Creía que el dolor de las agujetas por el entrenamiento intensivo de combate sin armas al que nos ha sometido Diana estos dos días sería capaz de disipar las molestias que me provocan los malditos tacones. Pero no es así, por lo que tengo que hacer un gran esfuerzo para caminar erguida y no parecer una triste marioneta desarticulada.
Hay otros métodos de autotortura más eficientes, si quieres ponerte creativa…
Sacudo la cabeza tratando de disipar las voces y me limito a mirar por la ventana del carruaje que nos lleva hacia la casa de Uranfena.
—¿Todo bien, Ceres? —pregunta Diana desde su asiento.
—Sí, todo bien —respondo volteando hacia ella—. Hoy las voces se lo están pasando en grande…
Nos lo pasaríamos en grande si entrases a esa fiesta a fuego y cuchillo…no con este ridículo disfraz y maquillaje…
—Bueno, al menos parece que alguien lo está disfrutando —se lamenta Diana, visiblemente incómoda.
No puedo evitar reír por lo bajo. Verla con vestido es bastante chocante. Pero con el maquillaje y el pelo arreglado, me cuesta reconocer a mi amiga, y aún más tomarla en serio.
—Pues yo me lo estoy pasando muy bien —nos sonríe Lyra, enfundada en su obsceno vestido, y con tanto maquillaje sobre la piel que parece una versión muy bronceada de sí misma.
—No hemos venido para eso… —protesta Diana.
—Lo sé… lo sé —se defiende Lyra—, pero no sabemos cómo terminará el día de hoy… Así que prefiero disfrutar mientras pueda. Y con esas caras largas nadie va a creer que venís como invitadas.
—Tiene razón —sonrío resignada. Vuelvo a mirar por la ventana y me doy cuenta de que ya casi hemos llegado.
La mansión de la familia Shun parece más bien un escaparate de su éxito que un hogar. La fachada, que brilla bajo la luz de los farolillos, mezcla el estilo tradicional de Erat con ostentosos añadidos de dudoso gusto que rompen completamente la armonía de la construcción.
Nos bajamos del carruaje y, al momento, nos recibe un joven gnomo vestido de mayordomo. Lyra le hace entrega de las invitaciones mientras coquetea sin reparos con el pobre chico, que parece visiblemente incómodo ante las atenciones de mi amiga. Finalmente, esta le hace unas indicaciones a nuestro chófer, el cual saca nuestro “regalo diplomático” y se lo entrega al gnomo. Ya con el paquete en la mano, el joven nos invita a que lo sigamos.
—Nada como incomodar al servicio para evitar que te hagan preguntas —me susurra Lyra, rodeándome el brazo con el suyo mientras nos dirigimos hacia la casa.
Tampoco pueden preguntar si tienen la garganta seccionada… y es mucho más divertido…
Con el gnomo de guía, nos adentramos en la mansión, donde parece que todo ha sido llevado al exceso para la fiesta. Nada más entrar al vestíbulo, nos golpea el fuerte olor a nuez moscada y clavo de las especias secas que cuelgan como guirnaldas entre las columnas. En el centro de la sala hay una gran mesa que ofrece toda clase de frutas exóticas cortadas en forma de flores, además de pasteles de canela con glaseado dorado y bandejas con semillas y frutos secos. Incluso las copas parecen tener polvo de vainilla decorando sus bordes.
Al fondo, el vestíbulo se abre a un gran salón circular de techos altos y abovedados, desde donde se descuelgan una serie de impresionantes lámparas de araña, cuya forma me recuerda a una flor de anís del emblema familiar de Uranfena. Dos grandes escalinatas a cada lado del salón ascienden siguiendo la circunferencia de la sala hacia un gran balcón que da acceso al primer piso.
El salón entero parece ideado para deslumbrar. Las paredes, tapizadas con seda azul cobalto bordada en hilo dorado, reflejan la luz de las lámparas con destellos suaves. Los suelos son de madera oscura, pero están cubiertos por alfombras de tonos ocres y mostaza que amortiguan cada paso. Aquí y allá, pequeños altares de incienso despiden fragantes volutas que se mezclan con el perfume de las especias.
A lo largo del perímetro del salón hay dispuestas mesas repletas de platos y bandejas con todo tipo de manjares, muchos de los cuales no había visto en mi vida. Todo ello regado con una cantidad indecente de licores y bebidas aromatizadas.
Tanto el vestíbulo como el salón están a rebosar cuando llegamos, lo que me complica la labor de no perder de vista al mayordomo mientras se lleva nuestro paquete hacia la escalinata de la segunda planta.
Le doy un golpecito suave con el codo a Diana y le señalo con la cabeza al gnomo que sube escaleras arriba hacia el primer piso. Ella me mira y asiente mientras se esfuerza en mantener la pose de noble acomodada que Lyra le ha enseñado.
—Hay que subir —nos susurra Lyra, que tampoco ha perdido de vista el paquete.
—Tenemos un problema —nos apunta Diana en voz baja mientras nos vamos adentrando en la fiesta—: hay guardias.
Tiene razón, apostados arriba, al final de las dos escalinatas, hay varios guardias vigilando que nadie suba. Tendremos que encontrar la manera de sortearlo.
—Hora de mezclarse con la gente. Algo se nos ocurrirá —nos anima Lyra.
Apenas nos hemos movido por el salón cuando, en lo alto del balcón, un gnomo ataviado con una levita impecable con el escudo de la familia Shun hace sonar una campanilla, reclamando la atención de los asistentes.
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Editado: 13.10.2025