Escarlata Rebelde

21.Ceres

Por fin, una pista. ¿Por qué siento que esto no es nada bueno? “Huéspedes”. “Ajuste de dosis”. Palabras cuidadosamente escogidas para disfrazar lo que sea que está pasando ahí abajo.

Lyra me lanza una mirada apremiante. Se nos acaba el tiempo del conjuro.

Repaso mentalmente los lugares por donde hemos pasado y que hemos descartado rápidamente, debido a las prisas. Eso reduce la búsqueda a dos habitaciones. Una parecía un cuarto de mantenimiento y la otra un almacén.

Nada mejor que un niño rebanándose un dedo por jugar con la herramienta equivocada.

Por desgracia, el conjuro de silencio no ha sido capaz de acallar las voces. Sin ningún sonido que llenase el espacio, solo estábamos ellas y yo. Por suerte, desde la otra noche, apenas me incordian. Es como si hubiese una tregua entre nosotras.

Finalmente me decanto por la sala de mantenimiento, que además de ser la más cercana, se me antoja la menos interesante para un niño, por lo que la vuelve ideal para esconder un acceso al sótano.

Diana parece haber seguido mi línea de pensamiento y con un asentimiento me hace un gesto para que abra la marcha. Salimos rápidamente de la oficina de Audry. La habitación en cuestión solo está un par de puertas a nuestra derecha. Casi hemos llegado cuando el conjuro de silencio se desvanece por fin y los pasos de Diana, que va completamente equipada con su armadura, resuenan con el estruendo de una tormenta en mitad de la noche. Ella se para en seco, sorprendida.

—Mierda— susurra para sí.

A pesar del ruido, escuchar su voz es música celestial para mí. La presión provocada por el silencio ya me estaba causando ansiedad.

Abro la puerta de la habitación sin vacilar mientras Lyra agarra a Diana de un tirón y la obliga a entrar con premura.

—Si alguien nos ha oído, mejor no quedarse parada en medio de un pasillo— le lanza una reprimenda.

— Deberíamos atrancar la puerta, por si acaso— miro a mi alrededor buscando algo con lo que hacerlo.

En un rincón, cerca de la puerta, hay una silla. Perfecta para bloquear el picaporte. Mientras yo me encargo de esto, las demás buscan por la habitación. Se trata de una habitación estrecha y funcional, sin ninguna decoración. Estanterías de madera, maltratadas por el tiempo, se alinean en un costado, rebosantes de herramientas. Al fondo hay una pequeña ventana por donde apenas se filtra la tenue luz de la luna. En un rincón, descansa una mesa de trabajo desordenada, con clavos sueltos, un martillo y una lámpara de aceite que Diana prende con facilidad.

Ahora, con más luz, podemos ver que, al fondo, cerca de la pared, medio oculta tras unos tablones de madera apoyados sin cuidado, hay una trampilla de hierro con una cerradura.

—Creo que esto es lo que buscamos— observa Lyra mientras trata de apartar los tablones.

Diana se acerca a ayudarla y en menos de un minuto queda completamente al descubierto. Me arrodillo para comprobar la cerradura. Efectivamente, la cerradura parece nueva y reforzada

— Acercad el farol por favor— reclamo mientras me acerco un poco más para ver mejor la superficie de la trampilla.

No es solo que la cerradura esté recién puesta, hay algo más.

Paseo los dedos con suavidad por la superficie de madera. A simple vista, parece una tapa común, gastada por el tiempo, pero al mirarla de cerca, percibo una pequeña hendidura, apenas visible, que no coincide con el ensamblado natural de las tablas. Me volteo para arrebatarle a Diana la lámpara y acercarla un poco más.

La tenue luz revela un pequeño brillo metálico oculto bajo una delgada capa de serrín. Se trata de un alambre tensado, conectado sutilmente al marco.

Un disparador.

— Ahí estás…—murmuro para mí mientras le devuelvo la lámpara a Diana que me observa expectante—. No os acerquéis, hay una trampa.

¡Qué bien! Deja que tus amigas la abran y veamos qué pasa.

Ni hablar.

Saco con cuidado mi preciado estuche de ganzúas y selecciono una varilla fina de punta curva. Me tumbo junto a la trampilla, con la mejilla casi tocando el suelo, para observar mejor el alambre. Sigo su recorrido con la mirada hasta localizar un orificio en el marco, donde se intuye un mecanismo oculto.

Respiro hondo e introduzco con lentitud la herramienta en el hueco. La muevo con delicadeza hasta sentir la leve resistencia del muelle de tensión. Con movimientos suaves, casi imperceptibles, presiono el muelle y giro con cuidado. No sé qué tipo de trampa es, pero no pienso averiguarlo.

Un clic tenue, apenas audible me confirma que he soltado el anclaje y el alambre pierde tensión.

La trampa está desactivada.

— Ya está— les digo mientras me vuelvo a arrodillar delante de la trampilla—. Ahora la cerradura.

—No sé qué haríamos sin ti— Lyra me da un par de golpecitos orgulloso en la espalda.




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