Escape del Reflector

Consuelo perdido

Gemma cuidando del niño, Iván, un pequeño de 4 años que ha encontrado consuelo en ella. A pesar de estar bajo la constante presión de Oliver, Gemma no puede ignorar su instinto protector. Cada vez que Iván se siente asustado o perdido, ella está allí para calmarlo con sus suaves palabras y el refugio de sus alas negras.

Iván, aunque pequeño, se ha convertido en una especie de ancla para Gemma. Le recuerda lo que era antes de estar atrapada en las manos manipuladoras de Oliver: alguien con corazón, alguien que protegía a los demás. Incluso bajo los intensos tratos de Oliver, que la obliga a estar bajo la mirada constante de las cámaras y en medio del espectáculo, Gemma siempre encuentra un momento para cuidar de Iván.

Los días pasan, y cada vez que tienen un descanso entre presentaciones o entrevistas, Gemma busca a Iván, lo lleva a un rincón apartado y juegan, alejados de la atención del mundo exterior. Oliver, por su parte, permite esta relación porque la gente ha comenzado a hablar de la bondad de la niña, convirtiendo a Iván en una especie de accesorio para su imagen pública. Aun así, en su interior, Oliver siente una incomodidad creciente, como si Iván simbolizara una amenaza a su control.

Gemma, aunque cansada, se siente más viva cuando está con Iván. Sabe que su vínculo con el niño es genuino, algo que ni siquiera Oliver puede manipular completamente. Ella comienza a reflexionar sobre lo que significa proteger a alguien y, por primera vez en mucho tiempo, se permite pensar en su propio futuro más allá de las órdenes de Oliver.

Pero esa chispa de esperanza dentro de Gemma es también lo que mantiene en alerta a Oliver. No puede permitir que Gemma se aleje de su control, ni siquiera por Iván. Cada vez que los ve juntos, el fantasma de Lance parece asomarse de nuevo, recordándole a Oliver que, aunque haya tratado de eliminar cualquier rastro de su hermano, algo de él sigue presente en Gemma.

A medida que avanza, Gemma y Iván se acercan más, mientras que Oliver, atrapado en su propio mundo de poder y manipulación, comienza a cuestionar cuánto tiempo podrá mantener su control sobre ella.

Gemma se sentó junto a Iván, en un rincón alejado del bullicio del espectáculo y las luces de las cámaras. El pequeño, con sus ojos verdes llenos de curiosidad, la miraba mientras jugaba con una de las plumas negras de sus alas, que había caído al suelo. Gemma lo observó en silencio por un momento, sintiendo la profunda conexión que había crecido entre ellos. Alzó la mirada hacia el cielo, tomando aire antes de comenzar a hablar, algo que no hacía a menudo sobre su pasado.

—No toda mi vida fue así, ¿sabes? —dijo suavemente, mirando cómo Iván seguía fascinado con la pluma entre sus manos—. Antes de que todo esto sucediera… Antes de las cámaras, antes de Oliver... —Gemma hizo una pausa, pensando en cómo poner en palabras lo que sentía—. Tenía una vida diferente. Era más libre, y... tenía a alguien que cuidaba de mí.

Iván la miró, sus ojos grandes reflejando la ternura con la que Gemma hablaba. Él no entendía del todo, pero sentía que lo que ella decía venía de un lugar profundo, como un secreto que nunca había compartido.

—¿Cómo era? —preguntó el niño, su voz suave y llena de inocencia.

Gemma sonrió con tristeza.

—Era mejor. Tenía a alguien que siempre me hacía sentir segura, como yo quiero que te sientas tú ahora. —Hizo una pausa, recordando la figura protectora de Lance, su calidez, su presencia—. Pero las cosas cambiaron. A veces la gente a la que amas... desaparece. Y otras personas te arrastran a caminos que nunca quisiste recorrer.

Iván frunció el ceño, tratando de entender.

—¿Desaparecen?

—Sí, desaparecen. Y te dejan... aquí, en este lugar que no se siente como un hogar —dijo ella, envolviendo al niño en sus alas para darle una sensación de seguridad—. Pero, por más oscuro que se ponga, siempre hay algo por lo que seguir adelante. Para mí, ese algo ahora eres tú.

Iván la miró, reconfortado por sus palabras, aunque no comprendiera todo lo que implicaban. Gemma sonrió, aunque había tristeza en sus ojos.

—¿Y tú? —preguntó Iván—. ¿Volverás a ser libre?

Gemma se quedó en silencio ante la pregunta, sin saber cómo responder. Miró sus alas, las mismas que antes eran su mayor símbolo de libertad, ahora se sentían como cadenas, una exhibición constante. No sabía si alguna vez volvería a ser libre, pero sabía que tenía que proteger a Iván de esa misma prisión.

—No lo sé —respondió finalmente—. Pero mientras estemos juntos, haré todo lo posible para que tú lo seas.

Ambos se quedaron en silencio, Iván abrazado a Gemma, mientras ella luchaba contra el peso de su realidad. A pesar de todo lo que había pasado, en el fondo, sentía que había algo más por lo que seguir luchando. Pero también sabía que Oliver estaba vigilante, y que su camino hacia la libertad sería más difícil de lo que nunca imaginó.

Gemma tomó una decisión en ese momento, algo que había estado meditando desde hacía tiempo pero que nunca había tenido el valor de hacer: dejar a Oliver. Estar con Iván le recordaba lo que significaba la libertad, lo que significaba cuidar de alguien por su propia voluntad, no porque fuera parte de algún plan elaborado por otra persona. El peso de su situación la estaba ahogando, y sabía que si no actuaba ahora, nunca podría escapar de las garras de Oliver.

Esa noche, mientras las luces del estudio se apagaban y todo el mundo parecía dormido, Gemma se levantó silenciosamente de la cama. Con pasos ligeros, fue a la habitación de Iván y lo despertó suavemente.

—Iván, tenemos que irnos —susurró con urgencia—. Vamos a un lugar donde nadie pueda encontrarnos.

Iván parpadeó somnoliento, sin entender del todo lo que estaba pasando, pero asintió, confiando plenamente en Gemma. Ella lo ayudó a ponerse los zapatos y tomó una pequeña mochila con las pocas cosas que creía necesarias. Miró alrededor de la habitación, temiendo por un instante que Oliver apareciera en cualquier momento.




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