Apenas he dormido un par de horas esta mañana, lo justo para no derrumbarme tras todo lo acontecido anoche. Antes de venir aquí, he pasado a ver cómo está el gnomo que capturamos. Sigue inconsciente. Tal vez no vuelva a despertar… y odio esta pequeña sensación de satisfacción que siento ante esa perspectiva. Yo no soy así. ¿O sí?
Esta mañana entré en la sala de interrogatorio cuando su voz apenas era un hilo y su alma estaba temblando. Había sangre. Como era de esperar, Lord Tobias no mostró piedad con él al ver a su hijo herido y desnutrido tras haber sido tratado como un animal. El dolor de un padre es suficiente para excusar tal falta de piedad contra el prisionero. A veces el miedo puede desnudar más que el acero…pero otras, no basta.
Tras el interrogatorio, Lord Tobias se marchó a informar al rey. Yo en cambio, sólo quería sentarme, respirar y sentir que no me había manchado por dentro, antes de contarles lo que hemos descubierto a mis amigas y poder discutirlo antes de la reunión.
Y aquí estamos, a la hora señalada, esperando a la dama Lidia.
La sala huele a incienso suave de sándalo. Muy utilizado para tranquilizar los ánimos. No funciona. Estamos en silencio, las tres, esperando. Ceres pasea por la estancia con pasos breves, el ceño fruncido. Lyra revisa las notas que ha ido tomando, por enésima vez. Yo intento parecer tranquila, pero tengo las manos frías y el corazón lento.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto hoy? —pregunta Ceres, deteniéndose frente a la ventana —. Pareces agotada, Diana. Aún podemos retrasarlo un poco.
—Con lo que sabemos ahora, vamos contra reloj —dice Lyra, levantando por fin la vista—. Es mejor reunirnos ahora y descansar después. Cuanto antes informemos a Lidia, antes podrá actuar.
—Por muy cansada que esté, esta reunión es más importante que mi salud. —murmuro yo.
Ellas me miran un segundo. No dicen nada. Y entonces llaman a la puerta con tres golpecitos secos. Nos ponemos en pie. Es la hora.
La puerta se abre y vemos aparecer a la dama Lidia, pero no viene sola. La acompañan mi maestra Mirabel y tres personas más. El primero en entrar es un semielfo de rostro anguloso, piel pálida y pelo dorado. Lleva una túnica azul oscuro con bordes plateados y sostiene un bastón grabado con símbolos arcanos que relucen levemente. Su presencia impone respeto más por su calma que por su autoridad. Detrás de él entra una mediana de rostro redondo, cabello entrecano atado con cintas doradas y una expresión tranquila que contrasta con la tensión de la sala. Sus ropas son sencillas, de tonos tierra, adornadas con espigas y hojas bordadas. Por último, una enana robusta, de pelo trenzado en cobre y ojos como piedras negras, entra con paso firme. Lleva una armadura ceremonial y un tomo pesado colgado al cinto.
La dama Lidia se adelanta con expresión serena, pero antes de que podamos decir nada, alza una mano.
—Sé que no esperabais a más gente —dice con tono conciliador—. Pero dada la gravedad de lo que está ocurriendo en Erat, consideré necesario hacer partícipes a los demás sumos sacerdotes de confianza. Os presento a Emirat Rastenar, sacerdote de Bokkub, señor de la magia —señala al semielfo—, a Thaella, sacerdotisa de Yondira, madre de los medianos —la mediana asiente con una sonrisa—, y a Delesli Barire, de Morrin, protector de los enanos—la enana hace un leve gesto de respeto-. A Mirabel, maestra del templo de Péloran, ya la conocéis.
Mirabel nos dedica una sonrisa tímida. Parece tan poco acostumbrada a estas situaciones como yo, pero si Lidia la ha hecho venir, es porque es importante para ella.
Miro a mis compañeras. Ceres los analiza en silencio. Parece visiblemente incómoda ante tanto desconocido. Lyra por su parte los observa tranquila mientras saluda cortésmente con la mano. Yo hago una reverencia respetuosa hacia los sacerdotes y mi maestra.
—Un placer. Mi nombre es Diana —les digo, antes de señalar a mis amigas—, y ellas son mis compañeras Lyra Rutkowsky y Ceres.
Lidia nos dedica una mirada serena y asiente. Entonces el semielfo, sin mediar palabra, alza su bastón y con la otra mano se lleva dos dedos a los ojos, como si se los fuera a cerrar, pero en vez de eso, los abre con fuerza. Después, extiende la mano hacia delante como si apartara un velo invisible.
—"Evek tharuun… zhaer ithil"-—pronuncia una breve invocación, y noto cómo una oleada de energía arcana barre la sala —. Por si hay ojos invisibles —dice—. Los quásits no siempre avisan.
—Una prudencia sensata —dice la mediana con una sonrisa suave—. En los días que corren, cualquier precaución es poca.
—¿Tomamos asiento? —dice Lyra al tiempo que señala la gran mesa de roble que preside el centro de la sala.
Yo asiento y un momento después todos nos encontramos sentados y expectantes.
—Gracias por acudir a esta reunión- rompe el silencio la dama Lidia, dirigiéndose a los demás sacerdotes, antes de volver de nuevo su atención hacia nosotras—. Para empezar, he de deciros que aquí mis compañeros ya han sido informados de los hechos que nos acontecen y ayer me reuní con el rey.
—Bien —asiente Ceres con gravedad.
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Editado: 03.11.2025