Escarlata Rebelde

27.Ceres

La casa de Lyra sigue siendo la misma.

Las mismas paredes de madera, los mismos ventanales enormes desde donde contemplar los teatros de la avenida, el mismo felpudo decorativo, que no hace bien su trabajo. Pero nada, absolutamente está en su lugar.

Me pareció buena idea mudarme unos días con ella, cuando me lo pidió ayer tras la reunión. No es seguro que estemos solas, tras lo ocurrido. Lo que no esperaba esta mañana cuando he traído mis cosas, era encontrarme con todo este desorden. Puedo intuir un sofá bajo un enorme montón de mantas. En la mesa del comedor hay más partituras y papeles que madera visible. La mayoría de las sillas están ocupadas por ropa o en su defecto, libros. Un par de botellas vacías hacen equilibrio junto a una pila de platos y copas en la mesita auxiliar.

Hace un par de años este lugar tenía un cierto aspecto bohemio. Ahora parece el retrato hablado del caos con resaca.

El contraste con el aspecto elegante e impoluto de Lyra al recibirme es abrumador. Cada detalle de su apariencia parece estar completamente estudiado para la ocasión. Viste un elegante corsé de terciopelo rojo, rematado con bordados plateados, ajustado sobre una vaporosa blusa de seda blanca. Todo acompañado por unos pantalones de cuero granate y unas elegantes botas negras hasta las rodillas.

—Siento el desorden— se disculpa al ver mi cara de asombro—. Ha sido una temporada complicada…

Sería más fácil prenderle fuego a la casa que ordenarla…si, ¡¡ hazlo!!

—Ya veo— respondo mientras trato de hacer hueco en el sofá para mi bolsa—. Una temporada muy larga por lo que veo. No recibes muchas visitas ¿Verdad?

—Bueno…eso sí, pero no parecía importarles— echa un vistazo a su alrededor pensativa—. Y hasta hoy, a mí tampoco me importaba.

—Debo sentirme halagada? —bromeo para quitar hierro al asunto.

—Ya te gustaría— contesta siguiéndome el juego.

Pero vuelve a pasear la vista por el salón, y sus ojos parecen endurecerse.

—Es muy injusto…

—¿El qué? — pregunto

—Qué haya tenido que morir Elana para darme cuenta de cuáles son las verdaderas prioridades.

—¿Te refieres a Evans?

Está claro que ha pasado algo entre ellos. Hay que estar ciego para no darse cuenta de cómo la miraba hace unos años, y aún sigue haciéndolo. Pero anoche, cuando nos lo cruzamos por el pasillo, fue ella quien puso esos ojos.

—Si bueno, a él, a vosotras…a la ciudad.

La entiendo. Este tiempo alejada no ha sido más que un vacío de días luchando contra mi soledad y las voces. Tampoco es que le diese mucha importancia a lo que pasaba a mi alrededor. Hasta ahora.

¡Y no deberías hacerlo! Solo te va a traer problemas, ¡¡maldita estúpida!!

—Tras todo lo que hemos descubierto estos días-—sigue— me he dado cuenta de que llevo tres años completamente fuera de la realidad de esta ciudad.

—Bienvenida al club— le doy una palmadita cómplice en la espalda.

—En fin… es tarde para lamentarse, y ahora tenemos una licorería que visitar— me dice mientras coge la bolsa con los documentos y se dirige hacia la puerta—-. Pero te prometo que ordenaré esto cuando volvamos.

—¿Pero no vamos al gremio de escribas? —pregunto desconcertada mientras la sigo hasta la calle.

—Después, confía en mí.

Está claro que tiene un plan. Y si algo aprendí de mis años en la LERDA, es que los planes de Lyra suelen funcionar.

—Está bien, te sigo. ¡Ah! Y por cierto…—la curiosidad termina venciéndome— ¿Me vas a contar algún día lo que pasa entre tu y Evans?

—No sé a qué te refieres…

Veo como se le suben los colores al rostro, pero esquiva mi pregunta y aprieta el paso. Yo la sigo con diversión. Está claro que va a ser un trayecto interesante.

Un rato después, y tras sonsacarle por el camino lo ocurrido con el bardo, salimos de la licorería con una botella de wiski Glemorance que nos ha costado una pequeña fortuna.

Ese oro podría haberte pagado un buen pasaje en alguna caravana que te lleve lejos de ellas, niña tonta.

La sede de los escribas está un par manzanas calle abajo, dentro del Barrio de los Gremios. Se trata de un gran edificio de piedra de aspecto sobrio e imponente, que contrasta escandalosamente con el resto de las edificaciones de fachadas más llamativas o rimbombantes de la calle, muchas de ellas destinadas a otros gremios como el de los Alquimistas o Magos.

Cuando entramos a la recepción del edificio me golpea de lleno un fuerte olor a pergamino, tinta y arena secante. La sala, amplia y de techos altísimos, está concebida como un gran patio interior cubierto, rodeado de diversos niveles a los que se accede mediante unas elegantes escalinatas de piedra. En el centro de la estancia, hay un gran aparador de madera maciza desde detrás del cual nos observa una mujer ya entrada en años que nos mira a través de unos anteojos gastados.

—¿Qué se os ofrece? —nos pregunta cuando nos acercamos.

—Buenos días. Estamos buscando a Abelardo Folkor— le responde Lyra con tono educado.




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