Escarlata Rebelde

9. Lyra

Dioses…pero que dolor….

Una punzada aguda me atraviesa las sienes al despertar, como si un martillo golpeara rítmicamente dentro de mi cabeza. Los oídos me zumban y mi lengua está pegajosa, áspera, como si hubiera tragado arena.

Abro los ojos. La luz del día me recibe implacable, atravesando mis retinas sin piedad. Parpadeo varias veces, tratando de acostumbrarme al entorno.

Pero no reconozco la habitación.

Trato de moverme, pero siento los músculos entumecidos, como si me hubiese peleado la noche anterior y hubiese perdido. Trato de hacer memoria, pero solo encuentro un enorme vacío. Últimamente mi vida es una sucesión de momentos huecos. Al menos esta vez me he despertado en una cama.

Lentamente pugno por incorporarme, pero el estómago se me retuerce con el movimiento, y apenas soy capaz de aguantar la arcada que me sube por la garganta.

A mi alrededor, el desorden es absoluto, como si un tornado hubiera arrasado la habitación. El mobiliario está fuera de lugar: una silla yace volcada en medio del cuarto, la mesita está torcida y sus objetos han rodado hasta el suelo. Incluso me atrevería a decir que el armario no está donde debería.

Hay ropa desperdigada por todas partes. ¿Cómo llegó esa bota hasta la lámpara?

Además, hay un par de copas tiradas por el suelo y una jarra vacía que descansa en un rincón. Posiblemente contenía una de las tantas bebidas responsables de esta horrible resaca.

Entre las prendas puedo reconocer el corsé que llevaba ayer, lo que me hace temer lo peor.

Efectivamente. Levanto las sábanas que me cubren y confirmo lo inevitable: estoy desnuda. Instintivamente, me giro para comprobar si estoy sola. No lo estoy. Durmiendo a mi lado…o tal vez semiinconsciente, quien sabe, hay un hombre. O al menos eso parece. Está cubierto por un revoltijo de cojines y sabanas y apenas puedo verle la cara.

Sin tan solo pudiera recordar algo….

Pero, en fin, es tarde para arrepentimientos. A lo hecho, pecho. Lo mejor será tratar de salir de aquí lo más rápidamente posible y ya lidiaré mañana con las consecuencias de lo que sea que hice anoche.

Me deslizo fuera de la cama con el mayor sigilo posible y trato de localizar mi ropa interior. Me muevo con cautela por la habitación, evitando hacer ruido. Por suerte, mi acompañante parece bastante más fuera de combate que yo. En menos de dos minutos ya estoy más o menos vestida, salvo por las botas, que cargo bajo el brazo. Solo queda localizar mi bolsa y salir de puntillas de aquí. Por fortuna, está colgada de un perchero junto a la puerta.

Me acerco a recogerla y no puedo evitar centrar mi atención en la camisa de color burdeos que descansa a su lado.

No…no, no, ¡No!

Escucho tras de mí el sonido de las sábanas al deslizarse y me doy la vuelta para corroborar el enorme error que cometí anoche. Tumbado en la cama, apenas cubierto por las sábanas y todavía dormido, por suerte, está Evans.

Maldita sea, ¿en qué estaba pensando?

Me permito unos segundos para contemplarlo. Ese torso bien formado, esos brazos fuertes… esa mandíbula….

Ah, claro ¡En eso! En eso estaba pensando.

Sacudo la cabeza y me apresuro en salir de la habitación cerrando la puerta tras de mí, pero no sin antes echar un ultimo vistazo. A nadie le amarga un dulce.

La verdad no puedo dejar de sentir un poco de lastima por no recordar nada de la noche anterior, aun así, me hago la promesa de que no volverá a pasar. Aunque también se que él se encargará de recordármelo.

En estos tres últimos años nuestros caminos no hacen más que cruzarse. Cuando ocurrió el accidente, no tardó en presentarse para darme, según él, el pésame. Tal vez lo habría creído, de no ser porque, tras la disolución de la Legión, cuando intenté recuperar mi trabajo en el Pony Brincador, descubrí que él había ocupado mi lugar.

No se lo reproché a Rurik. Al fin y al cabo, Evans es el mejor bardo de la ciudad. Después de mí, evidentemente.

Por suerte, o tal vez por pena…o quizás en honor al pasado, el enano me ofreció tocar los fines de semana. Algo que, estoy segura, molestó bastante a Evans, aunque su orgullo jamás le permitió demostrarlo. Pero no era suficiente para vivir.

Gracias a los dioses, el éxito conseguido en la Arena me ha labrado una buena reputación, así que no me han faltado las actuaciones aquí y allá… ni invitaciones a fiestas. Siempre hay alguien que quiere que le cuentes como fue actuar en el Coliseo, o que simplemente solo quiere exhibirte como un trofeo. O una muñeca rota.

Al menos son trabajos que dan mucho dinero.

Dinero que me gasto en copas.

La vida es más fácil cuando la vivo anestesiada. Que diría Diana si me viese ahora….

— ¡Dioses, Diana! — doy un respingo.

Hoy es el Solsticio de Verano. Lo había olvidado.

Tengo que plantearme seriamente dejar el alcohol.

O moderar su consumo….

Bueno, ya veremos.

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