Escarlata Rebelde

36.Ceres

No sé a dónde esperaba llegar mientras cruzaba el Linde abierto en el espejo. Lo poco que sé de estas cosas es que son una puerta a otros planos de existencia, como los planos infernales donde moran los grandes Archidemonios o los planos Primordiales, hogar de las criaturas elementales. Lo que no esperaba era que, al cruzar el espejo, apareciésemos justo en el mismo lugar… más o menos.

Es la misma habitación, pero todo ha cambiado. Los muebles que hace un segundo estaban nuevos y bien cuidados ahora no son más que restos de madera desvencijada y retales de tela ajada. Pero eso no es lo más inquietante… Lo más perturbador es que todo en este lugar carece de color, incluso nosotras. Observo a mis amigas, y tanto su piel como su ropa han perdido su color natural, quedando reducidas a una insulsa escala de grises. Lo mismo ocurre con el resto de la estancia, que parece haber sido sumergida en ceniza. Y no es solo eso: incluso las formas de los objetos parecen distorsionarse por las sombras, como si todo estuviera bañado por una penumbra perpetua. El aire es denso y húmedo, con un olor metálico y aséptico.

—El plano Umbrae… —murmura Diana con un escalofrío, e incluso su voz suena amortiguada, al igual que mis pasos cuando me muevo por la habitación.

—¿Seguimos en la mansión? —pregunto mientras me acerco a la ventana.

—En cierta manera… —me responde Lyra en voz baja—. Las historias cuentan que es como una copia del mundo real, pero... retorcida. Incompleta. Como si alguien hubiese memorizado nuestra realidad a medias y la hubiese reconstruido con cenizas.

Retorcido… distorsionado… vuelto del revés… como nosotras.

—¿Una copia? —pregunto con una mezcla de confusión e incomodidad.

—Sí. Este plano coexiste con el nuestro. Ocupa el mismo espacio, pero en otra capa, como un reflejo deformado. Todo lo que existe en nuestro plano tiene aquí una especie de eco sombrío. Como una pintura que ha sido empapada en agua. Algunas cosas coinciden… otras no. Y hay rincones que no deberían estar, pero están igual.

Mientras sopeso las palabras de mi amiga, miro a través del cristal de la ventana para cerciorarme de que, efectivamente, más allá de la mansión parece extenderse una versión oscura y silenciosa de Erat.

No puedo evitar retroceder unos pasos en el momento en que veo aparecer, más allá del jardín, fundida con la noche, una figura colosal, humanoide, que se alza como una torre de oscuridad pura. Camina a paso lento, haciendo oscilar su cuerpo delgado, desproporcionado, compuesto por una sustancia mate que parece absorber la poca luz que hay a su alrededor. Su cabeza no tiene rostro alguno, pero al volverse hacia mí, me da la sensación de que me mira… como si mirase a una presa.

Oscuro… silencioso… como muerte andante…

Las voces en mi cabeza suenan extrañas. Parecen… ¿tranquilas? No gritan, sino que resuenan inquietantemente reflexivas.

—¿Qué demonios es eso? —pregunto mientras un escalofrío me recorre la columna, a pesar del coraje infundido por Lyra y sus versos.

Diana se acerca a la ventana para contemplar a la criatura, que sigue andando como si nada por el exterior.

—Un noctívago… —informa con voz preocupada—. Espero que no tengamos que salir ahí fuera.

—Yo tampoco —trago saliva, nerviosa, fijándome en la silueta de la ciudad para darme cuenta de que no es el único coloso de sombra que se pasea ahí fuera—. Seguramente estas eran las sombras de las que hablaban las criadas.

—Es posible —asiente Diana, apartándose de la ventana—. Mejor no perdamos tiempo.

—Tiene razón —Lyra señala el espejo, que aún brilla mostrando el Linde activo—. No sabemos cuánto tiempo estará esto abierto.

Por suerte para nosotras, podemos hacernos una idea de la distribución de esta planta, así que salimos despacio y en silencio de la habitación, con las armas preparadas y alerta por lo que podamos encontrar.

Poco a poco, vamos recorriendo las habitaciones que ya conocíamos, pero cuyo interior se ha visto alterado por el plano de diferentes y grotescas maneras. El salón de té ahora está plagado de mesitas destartaladas, sobre las que descansan todo tipo de tazas agrietadas, llenas de un líquido negro que parece moverse por sí solo. En el vestidor, las capas colgadas de las paredes parecen gotear tinta negra, mientras que los zapatos están desperdigados y sin pareja por el suelo. En el baño encontramos un grifo que gotea, pero el agua sube en vez de descender, y en el espejo sobre la pila no encontramos ningún reflejo.

Desgastado… quebrado… impasible.

Siento cómo me voy tensando con cada puerta que abrimos y nos muestra pequeños retazos de pesadilla. Detrás, escucho murmurar plegarias a Diana. Seguimos avanzando por el pasillo, que ahora aparece decorado con tapices desgarrados que proyectan sombras deformes a lo largo de sus paredes, salpicadas de lámparas sin llama.

¡No estamos solas! No, no lo estamos.

Me detengo de repente, con las dagas preparadas, sin poder ignorar las advertencias en mi cabeza.

—¿Qué ocurre? —susurra Lyra, unos metros tras de mí.

Como si se tratase de una respuesta a su pregunta, escuchamos un gruñido grave recorrer el pasillo. Miramos a nuestro alrededor, pero no hay nada, y aun así seguimos escuchando ese sonido gutural.




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