El local de Beren, en el barrio noble y a pocos pasos del palacio real, es la tienda más famosa de la ciudad en cuanto a objetos mágicos se trata. Tanto es así que se comenta que incluso el mismísimo rey suele visitarla a veces en busca de algún que otro objeto digno de colección. Nadie diría que el hechicero forma parte del movimiento republicano, de ser real la carta que encontramos en el orfanato.
La fachada de la tienda es sencilla, pero no por ello carente de elegancia. Cubierta de un exquisito mármol blanco, deja ver parte de sus productos a través de un escaparate meticulosamente ordenado. Con tan solo acercarse, una puede llegar a sentir el leve cosquilleo provocado por las innumerables protecciones mágicas que guardan el lugar.
Cruzamos la puerta, sobre la cual hay un letrero que, con un hermoso trazo, reza: “Equipo Legendario Ranthas”.
La tienda está exquisitamente decorada y nos recibe un agradable aroma a canela, que impregna el lugar de calidez. Tras un mostrador, sentado tranquilamente, se encuentra Beren examinando una varita con cuidado.
—Por los dioses… —oigo murmurar a Ceres tras de mí—. Ahora entiendo por qué te has arreglado…
No puedo evitar sonreír al escucharla. Se me había olvidado mencionar a mi amiga que, a pesar de sus más de cincuenta años, Beren, como otros hechiceros que conozco, es sorprendentemente atractivo. Aunque todo lo que tiene de hermoso lo tiene también de inalcanzable. Al parecer lo único que suscita su interés está expuesto en sus vitrinas, o esa es mi impresión tras años de coqueteos infructuosos.
—Señorita Lyra-—saluda, con una sonrisa imponente, mientras se pone de pie—. Veo que hoy no vienes sola ¿A qué debo el honor de tu visita?
—Buenos días, Beren— le devuelvo el saludo—. Ella es mi amiga Ceres.
Mientras Ceres le devuelve el saludo torpemente y en silencio, claramente impresionada por el hechicero, yo saco de mi bolsa la carta que encontré, firmada con su nombre. Aunque estaría encantada de disfrutar de un cruce de cumplidos y evasivas con él, la realidad de nuestra visita es mucho menos agradable, y así queda patente cuando la dejo el documento sobre el mostrador y él lo contempla con sorpresa.
Antes de decir nada, se dirige a la puerta del local y echa el pestillo.
—¿De dónde has sacado esto? — pregunta con una seriedad que no había visto antes en él.
—Lo he sacado del escritorio de la mismísima Audry Arroyopuro— le respondo sin amedrentarme—. Venía para corroborar si en verdad es de tu puño y letra.
—Así es— me dice sin inmutarse— ¿Me estás acusando de algo, Lyra?
—Eso depende. Quien me conoce, sabe que no soy de inmiscuirme en política, es malo para el negocio. Así que, lo que hagas en tu tiempo libre, es cosa tuya, siempre y cuando no haga daño a nadie que me importe.
—¿A dónde quieres llegar? — me inquiere.
—¿Qué sabes de Audry? — interrumpe Ceres, visiblemente impaciente.
—Al parecer, menos de lo que creéis que debería saber, por lo que veo— nos responde con sorna, aunque es evidente, que se siente incómodo.
Me doy cuenta de que este tira y afloja entre ambos no nos va a llevar a nada más allá de una serie de preguntas para los que ambos si tenemos respuestas, así que opto por jugármela, siguiendo mi instinto sobre la inocencia del hechicero.
—Está claro que sabes que se encarga de reclutar gente para la causa republicana —aclaro—. Lo que tal vez no sepas es que al parecer eso no es más que una tapadera para conseguir victimas para sacrificios rituales, para los dioses saben qué fin.
La expresión de desconcierto que se dibuja en su rostro tras mis palabras es un bálsamo de tranquilidad para mí. O sabe fingir muy bien, o esto le ha pillado completamente por sorpresa.
—¿Sacrificios rituales? — balbucea confuso— ¿De qué tipo?
—De los que atan a las personas a pilares espeluznantes… y los torturan hasta la muerte— le dice Ceres con tono cortante.
—¿Cómo lo sabéis? —pregunta el hechicero con gesto de incredulidad.
—Porque hemos estado allí— le claro— en la cripta que hay bajo el orfanato. Lo hemos visto con nuestros propios ojos.
Beren se queda sopesando mis palabras unos instantes. No tiene motivos para desconfiar de mí, pero tampoco para creerme sin pruebas. Ahora mismo no tengo nada que aportar, pero seguramente él sí tenga un modo de confiar en mí.
—Hagamos una cosa—sigo—. Estoy convencida de que, entre tantos cacharros, tienes alguno que me obligue a decir la verdad— le digo señalando las vitrinas—. Así que, o bien, escuchas mi historia y decides si quieres creerme, o bien, usamos algún método que te asegure la verdad.
—Las cosas que insinúas son muy graves Lyra— rompe su silencio al fin—. Y aunque me cuesta creerlas, no veo por qué querría alguien como tu mentirme. Aun así, usaremos un Círculo de la verdad, para que no quepa duda.
—Está bien— asiento.
—Seguidme entonces
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Editado: 13.05.2025