Escarlata Rebelde

45.Ceres

Que Lyra siga siendo bastante conocida en su mundillo, a pesar de que han pasado tres años desde que disolvimos la LERDA, no lo dudé ni un instante. Aun así, jamás habría imaginado que encontraríamos La Dríada Bailarina llena hasta la bandera. La fachada del burdel, con sus tallas de dríadas danzantes, brilla bajo los faroles ámbar que también iluminan la entrada atestada de gente. Desde la calle, escucho las risas y la música que escapan por las ventanas cubiertas de terciopelo.

—Péloran bendito… —murmura Diana a mi lado.

Me volteo para verla: es la viva imagen de la incomodidad mientras sujeta una bonita caja que contiene parte de su armadura. Vamos a meterla en la fiesta con el pretexto de que forma parte de una actuación de nuestra anfitriona. Como era de esperar, no podemos acudir al evento equipadas con nuestras protecciones habituales, así que Lyra se ha encargado de “prepararnos” para la ocasión.

Y el resultado, al menos en mi caso, he de admitir que es bastante satisfactorio. Hemos aprovechado parte de mi peto de cuero; sobre él acomodamos un corsé negro decorado con detalles plateados que dibujan formas sinuosas sobre la tela y una falda gris brillante, abierta por la parte frontal, que deja al descubierto mis piernas enfundadas en un ajustado pero ligero pantalón de cuero negro. Por suerte para mí, Lyra no pone pegas a que lleve mis botas. Al parecer, según su criterio, le dan un toque “rebelde” a mi conjunto.

Pero tu cuello está demasiado expuesto… alguien podría intentar cortártelo hoy.

Al menos yo aún me reconozco debajo del cuero y el brillo, pero Diana parece a punto de pedirle disculpas a Péloran por el conjunto que Lyra ha improvisado para ella.

Aunque no es ni la mitad de revelador que el vestido rojo de la fiesta de Uranfena, Diana parece sentirse igual de incómoda. Como Lyra no tenía nada que le sirviera, hemos echado mano de la ropa que nos proporcionó Ambrosio el día que salimos de compras, con algunos retoques, claro, porque según nuestra amiga, el vestido era “tan recatado que hasta la castidad lo envidiaba”.

Lyra, por su parte, está en su salsa. Su corsé es un estallido de color: tonos púrpura, rojo y dorado entrelazados en patrones sinuosos que rodean un escote profundamente revelador que le da un aire tan festivo como provocador. Lo combina con una falda corta abierta en los costados y unos pantalones ajustados que le permiten moverse con soltura, además de botas altas que mantienen el conjunto práctico. Llamativa, sí… pero preparada para lo que pueda surgir.

¡¡Tu muerte… eso es lo que puede surgir hoy por seguir metiéndote donde no te llaman, criatura insensata!!

—¿Listas? —pregunta Lyra mientras se acomoda un poco el pelo.

—Recordad que tal vez Oslor esté trabajando con la secta —apunto—. De ser así, no sería descabellado que sospeche de nosotras. La súcubo de la casa de Uranfena nos vio, aunque fuesen solo unos pocos minutos…

—De ser por ti hubiesen sido un par de horas —bromea Lyra.

—Muy graciosa… —protesto.

—Ceres tiene razón —interviene Diana—. Mejor andarnos con ojo.

—Esperemos que la cantidad de gente que haya ahí dentro sea suficiente para hacerle desistir en caso de que intente algo contra nosotras —nos intenta tranquilizar Lyra.

Diana se revuelve algo nerviosa.

—Esperemos que sí —nos dice—. Pero no está de más que repasemos el plan una última vez.

—Está bien… —suspira Lyra con exasperación—. Entramos a la fiesta. Yo me encargo de que los invitados lo pasen bien y no deje de correr el vino. Diana se queda conmigo, controlando la situación…

—Y evitando que te emborraches con tanto brindis —apunta Diana con seriedad.

—Qué poca fe en mí —se queja Lyra antes de seguir—. Tu cometido es estar pendiente de cualquier movimiento sospechoso por parte de nuestro anfitrión.

—Y mientras —prosigo—, con el pretexto de asegurarme de que la tarta y los preparativos están bien, me escabullo por el local en busca de pistas sobre la secta.

—Exacto —confirma Lyra con una sonrisa—. Yo distraigo. Tú investigas. Y Diana… me vigila para evitar que acabe bailando sobre la barra.

—Y para evitar que nadie intente matarnos en el proceso —puntualiza Diana, torciendo el gesto.

Lyra asiente con una fingida mueca de fastidio que me hace sonreír antes de dirigir sus pasos hacia el local. Agradezco su capacidad de usar el humor para relajarnos.

Para algunos es más relajante despellejar algo… deberías probarlo.

Respiro hondo, ignorando la imagen mental, antes de seguirla.

Cuando entramos en el burdel, este nos engulle con su rugido de música, aroma a comida y calor humano. El salón principal está a rebosar de gente, la mayoría de la cual rompe en aplausos al ver llegar a su anfitriona.

Lyra sonríe como si hubiera nacido para esto.

Diana traga saliva, sujetando la caja con su armadura como si fuera un escudo.

Yo inspiro despacio, evaluando las salidas, los pasillos laterales y los rincones estratégicos.
—Bien —murmuro—. A sus puestos.

Lyra se desliza entre la multitud con una gracia exultante, saludando a conocidos, lanzando besos al aire, recogiendo vítores. En apenas un minuto, ya la están pidiendo que suba al estrado.




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