47.Diana
No puedo describir el placer que me provoca volver a colocarme mi armadura. Es como si su solo tacto fuese suficiente para quitarme esta sensación de suciedad que me causa estar en este lugar tan depravado.
Siguiendo las indicaciones de Lyra, hemos llegado hasta la alacena donde descansa la grotesca tarta que guarda en su interior nuestras armas. La cara de diversión de mi amiga mientras extraía el equipo de dentro me va a costar olvidarla. A veces me cuesta entender cómo consigue buscar la parte divertida de cualquier situación.
Una vez equipadas, Ceres nos guía hasta la bodega. El burdel se encuentra sumido en el caos, así que al personal no parece importarle vernos tan pertrechadas. Una vez allí, aseguramos la puerta desde dentro para que nadie nos moleste.
—Oslor me dijo que estaba debajo de los barriles —indica Lyra.
Me dispongo a moverlos, esperando encontrar resistencia a causa de su contenido. Sin embargo, los desplazo con suma facilidad ya que, como era de imaginar, están prácticamente vacíos. Lyra parece percatarse y sonríe algo avergonzada.
—Me temo que mañana Oslor va a tener que reponer todas sus reservas —comenta.
Ceres se ríe sin pudor mientras yo me limito a resoplar, apartando el último de los barriles y dejando al descubierto una pequeña trampilla. Me dispongo a coger el tirador de esta cuando Ceres me detiene.
—Quieta —me ordena—. Podría tener algún tipo de trampa. Déjame a mí.
—Está bien —le digo mientras le cedo espacio.
Ceres se acuclilla junto a la trampilla y empieza a pasar con suavidad sus dedos sobre la tapa. A continuación, acerca la oreja a la madera mientras le da unos pequeños golpecitos con los nudillos. Tras un par de minutos más de pruebas, se incorpora.
—Parece seguro —nos indica al tiempo que tira de ella hacia arriba.
La trampilla se abre con un chirrido estridente y un olor espeso, a humedad estancada, nos golpea desde abajo. Al asomarnos, vemos una escalera de metal anclada a la pared del agujero que se abre y desciende hacia la penumbra.
—¿Por qué siempre tenemos que terminar adentrándonos en la oscuridad? —protesta Lyra—. ¿Acaso los ladrones no podrían tener su sede en un lugar soleado, para variar?
Empatizo completamente con ella. Tampoco disfruto del hecho de alejarme tanto de la luz de mi señor. Pero si algo he aprendido estos días es que forma parte de mi deber traer su brillo hasta los lugares más tenebrosos.
—Bueno, para mí está bien —apunta Ceres.
—Y por eso tú irás primero —observa Lyra.
—Contaba con ello —Ceres saca su estuche de herramientas—. Alguien tiene que encargarse de que no terminemos activando algún tipo de trampa ahí abajo.
—No te preocupes por la oscuridad —intervengo para tranquilizar a mi amiga—. Invocaré algo de luz tenue. Lo suficiente para que nos movamos con comodidad sin interferir con las habilidades de Ceres.
Ambas me miran y asienten, así que invoco la luz sobre la maza ya que, por segunda vez, no cuento con mi escudo. Ceres empieza a descender y yo la sigo, dejando que sea Lyra quien cierre la marcha. La escalera desciende no más de diez metros. La luz de mi maza se expande a nuestro alrededor cuando llegamos a una especie de gruta tallada artificialmente.
Un hedor espeso nos rodea de inmediato. Una mezcla de humedad rancia, cuero mojado y heces.
—Voy a tener pesadillas con este olor —protesta Lyra antes de cubrirse la nariz con un pañuelo.
—No debemos estar lejos de las alcantarillas —apunta Ceres mientras empieza a avanzar por la gruta—. Al fin y al cabo, estamos debajo de la ciudad.
Lyra y yo la seguimos de cerca.
—Pues menudo lugar para esconderse han elegido los ladrones —la voz de Lyra suena amortiguada bajo el trozo de tela.
— Igual que las ratas—le digo, algo molesta con la situación—. Donde a nadie le apetece mirar.
—¡Shhhhh! —nos chista Ceres—. Mejor nos callamos para que pueda hacer mi trabajo.
—Puedo lanzar la esfera de silencio si quieres —susurra Lyra.
—Estaría bien si no fuese porque nosotras tampoco podriamos escuchar nada, y eso podría ser peligroso ahora mismo —responde Ceres en voz baja.
—Está bien —asiente Lyra.
Seguimos avanzando lentamente y en silencio mientras Ceres, encorvada y atenta, inspecciona cada metro de túnel en busca de alguna trampa. Yo intento moverme con el mayor cuidado posible para evitar, en la medida de lo posible, el sonido del roce de las placas de mi armadura.
La gruta se va estrechando poco a poco hasta que por fin desemboca en un túnel más amplio, cuyos muros de piedra adoquinada están cubiertos de humedad y musgo oscuro. Por el centro de la galería corre un canal de aguas fecales, cuyo olor es difícil de soportar. Hemos llegado a las alcantarillas.
—Genial… —murmura Lyra a mis espaldas.
Alzo mi maza para poder ver mejor el lugar y su luz nos revela un estrecho paso de hierro que cruza por encima del río de aguas negras, hacia lo que parece la continuación de la gruta. Ceres coloca un pie sobre la estructura para asegurarse de que es estable. Una vez hecha la comprobación, cruza rápidamente por encima sin emitir el menor ruido. Yo la sigo con el corazón encogido, esperando que aguante mi peso. Por suerte, aparte de algún ligero crujido metálico bajo mis botas, la pasarela resiste. Lyra pasa corriendo con los ojos entornados y la nariz arrugada por el asco.
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Editado: 15.12.2025