En el bosque, Gemma caminaba con determinación, acompañada de Ryuho, quien la guiaba hacia un lugar donde sabía que crecería una fruta rara. Los rayos del sol se filtraban a través de las copas de los árboles, creando un juego de luces y sombras en el suelo. Gemma, con su vestido de lino sencillo, se movía con una agilidad que solo los años de vida en el bosque podrían haberle dado. Ryuho, como siempre, se mantenía cerca, observando y ayudando a encontrar los frutos que necesitaban.
De repente, un agitado Diaval apareció entre los arbustos, sus ojos brillaban con una mezcla de preocupación y prisa. Se posó en una rama cercana y, transformándose en su forma humana, se dirigió a Gemma con urgencia.
—¡Gemma, necesitamos irnos ya! —exclamó Diaval, su voz temblando con alarma—. Hay demasiados humanos acercándose. Los he visto desde el cielo, y parecen estar organizados. ¡No podemos quedarnos aquí!
Gemma, sorprendida, dejó de recoger frutas y miró a Diaval con preocupación. La tranquilidad del bosque se veía amenazada por la inminente presencia de cazadores humanos. La idea de ser descubiertos no solo ponía en peligro su seguridad, sino también la de los niños que estaban en su refugio.
—¿Cuántos hay? —preguntó Gemma, su voz era serena pero cargada de urgencia.
—No estoy seguro del número exacto, pero son suficientes como para preocuparnos. —Diaval se acercó, su rostro reflejaba una mezcla de ansiedad y determinación—. Tienen trampas y equipos de rastreo. Es mejor que nos movamos rápido.
Ryuho se acercó, su mirada se tornó seria y concentrada. Aunque era un espíritu de tierra, entendía la gravedad de la situación. Gemma asintió con firmeza y rápidamente comenzó a recoger las frutas que había encontrado, asegurándose de que nada quedara atrás. No podían arriesgarse a dejar rastros que pudieran atraer a los humanos hacia su escondite.
—Vamos a regresar a la casa del árbol —dijo Gemma mientras se dirigía hacia el camino de vuelta, con Ryuho a su lado y Diaval volando arriba para vigilar. El bosque, que había sido su hogar seguro durante tanto tiempo, ahora se sentía como una trampa que se cerraba lentamente.
Con cada paso que daban hacia el refugio, el sonido de la naturaleza parecía intensificarse, mezclándose con el creciente eco de los cazadores humanos que se acercaban. Gemma sentía la presión de proteger a los niños y a sus amigos, su mente calculando las posibles rutas de escape y los lugares seguros donde podrían esconderse.
A medida que se acercaban a su hogar, la sensación de urgencia se hacía más palpable. Gemma sabía que debían actuar con rapidez para evitar ser detectados y para asegurar la seguridad de todos en el bosque.
Gemma y los niños llegaron a la casa del árbol con el corazón acelerado, el temor en sus miradas reflejaba la urgencia de la situación. Diaval se posó en su nido, Ryuho se acomodó en su perchero, Hiroshi se sumergió en su estanque, y Netter se deslizó a su pecera. Gemma les dio una rápida instrucción para que se mantuvieran ocultos y tranquilos mientras ella salía para investigar la amenaza.
El bosque parecía mucho más denso y amenazador en la oscuridad que comenzaba a caer. Gemma avanzó con cautela, moviéndose entre los árboles y usando sus habilidades para camuflarse en el entorno. Su corazón latía con fuerza mientras su mente se llenaba de preguntas y temores sobre lo que podría encontrar.
A medida que se adentraba en el bosque, los murmullos de los cazadores se desvanecían lentamente, pero la sensación de peligro seguía presente. Entonces, una figura conocida emergió de las sombras: Oliver. Su presencia era imponente y su mirada cargada de una determinación inquietante.
Gemma se detuvo en seco al verlo, sintiendo un torbellino de emociones encontradas. El rostro de Oliver estaba marcado por una mezcla de obsesión y desesperación. Su ropa elegante estaba algo desarreglada, y su postura mostraba una tensión que parecía inhumana.
—Gemma —dijo Oliver, su voz llena de una mezcla de furia y aliento pesado—. Sabía que eventualmente te encontraría.
Gemma retrocedió instintivamente, su mente corriendo a toda velocidad para encontrar una forma de manejar la situación. Su preocupación por los niños la impulsaba a mantener la calma, pero el miedo a lo que Oliver podría hacer si la descubría.
—Oliver, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Gemma con firmeza, tratando de mantener su voz estable. Sabía que enfrentarse a él requeriría toda su concentración y control.
Oliver avanzó hacia ella, su expresión era una mezcla de furia y una desesperada necesidad de tener control. Sus ojos estaban inyectados de una intensidad que parecía atravesar la oscuridad del bosque.
—No tienes idea de lo que has causado —dijo Oliver, su voz temblando—. Todo esto... la obsesión... el caos... lo he perdido todo por tu culpa.
Gemma se dio cuenta de que Oliver no estaba simplemente buscando venganza; su obsesión lo había llevado al borde de la locura. Cada palabra que pronunciaba estaba cargada de una intensidad que la hacía sentir como si estuviera atrapada en una tormenta emocional.
—No puedes seguir así —dijo Gemma, tratando de razonar con él—. Esto no es lo que querías. Hay maneras de arreglar esto sin causar más daño.
Oliver soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza en un gesto de frustración. Sus ojos se movieron inquietos, buscando en el entorno, como si esperara que algo más emergiera de las sombras.
—No puedo... no puedo parar ahora —dijo Oliver, su voz quebrada por la desesperación—. Todo lo que he hecho... todo lo que he sacrificado... no puede ser en vano.
Mientras la confrontación se intensificaba, Gemma sabía que tenía que actuar con rapidez. Oliver estaba cerca de perder el control por completo, y si no encontraba una manera de calmar la situación, todo podría desmoronarse.
Con una determinación renovada, Gemma dio un paso adelante, tratando de hablar con la mayor calma posible. Su mente buscaba una solución que pudiera salvar a los niños y a ella misma de la creciente locura que Oliver traía consigo.