Oliver regresó a su casa, exhausto pero satisfecho. Las últimas semanas habían sido una vorágine de negociaciones y manipulaciones, en las que se había asegurado de eliminar a dos competidores que amenazaban con arrebatarle su posición en el mundo del entretenimiento. Cada uno de estos rivales había sido eliminado con precisión quirúrgica, y aunque esto le había asegurado su estatus, el peso de sus acciones y el esfuerzo que había puesto en mantener su posición le habían dejado una sensación de vacío.
Al entrar a su lujosa casa, Oliver se quitó el abrigo y dejó sus llaves en la mesa de entrada. Sus pasos resonaban en los pasillos vacíos mientras se dirigía a su oficina, donde esperaba poder relajarse y revisar los últimos informes de sus proyectos. Pero a medida que se sentaba en su escritorio, algo en su mente seguía girando en torno a un tema que no podía ignorar.
Gemma. Aunque había estado centrado en consolidar su poder y controlar cada aspecto de su vida, el pensamiento de ella seguía perturbándole. La imagen de su rostro, la forma en que había huido, y los recuerdos de su tiempo juntos le atormentaban. A pesar de todos sus esfuerzos por bloquear esos recuerdos, seguían volviendo, cada vez más persistentes.
Se reclinó en su silla, mirando el reloj en la pared mientras la luz de la tarde se desvanecía en el horizonte. Sus pensamientos se dirigían al último enfrentamiento que había tenido con Rose, y cómo, a pesar de su furia, había terminado sintiendo un vacío más profundo cuando se quedó solo. Rose, a pesar de todo, había sido una de las pocas personas que se había preocupado por él, pero en su obsesión por mantener su estatus, la había perdido también.
Oliver se levantó y caminó hacia la ventana de su oficina, mirando hacia la ciudad que se extendía ante él. Las luces comenzaban a encenderse, y la vista de la metrópoli le recordaba la distancia que había puesto entre sí mismo y su pasado. Sus ojos se detuvieron en un punto distante, como si esperara ver a Gemma allí, esperando que volviera a ella.
—No puedo dejar que esto me afecte —murmuró para sí mismo, tratando de convencerse. —Ella ya no tiene lugar en mi vida. Debo concentrarme en lo que tengo.
Sin embargo, a pesar de sus intentos de restarle importancia, Oliver sabía que la inquietud en su interior no desaparecería fácilmente. Cada pensamiento sobre Gemma se entrelazaba con la imagen de lo que había perdido y lo que había sacrificado para llegar a donde estaba. Mientras se giraba para regresar a su escritorio, no pudo evitar preguntarse si, al final, el precio que había pagado por su éxito había sido demasiado alto.
Se sumergió en los papeles frente a él, tratando de ahogar sus pensamientos en trabajo, pero las dudas persistían. A pesar de su aparente victoria y el control que había establecido, no podía escapar de la verdad: Gemma seguía siendo una sombra en su mente, una sombra que parecía crecer con cada día que pasaba.
El poder de Oliver empezaba a mostrar signos de distorsión. A medida que acumulaba éxito y control, algo en su magia, una vez sólida y confiable, comenzaba a desmoronarse. Las paredes de su oficina, de por sí imponentes y firmes, parecían deformarse a su alrededor, como si el poder que sostenía su vida empezara a flaquear. Cada hechizo y manipulación que antes realizaba con facilidad ahora se sentía como si estuviera luchando contra un mar en agitación.
En sus momentos de calma, cuando las luces se atenuaban y la ciudad se sumía en un tranquilo crepúsculo, Oliver recordaba las palabras del ser de fuego. Hace años, cuando su ambición le llevó a hacer un trato que parecía la clave para su ascenso, había sido advertido: el equilibrio en su magia era esencial. El poder que había adquirido no era una posesión gratuita; requería algo para mantener su estabilidad.
“Necesitas de Gemma,” había dicho el ser de fuego, con una voz que resonaba en las profundidades de la oscuridad. “Ella es la fuente que equilibrará tu magia expansiva. Sin ella, tu poder se tornará inestable, una carga que no podrás controlar.”
Oliver había ignorado el consejo en su afán de control y dominación, considerando que podía manejar todo por sí mismo. Pero ahora, con el poder que una vez parecía inagotable, comenzaba a volverse errático y difícil de manejar. Cada intento de consolidar su influencia o manipular a aquellos a su alrededor parecía drenarlo en lugar de fortalecerlo. Su magia, que había sido su mayor ventaja, se estaba convirtiendo en una fuente de creciente ansiedad.
En sus noches solitarias, cuando los ecos de su poder distorsionado se manifestaban en sombras y susurros, Oliver se daba cuenta de que su magia expansiva, aquella que había ganado con tanto esfuerzo, requería el equilibrio que solo Gemma podía proporcionar. Ella no solo había sido una fuente de energía, sino un componente esencial para mantener la estabilidad de su poder. Sin ella, su magia estaba comenzando a consumirlo, dejándolo en un estado de creciente desesperación.
Cada vez que el poder de su magia se desbordaba, una voz en su mente le recordaba la verdad que había intentado enterrar. Necesitaba de Gemma no solo para su éxito, sino para mantener el equilibrio de su propia existencia. Sin ella, su ascenso estaba amenazado, y la distorsión que estaba experimentando era un recordatorio doloroso de lo que había perdido al tratar de controlarlo todo.
El deseo de recuperar su estabilidad se mezclaba con su obsesión por el poder. Mientras la ciudad continuaba con su vida, ajena a los conflictos internos de su líder, Oliver se sumía cada vez más en una batalla interna, enfrentando las consecuencias de un equilibrio perdido que había sido la piedra angular de su poder. La búsqueda de Gemma, una vez vista como una simple necesidad, se había convertido en una urgencia desesperada para restaurar el equilibrio y asegurar su futuro.
Oliver, ahora consumido por una desesperación que superaba su ambición, extendió su búsqueda por todo el país. Su obsesión por encontrar a Gemma lo llevó a explorar cada rincón, desde las ciudades bulliciosas hasta los rincones más remotos del país.