Escarlata Rebelde

32.Lyra

A mediodía, cuando llegamos al Pony Brincador, me rugen las tripas. Ya no recuerdo cuándo ha sido la última vez que hemos comido como es debido. Con tantos problemas acumulándose, hemos perdido de vista nuestras propias necesidades. Aunque no es que en los últimos meses eso hubiese sido una gran prioridad para mí, he de reconocer.

Como era de esperar, el local está abarrotado y a Rúrik le faltan manos para atender a toda la clientela. Lo mismo pasa con Evans, puesto que está actuando para la gente que viene a disfrutar de la comida del local. Es por eso por lo que optamos por tomarnos un descanso de la realidad y sumergirnos en una buena comilona con acompañamiento musical mientras esperamos el momento adecuado para hablar con ellos.

Me tomo un momento para darme cuenta de que curiosamente, el local está más lleno de mujeres que durante mis sesiones de fin de semana. Incluso hay grupos enteros situados en las mesas más cercanas al escenario que miran embobadas a Evans, que les lanza guiños entre verso y verso.

No puedo evitar sentir una punzada de celos, y lo peor es no saber si se debe al gentío que lo rodea… o a la forma en que él las mira.

—Estúpido Evans…— murmuro para mí, sin querer, mientras tomo un sorbo de cerveza.

A mi lado, Ceres parece haberme oído y me da un golpecito cariñoso con el codo.

—La verdad es que es muy bueno —comenta con diversión—. Pero tú me gustas más.

—Los días que he estado aquí alojada siempre ha estado el local así —apunta Diana, cosa que me provoca aún más ganas de autoflagelarme.

Posiblemente mi cara sea un poema, ya que mi amiga se da cuenta de lo inoportuno de su comentario y trata de remediarlo torpemente mientras, nerviosa, se rasca la cabeza:

—Me refiero a que contigo y con Evans aquí, a Rúrik le va muy bien.

—Supongo que sí…— le respondo, para su tranquilidad.

Pasamos el resto de la comida prácticamente en silencio, sumergidas en nuestros propios pensamientos. Cosa que agradezco. La carta de Beren no nos ha dejado indiferentes. No quiero imaginar qué clase de criatura se encontró en el orfanato. Pero que alguien tan poderoso como él haya huido, me hace pensar que no nos depara nada halagüeño. Al menos me queda el consuelo de pensar que ya no estamos solas en esto, gracias a Diana.

En el momento en que termina la actuación de Evans el local empieza a vaciarse, por lo que Rúrik abandona la cocina por fin. Aprovecho un momento en el que Evans se acerca a la barra a pedir algo de beber, para acercarme a ellos y abordarlos sin rodeos.

—Rúrik, necesito hablar contigo— le digo al enano, para posteriormente volverme hacia Evans que me mira con curiosidad—. Contigo también, Evans.

Ellos se miran confundidos entre sí.

—Pues habla— dice Rúrik con su habitual falta de tacto—. Aquí nos tienes.

—Preferiría que fuese en privado— comento con seriedad—. Es importante.

Evans me sostiene la mirada durante unos segundos, como si tratara de descifrar que ocurre, y finalmente asiente.

—Claro, no hay problema —me dice.

—¡Esta bien! —se queja Rúrik, mientras deja caer el paño con el que estaba limpiando la barra—. Pero que sea breve, por aquí tenemos aún mucho trabajo.

Les hago una señal a Ceres y Diana y los cinco nos dirigimos escaleras arriba. Subimos a una de las habitaciones privadas del Pony Pisador, la que Rúrik usa a veces como almacén y despacho improvisado. Es pequeña, con un sencillo escritorio al fondo, un diván desgastado en una esquina y una mesa tosca con tres sillas que no hacen juego. Evans cierra la puerta tras de sí mientras me mira con media sonrisa. Diana y Ceres se acomodan al fondo.

—Vale —dice Rúrik, cruzándose de brazos frente a nosotros—. ¿Qué ha pasado?

Respiro hondo y saco el documento. Lo extiendo sobre la mesa sin ceremonias. Evans deja de sonreír al instante.

—Ambos estáis aquí —digo, con voz firme—. En esta lista.

—¿Qué lista? —pregunta Rúrik, frunciendo el ceño.

Me lanzo a explicar otra vez todo lo que nos ha ocurrido recientemente. Sin adornos. Les hablo de Elana, de las cartas, de los Xafaxarcos y la emboscada. Cuando les menciono a Audry y la propaganda republicana, se miran nerviosos entre sí.

Explicarles lo que vivimos allí se vuelve tortuoso y me hace echar de menos el Circulo de la verdad de Beren, donde todo era más frio, empujado por la magia. Odio mostrarme vulnerable ante ellos, pero por suerte Ceres se percata de ello y me echa una mano, narrando los detalles más escabrosos.

Finalmente les cuento lo del documento cifrado, lo que Abelardo ha descubierto, los nombres. No oculto nada. Cuando termino, la habitación está en silencio. Rúrik pasa los ojos por el papel, la mandíbula apretada. Evans, en cambio, se ha quedado inmóvil, como si le costara procesarlo.

—Mierda… —masculla Rúrik al fin—. No sabía nada de esto. Solo simpatizo con algunas ideas. Pensé que... era política, no una maldita secta.

—Lo sabemos —responde Diana—. Por eso os lo estamos contando.

—Yo…no sé qué decir… —Evans estira la mano y agarra la mía que descansa sobre la mesa— Joder Lyra…lo siento.




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