Llegué al internado cerca de las tres, quería retrasar todo lo posible lo que sucedería en algunas horas: conocer a nuevas personas que, muy probablemente, también me rechazarían.
La vida en Francia fuera del internado, era muy diferente de todo lo que había visto antes: más ajetreo, y mucha más diversión que la que conocía; pero en mi mundo, todo seguía igual: continuaba viviendo en el internado, sin familia; me excluía de la sociedad, el instituto era un desastre, y el corazón seguía sin despertar.