Escarlata Rebelde

22.Diana

Para nuestra sorpresa, la puerta del final del sótano está abierta y, al cruzar su umbral, nos damos de bruces con lo que parece un almacén apenas iluminado por una antorcha moribunda. El contraste con la sala anterior es inmediato: esta habitación es más pequeña, pero igual de opresiva. Está atestada de cajas, muchas de ellas amontonadas en un rincón. Apenas quedan tramos de pared que no estén provistos de estanterías; la mayoría de ellas contienen cajas más pequeñas.

—¿Es posible que Losrari nos haya mentido? —pregunta Lyra, mirando la sala desconcertada.

—No lo sé —respondo nerviosa—. Parecía bastante sincero…

Ceres, por su parte, guarda silencio y se acerca a las estanterías. Empieza a recorrer sus bordes con suavidad, buscando algo.

—Está demasiado oscuro… —murmura para sí.

—Puedo ayudarte con eso —le respondo.

Descuelgo el escudo que llevo a mi espalda y lo coloco en mi antebrazo, ajustándolo con las correas.

—Que la luz del Sol Eterno disipe esta oscuridad.

Elevo mi plegaria a Pelor y deslizo la mano libre sobre el frontal del escudo. Un suave resplandor dorado brota de su superficie, disipando las sombras a nuestro alrededor.

—Gracias —me dice Ceres, mientras sigue buscando concentrada.

—¿Qué es todo esto? —pregunta Lyra, mientras rebusca entre las cajas, sacando lo que parece ropa vieja y desgastada.

Me acerco a otra de las cajas abiertas para comprobar que está llena de zapatos raídos y cinturones usados.

—Tal vez sean donaciones de ropa que recibe el orfanato. En el Luz Divina es bastante habitual. Aunque suele ser ropa de niños —saco una bota de la caja y la observo—. Aunque esto parece más bien ropa de adultos…

Entonces me doy cuenta de que hay una bolsa que me resulta familiar.

—¡Nuestras cosas! —celebro mientras la saco de la caja y la abro para comprobar que dentro siguen estando la maraca, el sello y la daga.

Lyra me la quita de las manos con impaciencia y saca su maraca, mirándola como si se tratase de su mayor tesoro.

—Te he echado de menos… —le susurra con ternura, y luego la guarda en su lugar junto a la otra.

Me devuelve la bolsa con un gesto de disculpa. Yo saco mi colgante de Pelor y lo abrocho alrededor de mi cuello, luego le tiendo la daga a Ceres cuando finalmente parece que se rinde en su búsqueda y se vuelve hacia nosotras.

—¡Mierda! No encuentro nada —se lamenta, mientras guarda su daga con indiferencia—. No puedo creer que nos la haya colado…

—¿Y si está debajo de las cajas? —apunta Lyra con su habitual optimismo mientras trata de mover una.

—No creo que sea muy práctico mover las cajas cada vez que alguien quiera entrar —le digo, tratando de disuadirla.

—Diana tiene razón —continúa Ceres, que se planta a mi lado para observar a Lyra—. No tiene sentido amontonar todas las cajas sobre una posible salida.

Finalmente, se rinde en su empeño por mover la caja y se apoya en ella derrotada, aunque algo en su mirada cambia. Recorre el cuarto con una atención renovada, hasta que... veo que se queda fija en un punto y abre sorprendida los ojos.

—Pero qué…

Me doy la vuelta para comprobar cómo una de las estanterías que acaba de revisar Ceres se está moviendo, como si se tratase de una puerta, dejando a la vista el acceso a un pasillo descendente.

—Yo no he sido —murmura Ceres, levantando las manos en señal de inocencia.

Durante unos segundos, el pánico me invade al pensar que alguien va a salir de allí y nos va a sorprender aquí discutiendo, por lo que me escondo torpemente tras una de las cajas, mientras veo que mis compañeras tratan de imitarme. Por suerte para nosotras, y tras esperar más de cinco minutos, nadie cruza el umbral.

—No lo entiendo… —les digo mientras salgo de mi escondite—. ¿Estás segura de que no la has abierto tú? —le pregunto a Ceres.

—No he encontrado ningún mecanismo… —responde pensativa—. Tal vez al mover algo en concreto…

—Como sea —nos apremia Lyra—. Ya estamos aquí. Mejor no perder tiempo.

Ceres se adelanta, como siempre, y abre la marcha. La sigo por el pasillo, que desciende unos pocos metros hasta encontrarse con una escalera que sigue bajando, esta vez en espiral, adentrándose inexorablemente en la oscuridad. Apenas llevo unos minutos aquí dentro y empiezo a notar una sensación desagradable. El aire parece volverse mucho más denso conforme vamos descendiendo en la oscuridad. Incluso siento como si mi conexión con Pelor se fuera debilitando y la luz de mi escudo se va apagando.

—Esto no me gusta… tengo un mal presentimiento —susurro a mis compañeras—. Ceres, ve con cuidado.

El eco de mis palabras se apaga rápidamente, engullido por la oscuridad. Ella asiente delante de mí, mientras prosigue el descenso con mucho cuidado, fijándose en cada escalón. Finalmente, las escaleras se abren a un nuevo pasillo. Más que un pasillo, es una gruta excavada en la piedra, iluminada tenuemente por la luz que se filtra desde una puerta entreabierta que hay al fondo.




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