Escarlata Rebelde

44.Lyra

El sol, tibio y dorado, se cuela entre las cortinas y roza mi mejilla, como si quisiera arrancarme del sueño con suavidad. Mientras la conciencia me alcanza, intento recordar dónde estoy, como si este hecho fuese decisivo a la hora de abrir o no mis ojos. Rememoro todo lo acontecido ayer: la visita al rey, la armería, los preparativos posteriores y el final del día.

Estoy en casa.

Dejo que mis sentidos despierten con tranquilidad. Oigo el sonido de la calle que respira vida más allá de mi ventana. El olor de mi hogar me alcanza poco después, pero hay algo más. Una fragancia dulce y familiar. Un aroma que hace que se dibuje en mi cara una suave sonrisa. Y entonces su calidez me alcanza, rodeándome con un abrazo. Mis manos se mueven despacio, temerosas de aún seguir soñando, pero ávidas de acariciar el cuerpo sobre el que estoy recostada.

—Buenos días, Rutkowsky…

Abro los ojos por fin y ahí está Evans, tan guapo como siempre, vestido como si acabase de llegar de una fiesta y ofreciéndome una de sus bonitas sonrisas. Me permito unos segundos de silencio mientras me acurruco en su pecho y fantaseo con el hecho de quedarme justo así un par de días o más.

—Buenos días, Vanseth. —Mi voz no es más que un murmullo torpe y perezoso—. No es que me queje, pero… ¿qué haces aquí? ¿Y cómo has entrado?

Él acaricia mi pelo con suavidad y me da un beso en la frente.

—Estaba preocupado por ti. Así que me pasé por aquí anoche y se me ocurrió llamar. Tu amiga Ceres me abrió la puerta… cuchillo en mano. Da un poco de miedo, ¿sabes?

—Me lo creo —le digo con diversión—. Entonces, ¿has estado aquí toda la noche? ¿Por qué no me despertaste?

—No quería molestar; parecías muy cansada. Así que opté por quedarme. Además, era eso o volver a molestar a tu amiga, la de la daga…

No puedo evitar que se me escape una risita al imaginar la escena. Me incorporo un poco para poder mirarlo bien.

—¿Ambrosio no te entregó mi mensaje? —pregunto.

—Sí que lo hizo —asiente.

—Y entonces… ¿qué parte de “en cuanto crea que es seguro, me reuniré contigo” no entendiste?

—¿Desde cuándo te he hecho yo caso? —me dice mientras empuja mi nariz con su pulgar.

—Hablo en serio, Evans —le digo con un mohín—. Me preocupa tu seguridad…

—Lo sé… lo siento. Es solo que quería verte —confiesa mientras desvía unos segundos la mirada.

Una parte de mí querría estar enfadada con él por estar aquí conmigo, por exponerse de esa manera viniendo hasta mi casa. Pero, por otro lado, su presencia es como un bálsamo. Un recordatorio de que hay algo esperando cuando todo esto se solucione. Me estiro para poder darle un beso breve y luego apoyo mi frente en la suya.

—Me alegro de que estés aquí —le digo con un susurro.

—Y yo de estarlo.

Nos quedamos unos segundos así, disfrutando de la compañía. Entonces Evans me agarra de los hombros y me aparta un poco para mirarme con incredulidad antes de decir:

—Además… ¿qué son esos rumores de que te vas a casar?

—¡Oh, genial! La noticia se va propagando —celebro con entusiasmo—. ¿Quién te lo dijo?

—¿Cómo que… “quién te lo dijo”? —pregunta completamente desconcertado—. ¿Acaso eso es lo importante?

—¡Claro que sí!

—Bueno… anoche me lo dijo Orik. Al parecer lo invitaste tú, personalmente. A él y a sus diecisiete primos. —Puedo adivinar la frustración en su voz.

—¡Sabía que ese enano sería incapaz de mantener el secreto! —exclamo con aire triunfal—. Ha empezado a propagar el rumor incluso más rápido de lo que pensaba.

—¿Rumor? —repite Evans, cruzándose de brazos—. ¿Así lo llamas? Orik ya estaba planeando una serenata…

—Por todos los dioses… —murmuro entre risas—. Los enanos nunca defraudan.

Evans arquea una ceja, suspicaz.

—Entonces, ¿me vas a contar de qué va todo esto?

—Está bien… —le digo con tono más serio—. Antes que nada, quiero que sepas que tenía intención de hacerte llegar una nota a lo largo del día.

Me incorporo para quedar sentada en la cama con los pies cruzados delante de él.

—Vamos a investigar la célula republicana situada en la Dríada Bailarina. Tenemos la certeza de que la secta la está utilizando para sus fines.

—Conozco al dueño… —me interrumpe Evans.

—¡Oh! ¿Cómo no? —Los celos toman la palabra sin permiso—. ¿Cómo iba yo a pensar que no conocerías al propietario del mayor burdel de lujo de la ciudad?

—No es lo que piensas —se defiende—. Pero me han contratado para más de una fiesta en su local. No eres la única bardo reputada de la ciudad, ¿recuerdas? —se cruza de brazos, fingiéndose ofendido—. Y ahora me dirás que nunca has trabajado en algún lugar así, ¿verdad?

—Está bien… no he dicho nada. —Acepto mi derrota.

—La verdad, me cuesta creer que Oslor Pendricaw esté involucrado con la secta —prosigue con gesto serio—. Es de esa clase de personas incapaz de adorar a otra cosa que no sea a sí mismo. Y me consta que, si hay algo que odia, es sentirse sometido a algo o a alguien… de ahí su implicación en la causa republicana.




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