Escarlata Rebelde

15. Lyra

El Matadero se encuentra al otro lado de la ciudad, al norte de los Arrabales, en la zona donde se concentran las tabernas y tiendas que abastecen a las familias de clase humilde. El trasiego de gente es constante, sobre todo aquellos que gustan de terminar su jornada laboral en alguna taberna de mala muerte con una jarra de cerveza de dudosa calidad antes de volver a casa.

Si algo he aprendido en estos últimos años es que, si has de beber en los Arrabales, mejor tomar aguardiente. En el peor de los casos, es desinfectante.

La supuesta sede de los Xafaxarcos de Erat es un caserón de dos pisos situado en una calle discreta. Justo enfrente hay una pequeña taberna que, según nos comenta Ceres, está bajo la "protección" del grupo de maleantes.

El plan es bastante sencillo: mi trabajo es entretener al mayor número de personas posibles con el apoyo de Diana, mientras Ceres se cuela en la casa y nos abre la puerta trasera.

Nos ha costado convencerla de que no se infiltre ella sola. Aunque sé que es bastante capaz, me da miedo que pueda perder el control y se ponga en peligro sin querer.

- Vhenthir ixen ¡Sszahl verthish! - pronuncio con voz clara el conjuro de Disfraz, mientras en mi mente proyecto la imagen del aspecto que deseo adoptar.

Acto seguido miro mis manos, que han pasado del color blanco habitual de mi tono de piel a un bronceado oscuro.

- ¡No pareces tú! - exclama Ceres.

- Esa es la idea- comento, sacando un pequeño espejo de mano de mi bolsa.

Los ojos que me observan desde el otro lado ya no son violetas, sino que se han vuelto de un marrón claro y mis cabellos blancos y lacios se han vuelto una maraña de rizos negros. Incluso mi ropa es diferente. Ahora es de colores mucho más chillones.

El conjuro de disfrazarse es uno de los más básicos que nos enseñan como bardos, pero también uno de los más útiles. Ahorran mucho tiempo en maquillaje y atrezzo. La única pega es que su duración es limitada y, al tratarse de una ilusión, el contacto físico puede romperla en un instante. Una pena. Si no fuera por ese detalle, podría dar mucho más juego en ciertas... circunstancias más íntimas. Pero bueno, para eso hay conjuros un poco más enrevesados e igual de efectivos. Solo hay que dar con ellos.

Yo todavía no he tenido el placer de aprenderlos.

- ¿Estás lista? -Diana interrumpe mis pensamientos.

- Esto sí…perdón- me disculpo.

Ceres se asoma discretamente por la esquina del callejón, asegurándose de que nadie nos observa y podamos escabullirnos entre la gente sin llamar mucho la atención. Diana, a pesar de llevar su armadura de clérigo, se ha envuelto en una capa para ocultarla. Debe estar pasando un calor insoportable, pero ni siquiera parece inmutarse.

Ceres nos hace una señal y salimos a la calle. Primero Diana, que se mezcla rápidamente con los transeúntes y al momento yo, que dirijo mis pasos hacia la taberna.

Al abrir la puerta, un fuerte olor a cerveza rancia y humanidad me golpea de lleno. El local no es más que un antro oscuro y atestado de mesas destartaladas sin apenas espacio entre ellas. Hay bastante gente en el interior, pero lo que realmente me interesa es atraer a las personas de la calle, sobre todo a los posibles vigilantes de la casa.

Dejo la puerta abierta y me quedo cerca de la entrada, asegurándome de que me escuchen.

Doy un par de pasos hacia delante y golpeo con fuerza las palmas para llamar la atención al tiempo que adopto mi mejor postura teatral y empiezo a declamar:

- ¡Damas y caballeros, habitantes de este barrio!¡Deteneos un instante, pues hoy tenéis ante vosotros la oportunidad única de presenciar el maravilloso arte de Lyssandra, la más extraordinaria trovadora y recitadora ambulante! Relatos fascinantes, versos llenos de misterios y emoción, historias de más allá de estas murallas. ¡Escuchad y dejadme que os cuente!

Funciona. Capto la atención de la mayoría al instante. Está claro que pocos son los bardos que visitan estas zonas. Levanto las manos con un gesto teatral, preparando el terreno, mientras por el rabillo del ojo veo que he captado la atención de algunos transeúntes más allá de las puertas.

Bien.

Me paseo con gracia entre los clientes, lanzando aquí y allá algún que otro gesto coqueto.

- Dejadme que os cuente la historia del famoso mago Folkor, cuya gran ambición, fue su perdición…

Me sitúo en el centro de la sala y veo como la gente se apelotona en la puerta. Diana, asomada entre la multitud me hace un gesto para que prosiga. Parece que la distracción funciona así que ha llegado el momento de desplegar mis habilidades.

Me aclaro la garganta y empiezo a moverme con suavidad mientras recito los primeros versos de mi historia:

-Erase una vez un mago,

llamado Folkor el poderoso,

de esos que lo tienen todo,

pero pecaba de ambicioso.

Muevo mis dedos con suavidad y delicadeza, trazando lentamente un patrón hipnótico en el aire que acompaña cada una de mis palabras, y atrapa la atención del público.




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