tú solo eres una asistente. No te metas en mis asuntos, o te vas a arrepentir.
Rose, herida por las palabras pero aún firme, lo miró por un momento antes de apartarse, dándose cuenta de que Oliver estaba más allá de la razón. Sabía que no podría hacerle cambiar de opinión. Mientras salía de la habitación, con lágrimas en los ojos, no pudo evitar pensar en lo mucho que Oliver había cambiado... y en lo lejos que estaba de ser la persona que alguna vez conoció.
Mientras tanto, Oliver regresó a sus planes, su mente obsesionada con el control que tenía sobre Gemma y su futuro, sin darse cuenta de que su mundo comenzaba a desmoronarse lentamente a su alrededor.
Oliver comenzó a pasearse por la habitación después de la confrontación con Rose. Las palabras resonaban en su mente una y otra vez: "Estás destruyendo a Gemma", "Lance jamás habría permitido esto". Su corazón latía con fuerza, pero su mente estaba en caos, atrapada en un torbellino de pensamientos que no podía controlar. Se dirigió hacia el espejo y se miró, observando su propio reflejo con una mezcla de rabia y desconcierto.
—Esto es por mí... esto es por mí —se repetía, casi como un mantra, intentando convencerse a sí mismo de que todo lo que hacía era lo correcto.
Sin embargo, el eco de sus propias palabras sonaba hueco, y por primera vez en mucho tiempo, sintió una punzada de duda. El control que tanto había anhelado, que había arrebatado sin dudar a Lance y a todos a su alrededor, comenzaba a resquebrajarse. Cada vez que intentaba aferrarse más, sentía como si todo se deslizara entre sus dedos.
Los recuerdos de Lance aparecieron de nuevo en su mente, como fantasmas burlones. Veía su rostro, escuchaba su risa... Y lo peor de todo, escuchaba las palabras de Rose, recordándole lo que había hecho, lo que había perdido.
—¿Qué está pasando...? —murmuró Oliver, llevando una mano a su cabeza, sintiendo que su cordura se desvanecía lentamente.
Comenzó a caminar frenéticamente por la habitación, sus pensamientos desordenados, sin dirección. De repente, las paredes parecían cerrarse sobre él. Sentía que estaba siendo observado, no por Gemma o Rose, sino por la sombra de Lance, que siempre parecía presente, incluso después de muerto.
—No... ¡No puedes volver! —gritó, aunque sabía que no había nadie allí.
Los ojos morados de Oliver brillaban con una intensidad inquietante, y de pronto, se quedó en silencio. Su respiración se tornó errática mientras una sonrisa torcida aparecía en su rostro.
—Nadie va a quitarme lo que he ganado. Nadie —dijo, su voz teñida de locura.
Pero, a pesar de sus palabras, en su interior sentía que la línea entre la realidad y la alucinación comenzaba a difuminarse. Cada paso que daba hacia adelante parecía llevarlo más profundamente hacia un abismo del que no estaba seguro de poder escapar.
Oliver se encontró nuevamente en la habitación de los recuerdos, ese espacio en su mente donde había almacenado todos los momentos que había manipulado a través de su poder. Caminaba entre las imágenes como si fueran fantasmas, flotando ante él como un recordatorio de todo lo que había hecho. Las memorias de Gemma eran las más vívidas, sus lágrimas, su miedo, todo lo que había ocultado bajo una fachada de control. Cada una de esas imágenes lo golpeaba como una ola implacable, haciéndolo tambalear.
En una esquina oscura de la habitación, surgieron las memorias de la gente que había manipulado, personas que habían confiado en él y que él había utilizado sin reparo. Rostros conocidos, pero distantes, vacíos. Su poder los había moldeado a su conveniencia, y en su mente, esas memorias eran trofeos que mostraban su capacidad de dominar.
Pero entonces, algo cambió.
Una imagen que había intentado suprimir apareció delante de él, una que había enterrado en lo más profundo. Era un recuerdo de Lance, una noche en la que su hermano había intentado acercarse a él, disculparse, hacer las paces. Oliver lo había borrado por ira, cegado por los celos y la frustración de vivir a la sombra de Lance. La disculpa de Lance, sus palabras sinceras, lo atravesaron como un cuchillo.