Escarlata Rebelde

12- Lyra

Menudas amistades más raras tiene Elana. Aunque, la verdad, la gnoma me parece bastante cómica. Me suele pasar con casi todos los gnomos, no sé por qué, pero me cuesta tomármelos en serio. Bueno, menos a Coryur… ese gnomo tiene habilidades muy notables para ciertas cosas. ¿Quién me diría a mí que alguien tan pequeño podría proporcionarme una de las noches más locas que recuerdo? Y placenteras.

Aparte esos recuerdos con una sonrisa y vuelvo a centrar mi atención en Aruma, que por fin ha encontrado su llave y abre la puerta. Más allá, se extiende un pasillo estrecho que termina en otra puerta abierta, tras la cual se vislumbra lo que parece un patio.

- Seguidme, os llevaré hasta ella.

- ¡Por fin! - celebro.

Me dispongo a seguirla la primera, pero Diana se cruza en silencio, adelantándome de un empujón que me hace tropezar con el marco de la puerta.

- ¡Oye! ¡Con cuidado! - le reprocho

Pero Diana se adentra en el pasillo ignorándome.

- Pero ¿qué le pasa? - Me giro para preguntar a Ceres

Sin embargo, Ceres también pasa por mi lado con expresión relajada, ignorándome completamente.

Y entonces me doy cuenta de que algo no encaja. ¿Dónde queda la prudencia de Diana? ¿Y cómo es que Ceres no se ha burlado de mi tropiezo?

- ¿Chicas? ¡Parad! - trato de llamar su atención mientras las sigo.

No obtengo respuesta y ya casi han cruzado el pasillo. Corro hasta Ceres y trato de sujetarla del brazo, pero ella lucha por zafarse de mí sin apartar la vista del patio, que se abre apenas un par de metros delante de nosotras.

- ¡Ceres, para por favor! - le pido.

Pero ella sigue tirando. Está claro que la gnoma debe haber hecho algo.

Intento pensar rápido mientras la sujeto. Diana ya está fuera pero apenas puedo verla con Ceres delante. Analizo en mi mente lo que ha pasado hasta ahora: las palabras, los gestos, los movimientos y entonces lo entiendo. Algunos bardos son capaces de ocultar muy bien sus conjuros, disfrazándolos en gestos cotidianos para no levantar sospechas.

- ¡Mierda, es buena! -exclamo en voz baja, sintiendo un escalofrío.

Agradezco a mi mente lasciva haberme despistado en el momento justo, de lo contrario estaría como mis compañeras. Si las ha hechizado con sus palabras, sé cómo contrarrestarlo. Por suerte, cuento con mis maracas y sé cómo utilizarlas.

Tiro con todas mis fuerzas de Ceres para hacerla trastabillar y aprovecho para colarme delante de ella y correr hasta el patio, directa hacia Diana. Hago uso de la inercia y no me detengo, aunque sé que esto me va a doler.

Me estampo con fuerza contra la espalda de mi compañera y las dos caemos al suelo. Ruedo y me levanto de un salto con las maracas en las manos. Diana, que no esperaba el golpe, permanece tumbada y aturdida a mi lado.

Aruma, de pie en medio del patio, parece sorprendida.

- ¡No! ¡Espera! - grita

Pero no me detengo. Comienzo a hacer sonar las maracas con un ritmo rápido y vibrante mientras siento la caricia de magia arcana entre los dedos. Me concentro para canalizar una Contraoda al tiempo que invoco los versos:

- Rompe el engaño,

silencia el rumor,

destierra el hechizo,

¡despierta el valor!

Una onda de sonido se expande desde mis manos en todas direcciones. Es como una ola de realidad que golpea primero a Diana, que está a mi lado, y posteriormente a Ceres, que ya había alcanzado el umbral de la puerta.

Las dos se estremecen por el impacto. Diana parpadea con fuerza, frunciendo el ceño como si despertara de un sueño confuso. Ceres sacude la cabeza y se lleva una mano a la sien, con una mueca de desconcierto.

- ¿Qué…? - balbucea Ceres, con el ceño fruncido.

Pero no hay tiempo para explicaciones. Aruma empieza a retroceder hacia el fondo del patio mientras grita:

- ¡Atacad!

Y por fin me tomo el tiempo de asimilar lo que hay a mi alrededor.

Efectivamente, estamos en el patio trasero de la casa. Se trata de un espacio amplio. Apiladas en un lateral hay varias cajas, y de detrás de ellas emerge un semiorco más grande que Diana, armado con un hacha enorme. Al fondo, agazapado sobre un cobertizo en ruinas que apenas conserva su tejado, veo a un hombre vestido con una túnica ligera.

- ¡Lyra, tras de ti! - grita Ceres desde la puerta.

Veo un destello metálico por el rabillo del ojo y salto hacia un lado, esquivando por los pelos el filo del cuchillo de mi agresor. Este retrocede de un salto, manteniendo la guardia. Se trata de un chico joven, vestido con un conjunto que recuerda ligeramente al de Ceres y, posiblemente, tan ágil como ella.

-No tenemos por qué pelear- oigo que dice Diana, ya recuperada, a mi espalda-. Tan solo decidnos dónde está nuestra amiga y nadie saldrá herido.




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