Por un momento mi corazón ha dejado de latir al ver a Diana desvanecerse y caer contra el suelo. Gracias a los dioses, han sido solo unos segundos, aunque se me han hecho eternos, mientras conseguía colocarla boca arriba.
En ese momento ella ha empezado a volver en sí… y yo a lograr respirar.
—Tranquila… no pasa nada —le digo cuando trata de abrir los ojos.
Ceres, que también se ha arrodillado a nuestro lado, le coge la mano y aprovecha para comprobar el ritmo del pulso.
—Se va recuperando —murmura para sí misma.
Poco a poco Diana logra abrir los ojos. Nos observa con desconcierto, hasta que parece recordar dónde estamos.
—¿Qué ha pasado? —pregunta mientras consigue sentarse con cuidado.
—¿Antes? ¿Durante? ¿O después de que empezaras a brillar, duplicaras tu tamaño y desintegraras a golpes a esos bichos? —trato de quitar hierro al asunto.
—Has perdido el conocimiento —dice Ceres mientras me mira con desaprobación.
Diana se mira las manos, como comprobando que todo está bien y en su justo tamaño.
—Ha sido muy intenso… demasiado —nos dice con voz cansada.
—¡Ha sido glorioso! —no puedo dejar de exclamar al recordar lo que acabo de presenciar.
Ceres me da un pequeño golpecito, mientras vuelve a fijar los ojos en mí. Yo me encojo de hombros, porque de verdad siento que ha sido todo un espectáculo. Me pregunto por qué yo no soy capaz de algo así. No consigo percibir ese poder dormido como ellas. Tal vez fue diferente para mí.
Yo estaba allí, pero me mantuve a distancia. Noté el impacto, como una oleada que me atravesó los huesos y me dejó temblando. Pero en mí, parece estar dormido. Callado.
No sé si es que lo retengo sin querer… o si, simplemente, no quedaba en mí nada que pudiera despertar.
La posibilidad de no tener nada especial… duele. Y es un alivio, a partes iguales.
—Estoy bien —dice Diana, creyendo que mi gesto serio tiene algo que ver con ella—. Solo estoy cansada.
—Pues mejor seguir y marcharnos de aquí cuanto antes —le sonrío pesadamente mientras me incorporo y le tiendo la mano.
—¿Puedes andar? —se preocupa Ceres.
—Sin problemas —responde Diana, que se levanta con facilidad.
Ceres abre la marcha y se dirige directamente hacia lo que en nuestro plano serían las cocinas de la mansión.
La suerte nos sonríe por una vez.
Aquí, en la Umbrae, las alacenas, despensas y hornos han sido sustituidas por celdas. Toda la zona parece ser una prisión, aunque aparentemente está vacía. Es posible que sus anteriores moradores descansen junto a las demás víctimas torturadas, en medio del salón.
Avanzamos por los pasillos revisando cada uno de los pequeños cubículos enrejados.
—¡Ceres, aquí! —indica Diana, mirando hacia una de las celdas, unos metros delante de mí—. Hay que abrir la puerta.
Ceres se acerca rápidamente, sacando su estuche de ganzúas dispuesta a forzar la cerradura. Yo la sigo y me asomo para comprobar que efectivamente, la celda no está vacía.
En el fondo del pequeño habitáculo, hecho un ovillo cubierto de harapos, se alcanza a ver lo que parece un niño pequeño, de unos ocho años. A su alrededor, por el suelo esparcidos, hay diversos platos de comida sin tocar. Mendrugos mohosos, carne podrida y frutas mustias… todo ello rodeado de heces.
—Vamos a sacarte de aquí, Isaac —Diana intenta tranquilizarlo.
Al oír su nombre, el niño alza la vista hacia nosotras. Nos contempla, temblando, con los ojos muy abiertos.
Tras unos minutos de forcejeo, Ceres logra abrir la puerta de la celda y Diana se dispone a entrar. Pero Isaac, al darse cuenta de sus intenciones, empieza a gritar con pavor, retrocediendo hasta que su espalda toca la pared. Su pequeño cuerpo tiembla mientras patalea, intentando arrastrarse más allá del muro, como si quisiera fundirse en él.
Diana se detiene ante la desesperación del niño.
—No queremos hacerte daño, Isaac —el tono de la voz de Diana es suave y calmado.
A pesar de ello, el pequeño sigue gritando con los ojos cerrados, como si estuviera en medio de una pesadilla.
Entonces, un recuerdo se despierta en mí. Un recuerdo de cuando era muy pequeña y las pesadillas venían a rondarme por las noches, de cuando mi madre acudía a mi cama.
—Déjame intentar algo —le digo a Diana, acercándome a la puerta de la celda.
Ella se vuelve y asiente, permitiéndome el paso.
Me adentro en la celda, no mucho más allá de donde ha llegado a entrar mi amiga. El pequeño sigue gimiendo asustado, con las manos sobre el rostro. Yo me acuclillo, para quedar a su altura, apoyando las manos en las rodillas.
—Escucha, Isaac. Mi nombre es Lyra. Sé que tienes miedo —le digo con tono suave—. ¿Pero sabes qué? Te voy a contar un secreto…
El niño sigue gimiendo, pero parece que he captado su atención y entreabre un poco los ojos para observarme.
#2759 en Fantasía
#3483 en Otros
#403 en Aventura
aventura fantasia, aventura amigos, fantasia epica investigacion
Editado: 18.06.2025