Escape del Reflector

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Hiroshi logró encontrar una pequeña palanca oculta que, con esfuerzo, levantó para abrir la jaula. Gemma cayó al suelo, débil, pero libre. Con lágrimas en los ojos, Hiroshi la ayudó a levantarse, su pequeño cuerpo temblaba por el miedo y la adrenalina. Sabía que no tenían mucho tiempo.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Hiroshi con urgencia, mirando a Gemma.

Gemma asintió, todavía demasiado débil para hablar. Ambos subieron apresuradamente por las escaleras, el sonido de sus pasos resonando en el vacío de la casa. Al llegar a la sala principal, Hiroshi detuvo sus pasos abruptamente. Lo que vio lo dejó paralizado.

Ryuho, Natter y Diaval estaban tirados en el suelo, inconscientes o apenas respirando. Sus cuerpos mostraban las marcas del poder de Oliver, y una energía oscura parecía flotar sobre ellos. El miedo y la furia mezclados en la mirada de Oliver se reflejaban en su rostro deformado por la locura.

—¡No te acerques! —gritó Oliver, dirigiendo su mirada furiosa hacia Gemma.

Gemma, tambaleándose, quiso correr hacia los niños, pero Oliver movió su mano rápidamente, lanzando un rayo de energía que la golpeó de lleno en el pecho. Gemma cayó al suelo, jadeando de dolor, mientras su cuerpo convulsionaba por el impacto. Hiroshi, paralizado por el horror, no podía creer lo que estaba viendo.

—¿De verdad creías que podrías escapar de mí, Gemma? —dijo Oliver, su voz llena de ira y desesperación—. Eres mía. Siempre lo serás.

Hiroshi intentó moverse, pero estaba petrificado por el miedo. Oliver comenzó a acercarse lentamente a Gemma, preparando otro ataque. La desesperación se apoderó de Hiroshi mientras miraba a Gemma en el suelo, luchando por levantarse.

Gemma, aún debilitada, intentó levantar una mano para protegerse, pero Oliver era demasiado rápido. Otro rayo de energía voló hacia ella, impactando su ala derecha, haciéndola gritar de dolor.

—¡No! —gritó Hiroshi, finalmente rompiendo su parálisis, corriendo hacia Gemma para tratar de ayudarla, pero el terror lo detenía a cada paso.

Gemma, con la mirada agotada, volteó hacia Hiroshi, susurrando:

—Corre…—

Oliver soltó una carcajada seca al ver el intento desesperado de Hiroshi por ayudar a Gemma.

—¿De verdad crees que puedes hacer algo, niño? —se burló Oliver, con una sonrisa maliciosa pintada en su rostro—. Eres igual de inútil que los demás.

Hiroshi, temblando de furia, apretó los puños mientras veía a Gemma herida en el suelo. Algo dentro de él comenzaba a hervir. Ya no era solo miedo, ya no era solo impotencia. La rabia se acumulaba, y el deseo de protegerla lo inundaba completamente.

—No… no dejaré que te lastime más… —susurró Hiroshi, apenas audiblemente.

De repente, una extraña aura comenzó a manifestarse a su alrededor. Era como si el agua misma, de la que provenía su poder, empezara a rodearlo, burbujeando y vibrando en el aire. La energía era palpable, haciendo que la temperatura del ambiente bajara de golpe. Hiroshi ya no era el niño asustado de antes.

Oliver, aún con su sonrisa despectiva, frunció el ceño ligeramente. Algo no estaba bien.

—¿Qué demonios…?

Diaval, que hasta ese momento estaba apenas consciente, alzó la cabeza y miró a Hiroshi con los ojos entreabiertos. Al ver la energía que comenzaba a rodear al pequeño espíritu del agua, soltó un suspiro pesado.

—Ya valió… —murmuró con su característico sarcasmo, reconociendo que algo importante estaba a punto de suceder.

Hiroshi, con su aura en pleno auge, comenzó a avanzar hacia Oliver, quien retrocedió instintivamente, desconcertado por la creciente fuerza que emanaba del niño.

—¡No voy a dejar que te la lleves! —gritó Hiroshi, y el agua en el ambiente pareció responder a su llamado, comenzando a acumularse a su alrededor como una poderosa corriente lista para desatarse.

Oliver, por primera vez en mucho tiempo, sintió una pizca de duda. La situación estaba fuera de control.

Hiroshi, con los ojos encendidos de furia, ya no podía contener el torrente de poder que brotaba de su interior. El agua a su alrededor se agitaba en remolinos caóticos, girando a gran velocidad. Los charcos del suelo comenzaron a elevarse como si la gravedad misma no existiera, formando esferas de agua flotante que rodeaban al pequeño espíritu.

Natter, todavía recuperándose del ataque anterior, se incorporó con dificultad, apoyándose contra la pared. Su mirada se cruzó con la de Oliver, y aunque estaba claramente adolorido, dejó escapar una risa burlona, entre jadeos.

—Regla número uno en mi lago... —dijo Natter, su voz entrecortada pero llena de desprecio—. Nunca hagas enojar a Hiroshi.

Oliver, visiblemente irritado, chasqueó la lengua, tratando de mantener el control de la situación. Sin embargo, las palabras de Natter lo hicieron dudar. Giró rápidamente la cabeza hacia Hiroshi, cuyas aguas ahora habían comenzado a formar un río en miniatura que lo rodeaba, como si la naturaleza misma respondiera a su rabia.

—¡Basta ya, niño! —exclamó Oliver, lanzando un rayo de energía en dirección a Hiroshi.

Pero fue inútil. La corriente de agua interceptó el ataque y lo disolvió antes de que pudiera alcanzarlo. El poder de Hiroshi había llegado a un punto crítico, y Oliver lo sabía.

—Te lo advertí… —Natter añadió con una sonrisa torcida, disfrutando el pequeño momento de revancha—. Nunca subestimes lo que puede hacer la furia del agua cuando alguien cruza la línea.

Diaval, aún tambaleante, logró ponerse de pie. Con su habitual actitud sarcástica, miró la escena con una mezcla de diversión y resignación.

—¿Sabes, Oliver? —dijo Diaval mientras sacudía las plumas sueltas de su chaqueta—. Creo que cometiste un error monumental esta vez.

Oliver frunció el ceño, su frustración creciendo al ver cómo Hiroshi, envuelto en su propio poder, se preparaba para desatar lo que parecía una tormenta imparable.

Hiroshi dio un paso al frente, sus ojos clavados en Oliver.




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