Escarlata Rebelde

7. Diana

La rueda del carro cruje con cada bache del camino, como una protesta muda por el sendero que aún nos queda por recorrer hasta el templo orfanato Luz Divina. Marc azuza a los caballos. El sol empieza a teñir el cielo de tonos anaranjados, y es evidente que el soldado ya tiene ganas de llegar a casa y abrazar a su familia.

Me doy la vuelta para comprobar cómo van los niños. Al menos hoy solo hemos recogido a tres. Últimamente, el goteo de huérfanos es constante. Desde que Arvaleg de Ausmir ascendió al trono, la miseria ha crecido en las aldeas. Las continúas subidas de impuestos han llevado a muchas familias al límite, obligándolas a abandonar a sus hijos con la esperanza de que algún orfanato pueda darles lo que ellos no pueden.

Están acurrucados, visiblemente asustados, con las caritas sucias y la mirada perdida. La mayor debe tener unos ocho años y sostiene a su hermana pequeña, que no es más que un bebé de unos diez meses que llora sin consuelo. Su hermano, que calculo tendrá unos cinco años, acaricia las manitas de la pequeña para calmarla. El corazón se me encoge. Cuando me recogieron, no era mucho mayor que ese bebé. No tengo recuerdos de mi familia, si es que alguna vez la tuve. Al menos ellos se tienen unos a otros, aunque todos sabemos que lo que realmente necesitan es a sus padres. Me queda el consuelo de que en el orfanato estarán seguros.

— ¿Falta mucho para llegar? —pregunta la mayor, al darse cuenta de que la observo.

Estiro la mano y le acaricio la frente a la niña que sostiene en brazos. Su piel está caliente, pero no tiene fiebre; solo es el aire cálido de este viaje.

—Aún nos queda un trecho, pero no más de dos horas —respondo con una sonrisa que intenta transmitir tranquilidad—. En cuanto crucemos el bosque que tenemos delante, ya podremos ver las murallas de Erat.

Me vuelvo a erguir en mi asiento y contemplo la línea de árboles que tenemos delante. Luego miro a Marc que está visiblemente tenso.

— Últimamente me pone nervioso cruzar este bosque a estas horas— comenta en voz baja—. Con la escasez de guardias, se está volviendo inseguro. Ojalá no nos hubiésemos retrasado tanto— aprieta las riendas con más fuerza de la necesaria.

— Lo sé, no eres el único— Trato de tranquilizarlo—. Los caminos se están volviendo un nido de bandidos…pero por eso estamos aquí.

En los últimos tres años, muchas aldeas se han ido vaciando y, con ellas, también las patrullas que mantenían estas zonas libres de ladrones y otro tipo de criaturas.

Hace tres años, nadie hubiera abandonado a sus hijos. Hace tres años…en mi otra vida.

Me inclino para desatar mi escudo del lateral del carro y procedo a ceñirlo a mi antebrazo. Marc por su parte, desenfunda su espada y la deja desenvainada sobre sus rodillas, lista para actuar si es necesario.

Unos minutos después ya estamos dentro del bosque. La tenue luz del crepúsculo se filtra entre las copas de los árboles, dibujando sombras alargadas sobre el camino. Aunque el día todavía no ha caído, bajo este tejado de hojas, parece que la noche llega antes de tiempo.

Necesitamos más luz. Nada que un poco de magia no pueda arreglar.

Elevo una plegaria a Pelor y deslizo la mano libre sobre el frontal del escudo. Un suave resplandor dorado brota de su superficie, disipando las sombras a nuestro alrededor y tiñendo el bosque de la cálida claridad de una mañana radiante.

— Mucho mejor— respira aliviado mi compañero

Tras de mí se ha hecho el silencio. Por fin la pequeña se ha calmado y duerme tranquila en el regazo de su hermana, que también parece dormitar. El hermano mediano en cambio se asoma por el borde del carro para contemplar con asombro los rayos de luz que inciden en los troncos de los árboles.

— ¡El sol! ¡Puedes traer el sol! — Exclama asombrado estirando los brazos hacia la luz.

— No he sido yo— sonrío y contesto sin dejar de observar atenta a mi alrededor—. Ha sido nuestro señor Pelor, que, con su gracia, ha respondido a mi ruego y nos envía su luz. Él nos cuidará en la oscuridad.

— Entonces ese señor Pelor puede conceder lo que desees? — pregunta y yo me doy la vuelta para ver su carita y darme cuenta de hacia dónde están volando sus pensamientos.

— No función así. No es como pedirle a una estrella que te conceda lo que deseas— apunto.

— ¿Y entonces cómo funciona? — sigue mirándome expectante

—A Ver…— trato de ordenar mis ideas y seguir—.Esta luz que ves, no es un deseo cumplido.

Señalo el escudo que aun refulge con esa luz cálida y prosigo.

—Es el poder de nuestro señor Pelor que yo canalizo a través de mis plegarias. Es como…imagina que Pelor es el sol ¿vale? El sol está en el cielo, brillante, fuerte, lleno de energía. Pero para iluminar el bosque, hace falta un farol que recoja esa luz y la proyecte ¿verdad?

El pequeño me mira y asiente mientras pregunta.

— ¿Entonces tu eres el farol?

—Algo así— asiento—.Yo no le pido a Pelor que me conceda un deseo. Le pido que me permita canalizar una parte de su luz, de su magia, para poder ayudar a los demás. En este caso, le he pedido un poquito de su luz. Y él, si lo considera justo, me concede un poco de ese poder.

El niño parece pensativo.

—¿Entonces no te concede deseos, pero te puede dar fuerza para ayudar si se lo pides?

— Así es. Porque la magia divina no se basa en lo que queremos, sino en lo que nuestro dios considera que es lo correcto.

El carro se detiene de golpe y me doy la vuelta rápidamente para mirar a Marc que observa la maleza al borde del camino.

— ¿Qué ocurre? — pregunto entre susurros

—Me ha parecido que algo se movía más adelante— señala unos quince metros más allá en el camino.

— Espera aquí— le ordeno mientras desciendo del carruaje de un salto.

El impacto en el suelo hace sonar mi armadura. No me preocupa demasiado, no hay sigilo que valga en una situación así. Si hay alguien, con esta luz, hace rato que nos ha visto llegar.




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