Toda la noche estuvo caminando por el bosque mientras sentía el frío en su piel, cuando caminaba sintió el sonido de algo metálico
La joven, de apenas 14 años, retrocedió instintivamente al ver la trampa. El brillo del metal bajo la luz de la luna era inconfundible, y la serpiente morada atrapada en su interior luchaba por liberarse. Se veía lastimada, su cuerpo retorciéndose en un intento desesperado de escapar. A pesar de todo lo que había pasado, Gemma sintió un profundo impulso de ayudar.
Se acercó lentamente, con cautela, sabiendo que las serpientes podían ser peligrosas, pero algo en esa criatura parecía diferente. Había algo extraño en su color, un morado profundo que no era común. La serpiente la observaba, sus ojos brillantes como si entendiera que la joven podía liberarla.
Gemma se agachó, tomando un palo largo para intentar desactivar la trampa sin lastimarse. Con movimientos cuidadosos, logró abrir el mecanismo lo suficiente como para que la serpiente pudiera deslizarse fuera. Cuando finalmente lo hizo, la serpiente la observó durante unos segundos antes de moverse con lentitud, sin mostrar signos de agresión.
Justo antes de desaparecer entre los arbustos, la serpiente se detuvo y volvió a mirarla, emitiendo un sonido suave, casi como si le estuviera agradeciendo. Gemma se quedó inmóvil, perpleja, mientras la serpiente desaparecía en la oscuridad del bosque.
Aún confundida por el encuentro, continuó su camino, pero una extraña sensación la invadió. Era como si, de alguna manera, ese pequeño acto de bondad pudiera tener repercusiones más grandes de lo que ella imaginaba.
Volvió a su camino pero el sonido de las hojas pisadas resonó
Gemma se giró rápidamente, su corazón latiendo con fuerza al escuchar las hojas crujir bajo los pies de alguien. Pensó lo peor, que Oliver la había encontrado, pero al ver la figura ante ella, su miedo se transformó en sorpresa.
Allí, de pie entre los árboles, estaba un niño pequeño, de no más de cinco años. Su cabello era morado brillante, y sus ojos brillaban con un misterioso resplandor. Pero lo que más le llamó la atención fue la sensación etérea que irradiaba de él, como si no fuera completamente de este mundo. Gemma lo observó detenidamente y entonces lo entendió: ese niño no era un humano normal, era un espíritu, uno puro.
El niño la miró con una expresión tranquila, como si la conociera desde siempre. Con pasos lentos, se acercó a ella y, en su pequeña mano, llevaba un objeto que reconoció inmediatamente: era un pedazo de la trampa de la que había liberado a la serpiente. Fue entonces cuando Gemma lo comprendió.
—¿Eras tú… la serpiente? —preguntó en voz baja, incrédula.
El niño asintió con una pequeña sonrisa en los labios. Aunque no dijo una palabra, Gemma pudo sentir una profunda conexión con él, algo inexplicable pero poderoso. Este espíritu, que antes había sido una serpiente atrapada, ahora se había revelado ante ella en su forma verdadera. Un espíritu puro, sin mezclas humanas como ella.
Aún con miedo, pero sintiendo una extraña paz en su presencia, Gemma se agachó a su nivel, sin apartar la vista de esos ojos brillantes.
—¿Qué haces aquí? —susurró, como si temiera que el bosque entero pudiera escuchar.
El niño no respondió con palabras, pero levantó la mano y tocó suavemente la frente de Gemma. Al instante, una cálida sensación recorrió su cuerpo, y en su mente, comenzaron a aparecer imágenes. Vio visiones del pasado, de espíritus que la observaban, de fuerzas más allá de su comprensión que habían estado velando por ella. Entendió que ese niño-espíritu no era una coincidencia; había venido a ayudarla, a guiarla en este nuevo camino.
Gemma, conmovida, se puso de pie y miró a su alrededor, el bosque ahora le parecía menos aterrador. Con este pequeño espíritu a su lado, sintió que tal vez tendría una oportunidad de escapar del monstruo que era Oliver.
—Te ayudaré —dijo el niño con una voz suave, que sonó como un eco en el aire.
Gemma asintió, y juntos comenzaron a caminar por el bosque, el niño-espíritu liderando el camino, guiándola hacia un destino desconocido, pero que, de alguna manera, se sentía más seguro que cualquier lugar donde había estado antes.
Gemma caminaba junto al niño observando su ropa hecha jirones, claramente un reflejo de las dificultades que había enfrentado. Sus ojos estaban llenos de curiosidad y preocupación por este extraño ser que parecía ofrecerle una luz en medio de la oscuridad.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó, su voz temblando ligeramente.
El niño, con una sonrisa serena, respondió con una voz que parecía fluir como un susurro del viento:
—Me llamo Ryuho.
Gemma asintió, pensando en la extraña coincidencia de haber encontrado a alguien tan amable en su situación desesperada. Luego, sintió la necesidad de comprender más sobre la trampa que había encontrado.
—¿Cómo fue que terminaste atrapado en la trampa? —preguntó con sinceridad.
Ryuho miró al suelo por un momento antes de alzar la vista hacia ella. Su expresión se tornó seria, revelando una tristeza en sus ojos.
—Los humanos cazan y colocan trampas como esta para atrapar a los animales y espíritus que consideran una amenaza o que desean utilizar para sus propios fines —explicó con voz suave—. Yo estaba buscando alimento y me caí en una de esas trampas.
El tono de su voz reflejaba una mezcla de desilusión y resignación. Gemma sintió un nudo en el estómago al comprender el sufrimiento que los seres como Ryuho debían soportar debido a la crueldad de algunos humanos.
—No entiendo cómo pueden hacer algo así —murmuró, con los ojos llenos de tristeza—. ¿No hay forma de que podamos detener esto?
Ryuho la miró con una expresión alentadora, como si su pregunta no fuera en vano.
—La humanidad tiene la capacidad de hacer mucho bien, pero también hay quienes eligen el camino de la destrucción y el egoísmo. Lo importante es que tú estás buscando un cambio. A veces, pequeños actos de bondad pueden generar grandes transformaciones.