Escarlata Rebelde

2. Diana

Nunca había paseado por el Barrio de los Almacenes y la verdad es que es tan diferente al de los templos que me sorprende que estemos en la misma ciudad. Este lugar es un laberinto de calles y plazas flanqueadas por enormes depósitos, talleres y mercados. Las fachadas varían según la importancia de los negocios que albergan, o eso supongo, ya que por el camino me he encontrado desde edificios austeros de ladrillo desnudo y apenas un letrero identificador, hasta almacenes con grandes emblemas metálicos o pintados a mano, mostrando con orgullo el nombre de sus propietarios y la mercancía que guardan en su interior. No tiene nada que ver con los espacios abiertos y ajardinados donde está el orfanato.

Recuerdo que cuando me llevaron allí, me sorprendió pensar que de verdad estábamos dentro de una de las ciudades más grandes de Sendaria. Tal vez que el Orfanato Luz Divina esté en los jardines colindantes al templo de Pelor, le confiere esa sensación de protección y aislamiento del resto de la ciudad que siempre me ha gustado. Supongo que por eso nunca salgo de allí.

O salía…porque aquí estoy, de pie delante de este antro. ¿Qué hago aquí? ¿De verdad voy a hacer esto? Ayer cuando pensaba en ello, no parecía tan mala idea. Ya va siendo hora de que abandone el orfanato y salga al mundo. En los últimos años he trabajado muy duro para poder ser útil allí. ¡Hasta he aprendido a luchar! Sigdoc, el bedel, le pidió a su sobrino que me enseñase, ya que nunca está de más mejorar la seguridad de los niños y hacer que se sientan más reconfortados. Recuerdo que, cuando me llevaron allí, siempre tenía miedo. Me hubiese gustado que alguien se preocupara por mí así. Y por eso estoy aquí, delante de esta peculiar taberna, que desentona completamente entre tanto almacén. El dinero le vendrá bien al orfanato. Es mi deber hacer algo más por ellos.

Allá vamos.

Empujo la puerta y lo primero que me golpea es el olor a humanidad y cerveza que inunda el local. Para no estar todavía muy lleno, el ambiente está bien cargado. Es un local bastante ostentoso ahora que me fijo. Es de esas tabernas que ofrecen representaciones a su clientela, como puedo comprobar por el escenario que se alza al fondo. Las paredes de madera tintada están decoradas con toda clase de motivos ecuestres…entiendo que de ahí el nombre de Poni Brincador. El propietario debe tener algún fetiche raro con esos animales.

Me acerco discretamente a la barra. No me gustan nada los lugares concurridos, y aunque hay poca gente, ya me empiezo a agobiar. Respira Diana. Tú puedes con esto.

Tras la barra me recibe un enano barbudo y entrado en carnes. Sus ojos, casi escondidos bajo unas cejas pelirrojas exageradamente pobladas, me miran con curiosidad. Está bien vestido, por lo que deduzco que debe ser el dueño del local.

—¿Qué se te ofrece? —me pregunta con una voz profunda y rugosa, y un acento que no es propio de esta zona.

—Hola... buenas tardes —saco cartel que tengo guardado en el morral y se lo enseño—. Estoy buscando a Lyra Rus… Rurs… —releo de nuevo el cartel, vaya nombrecito se trae esta mujer—. ¡Rutkowski! ¡Eso!

—¿Estás segura? —Me examina de arriba a abajo sin disimular un poco su sorpresa. No sé cómo tomármelo la verdad, estoy completamente fuera de mi elemento—. ¿No eres muy joven para estas cosas?

—No creo que eso sea un problema que le concierna —contesto con educación, tratando de disimular esta sensación de enfado que siento crecer en mi pecho. Aprieto los puños e intento calmarme.

Arquea una ceja, pero no insiste. Me cruzo de brazos para evitar que se note el leve temblor en mis manos y espero. Finalmente me señala un pasillo que se abre a la derecha de la barra.

—Tercera puerta —dice secamente y se marcha hacia la cocina murmurando algún tipo de maldición sobre recepcionistas que no acabo de entender bien.

El pasillo es amplio y está iluminado por unos farolillos en forma de herradura de lo más variopintos. Cuento mentalmente las puertas a medida que camino y al llegar a la tercera levanto la mano para llamar cuando me doy cuenta de que está entreabierta.

Dudo un instante. ¿Debería llamar? ¿Espero? Finalmente empujo la puerta con suavidad y asomo la cabeza.

—¿Hola? ¿Lyra Rutkowsky? —Esta vez creo que he dicho bien el nombre.

La imagen que me recibe me deja paralizada unos segundos. Ante mí hay una mujer menuda de piel y cabellos completamente blancos que se gira hacia mí y me mira con unos ojos violeta completamente abiertos en un gesto de sorpresa.

¡Bajo la vista y, por los dioses! siento el calor subir por mi rostro cuando me doy cuenta de que tiene los pechos completamente descubiertos. Ella maldice y se gira apresuradamente, forcejeando con el peto de cuero que lleva puesto. yo también aparto la mirada y trato como una idiota de centrar mi atención en otra cosa, para no parecer grosera.

—¡Ay, perdón! —se disculpa mientras la veo forcejear con los botones.

—¿Necesitas ayuda con eso? —pregunto antes de pensarlo demasiado. Es la fuerza de la costumbre—. Estoy cansada de abrochar los botones a los niños del orfanato.

—La verdad es que me vendría bien una ayudita.

Finalmente cede a su frustración y se da la vuelta. Centro de nuevo la vista en ella y me aproximo. La verdad es que viéndola de cerca me doy cuenta de que no es que tenga la piel clara, sino que es albina. Es una mujer de una belleza bastante notable y singular, con un rostro ovalado enmarcado por una melena desenfadadamente corta, que apenas le llega a los hombros. No parece mucho mayor que yo, tal vez dos o tres años.




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