Escape del Reflector

El fondo

Oliver estaba sentado en una habitación blanca y estéril del hospital psiquiátrico. Las luces eran intensas, casi cegadoras, y el ambiente olía a desinfectante. Frente a él, el doctor lo observaba con una expresión de preocupación contenida, su libreta en mano, tomando notas cada vez que Oliver hablaba. Pero en la mente del joven, las palabras se mezclaban con imágenes confusas y voces que ya no podía acallar.

—¿Entonces me está diciendo que todos esos niños son... espíritus? —preguntó el doctor, con el tono profesional que empleaba para no alimentar las fantasías de sus pacientes.

Oliver no lo miró. Su mirada estaba perdida, enfocada en un punto inexistente en la pared blanca, como si estuviera reviviendo los momentos más traumáticos de su vida. Su respiración era pesada, y su voz, cuando finalmente habló, salió entrecortada.

—No lo entiendes... no entiendes nada —murmuró, frotándose las sienes con las manos—. Gemma... ellos... me la quitaron. Eran solo unos niños, pero no... no eran normales. Nada de esto es normal.

El doctor anotó algo más en su libreta, su rostro imperturbable.

—Oliver, hemos hablado de esto antes. Es posible que tu mente haya creado una narrativa para procesar el trauma. No hay espíritus ni poderes mágicos. Gemma era una niña con problemas... y tú también lo estás, pero estamos aquí para ayudarte.

Oliver sacudió la cabeza, desesperado.

—¡No! —gritó, golpeando la mesa con los puños—. No entiendes. ¡Era real! Todo fue real. Gemma es especial, lo sabía desde el principio, por eso... por eso intenté controlarla, mantenerla cerca. Pero al final, ella se fue, se llevó todo lo que me quedaba.

El doctor mantuvo su compostura, aunque claramente estaba más preocupado por la explosión de ira.

—Y tu hermano... —empezó el doctor, tratando de redirigir la conversación a un terreno más concreto—, ¿qué hay de él? Has hablado muy poco sobre lo que le sucedió.

Oliver se detuvo por un momento, su mirada endureciéndose.

—Él... —hizo una pausa, la rabia burbujeando en su interior—, él nunca entendió. Siempre fue el favorito, siempre tuvo lo que yo no podía conseguir. Pero ahora... ahora todo ha cambiado. Yo era el que tenía el control, el que tenía el poder.

El doctor observó en silencio mientras Oliver se reclinaba en su silla, agotado por la intensidad de sus propias palabras. El hombre mayor suspiró, sintiendo que cualquier intento de razonar con Oliver sobre la realidad se desvanecía con cada sesión. Su obsesión por Gemma y el poder que afirmaba haber tenido lo estaba consumiendo.

—Oliver —empezó el doctor en un tono más suave—, creo que necesitamos seguir trabajando en este aspecto. Este control que mencionas, estas ideas de poder, no te están ayudando a avanzar. Para poder mejorar, tienes que aceptar lo que realmente ocurrió.

Pero Oliver no lo escuchaba. En su mente, las imágenes de Gemma, de los espíritus y del bosque seguían repitiéndose una y otra vez, como una película que no podía detener. La rabia, el resentimiento, y la pérdida lo devoraban por dentro, haciendo que cada día fuera una lucha por mantener la cordura.

—Ella me lo arrebató todo... —murmuró de nuevo, más para sí mismo que para el doctor—. Pero la encontraré. No importa cuánto tiempo pase. La encontraré.

El doctor lo observó en silencio, tomando nota, pero en su mente, la situación de Oliver parecía volverse más desesperada.

Oliver fue escoltado por dos enfermeros de vuelta a su habitación. Sus pasos resonaban en los pasillos del hospital, mientras su mirada seguía perdida, fija en algún punto imaginario. Al abrirse la puerta de su habitación, el caos que había causado durante los días anteriores era evidente. La habitación, pequeña y originalmente ordenada, estaba hecha un desastre, reflejando el tormento interno que vivía.

Las sábanas de la cama estaban deshechas, tiradas por el suelo, mientras que el colchón estaba volcado de un lado, como si Oliver lo hubiera arrojado en un arranque de furia. En la pared, había marcas de arañazos, huellas de puños y rasguños donde había descargado su frustración. Varios objetos estaban esparcidos por el suelo: libros rotos, papeles arrugados, fotografías desgarradas. Entre ellas, imágenes de su hermano, de Lance, y fotos borrosas de Gemma, que había conseguido de alguna manera durante su obsesiva búsqueda.

Sobre la mesa, varios dibujos inacabados y frenéticos mostraban figuras que representaban a Gemma con sus alas, rodeada de sombras que parecían ser él mismo, tratando de alcanzarla. La tinta estaba corrida, como si hubiera estado trabajando en ellos en medio de un ataque de desesperación.

Las luces parpadeaban levemente, y el ambiente en la habitación era opresivo, cargado de la energía perturbadora que Oliver había dejado en cada rincón. Los enfermeros intercambiaron miradas, incómodos, pero lo dejaron solo, cerrando la puerta con un leve "clic" detrás de ellos.

Oliver se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra una de las paredes manchadas. Su respiración era agitada, y su mirada recorría el caos que había creado, sin realmente verlo. En su mente, las imágenes de Gemma y los niños seguían repitiéndose, mezcladas con la culpa y el odio que sentía por haber perdido el control sobre ella.

—Todo esto... —susurró para sí mismo, mientras su mano temblorosa recogía una de las fotografías desgarradas de Gemma—. Todo fue por ella.

La habitación, con su desorden y destrucción, era el reflejo perfecto del estado mental de Oliver. Un caos sin orden, sin sentido, donde su obsesión por Gemma y el poder que creía necesitar lo estaba consumiendo por completo.

Oliver, sentado en el frío suelo de su destrozada habitación, miraba la fotografía rasgada de Gemma en sus manos. Su respiración se aceleraba, y de pronto, el peso de todo lo que había hecho comenzó a aplastarlo. Los recuerdos lo golpearon como una marea incontrolable: Lance, su hermano, a quien había matado en un arranque de celos y desesperación; Rose, que había huido, incapaz de soportar la oscuridad que lo consumía; y Gemma, su obsesión, la fuente de su poder y su perdición, ahora perdida para siempre.




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