Escape del Reflector

La pesca

El sol de la mañana se reflejaba en el agua del río, iluminando el claro donde Gemma y los niños habían llegado tras caminar por el bosque. Las suaves ondas del río se movían lentamente, como si invitaran a los visitantes a acercarse. Los árboles alrededor susurraban al compás del viento, mientras las aves se mecían en las ramas más altas.

Hiroshi, con su andar despreocupado, se tumbó a la sombra de un árbol cercano, mirando el agua con un aire de desagrado. A pesar de que su cuerpo parecía relajado, Gemma notó cómo fruncía el ceño cada vez que el río brillaba al reflejar la luz.

—Ah, por fin llegamos —suspiró Hiroshi—. No hay nada como descansar junto al agua.

Diaval, en su forma de cuervo, revoloteó alrededor de Hiroshi antes de posarse en una rama baja, riendo entre dientes.

—¿Descansar? Pensé que los espíritus de agua vivían para este tipo de cosas. —Diaval bajó su mirada burlona hacia Hiroshi—. ¿O me dirás que también odias el agua?

Gemma, agachada junto a la orilla, acariciaba el agua con la punta de sus dedos, sintiendo el frío en su piel mientras observaba a los niños. Ryuho se mantenía a una distancia prudente, sentado sobre una roca cercana con los brazos cruzados, observando el paisaje, siempre serio y vigilante.

Hiroshi se estiró perezosamente y luego, para sorpresa de todos, dijo:

—No es el agua lo que me molesta… son los peces. Prefiero que alguien más los atrape. No soporto verlos retorciéndose. Es desagradable.

Un silencio desconcertado se extendió entre el grupo.

Diaval, quien ya había empezado a prepararse para pescar, detuvo su vuelo de repente y giró su cabeza en dirección a Hiroshi, sus ojos abiertos de par en par por la incredulidad.

—¿Qué? —preguntó Diaval, claramente tratando de contener la risa—. ¿Acabas de decir que te desagradan los peces? Pero tú eres un cocodrilo, básicamente. Un espíritu de agua. ¡Eso es lo que hacen los cocodrilos! Pescan.

—Es un hecho básico de la vida —intervino Ryuho desde su lugar, mirándolo con seriedad—. Los peces son parte del ciclo natural.

Hiroshi se encogió de hombros, ignorando las miradas de los otros niños.

—Eso no significa que me guste hacerlo. Prefiero comer otra cosa, o que alguien más haga el trabajo sucio —murmuró, mientras se acomodaba aún más bajo la sombra del árbol.

Gemma no pudo evitar reír suavemente, cubriéndose la boca con la mano.

—Es curioso que, siendo un espíritu de agua, te desagrade tanto lo que vive en el agua, Hiroshi. Pensé que disfrutarías de nadar y pescar más que nadie aquí.

—Me encanta nadar, eso sí —respondió Hiroshi, sonriendo—. Pero eso de morder peces y sentirlos retorcerse en mis fauces... no, gracias. Que Diaval lo haga, él parece disfrutarlo más.

Diaval dejó escapar una carcajada, volviendo a su forma humana con una voltereta ágil.

—¡Por supuesto que lo disfruto! Es mi momento para brillar, como siempre. —Se pavoneó, fingiendo orgullo, mientras desplegaba un par de alas negras en su espalda, dándole un aspecto aún más imponente—. Déjenme a mí la pesca. Aunque, Hiroshi, jamás pensé que fueras tan... delicado.

Ryuho resopló, claramente divertido, aunque sin romper su actitud seria.

—Es irónico, viniendo de alguien que se la pasa durmiendo. Creí que a los espíritus de agua les gustaba el equilibrio y la vida en el agua. Pero veo que eres la excepción.

Hiroshi simplemente volvió a encogerse de hombros, cerrando los ojos como si no le importara lo más mínimo la conversación.

Gemma observaba todo esto con una mezcla de diversión y curiosidad. Estos niños, aunque tan distintos entre sí, parecían tener una conexión profunda que se manifestaba en pequeñas bromas y comentarios que sólo ellos entendían. Y aunque a veces se molestaban entre sí, esa unión los hacía aún más únicos.

Mientras Diaval se preparaba para lanzarse al río a pescar y Ryuho se mantenía vigilante, Gemma reflexionaba sobre lo que acababa de aprender. Los espíritus, con todos sus poderes y vínculos con la naturaleza, también tenían sus particularidades. Eran, en muchos sentidos, como cualquier otro ser que hubiera conocido. Con gustos, disgustos, y rarezas que los hacían tan reales y humanos como cualquier persona.

El día en el río avanzaba lentamente, y mientras Hiroshi seguía descansando y Diaval se lanzaba al agua con entusiasmo, Gemma no pudo evitar preguntarse qué más secretos guardaban estos niños y el bosque que los rodeaba.

Diaval se lanzó al agua con agilidad, confiado en su destreza para pescar. Sus alas negras brillaban bajo la luz del sol antes de plegarse, y con un rápido movimiento, se sumergió en el río. Todo parecía ir según lo planeado hasta que, de repente, un fuerte mordisco lo hizo retroceder, transformándose de inmediato en su forma humana. Salió del agua con una expresión de dolor, llevando una mano a su pierna.

—¡Ay! ¿Pero qué demonios...? —gritó, furioso, mientras cojeaba hacia la orilla.

Gemma y los demás miraron con asombro cómo Diaval se sujetaba la pierna, y en cuestión de segundos, una pequeña piraña saltó fuera del agua, mostrando sus afilados dientes. Parecía burlarse de Diaval, que estaba claramente irritado por la mordida.

—¡¿Una piraña?! —gritó Diaval—. ¡¿Cómo es que hay pirañas aquí?!

Hiroshi, sin inmutarse, abrió un ojo mientras seguía descansando bajo el árbol. Suspiró con una expresión perezosa y sin mucho interés.

—Es normal, Diaval. Este río está lleno de ellas. Pensé que lo sabías.

Diaval se volteó hacia Hiroshi con el ceño fruncido, claramente molesto.

—¡¿Normal?! ¡Una cosa es saber que hay peces, pero no esperaba que me mordiera una piraña!

Antes de que Diaval pudiera continuar con su queja, la piraña comenzó a brillar con un suave resplandor. En cuestión de segundos, la criatura dejó de ser un pez y empezó a transformarse en un niño. Su cabello gris oscuro caía en mechones desordenados, con tonos rojizos en las puntas que recordaban al color de la piel de la piraña. Su mirada traviesa estaba fija en Diaval mientras se frotaba los ojos con pereza.




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