Escasez de luna

CAPÍTULO 17: EXTRAÑAMENTE DULCE

Paulette

Después de lo que para mí parecieron varias horas, aunque en realidad fue como una media hora, empecé a sentirme más tranquila. Sin embargo, este rincón seguía siendo el lugar más seguro de toda la habitación, así que decidí quedarme ahí.

Trazaba varias formas con mi dedo índice en la alfombra roja que cubría el suelo. Era la única manera que se me había ocurrido para distraerme y evitar los pensamientos oscuros que inundaban mi mente.

La puerta se abrió con fuerza y me asusté aún más cuando vi a Azael entrar a la habitación. Tuve que levantar mucho la cabeza para poder verlo gracias a su gran altura. Sus ojos recorrieron cada rincón, como si me buscara desesperadamente, hasta que movió un poco la nariz y volteó hacia mí, como si con solo oler el aire supiera dónde estaba. Su mirada me escaneó y me sentí aún más pequeña de lo que ya soy.

—Paola —su voz salió casi en un susurro y con rapidez se acercó a mí, mi piel se erizó cuando puso una mano en mi hombro. Sus ojos mostraban la profunda preocupación y una chispa de miedo.

Mis ojos encontraron los suyos y mi cuerpo comenzó a temblar. No, no podía ser otro ataque. Mis ojos se volvieron llorosos y me removí apartando su mano de mi hombro con fuerza.

—¡No me toques! —grite exaltada y solté algunos sollozos.

Él no se inmutó, se quedó quieto un momento hasta que su suave voz se hizo presente.

—No temas, no voy a hacerte daño… —su voz era baja y tranquila y sorprendentemente me comenzó a tranquilizar, su aroma me gusta mucho. Está sentado en el suelo a tres pasos de distancia, extendió sus manos y me miro fijamente con una expresión de dulzura. —ven, puedes confiar en mí.

Mordí mi labio inferior y solo dude unos segundos hasta que mi cuerpo se movió por sí solo y con rapidez me acerque a él y lo abrace.

Ahora me sentía inundada por su calor y un perfume que se mezclaba con su aroma corporal. Sus brazos me rodearon y me apretó contra su cuerpo haciéndome sentir tan segura.

Su mano izquierda estaba en mi espalda mientras que la otra acariciaba mi cabello. Me sentía confundida, pero al mismo tiempo aliviada.

Tal vez por el hecho de que alguien me brindaba compañía en uno de mis momentos de quiebre o tal vez simplemente era otro juego.

Me maldije por ser una tonta que lloraba por todo, tal vez por eso no me tomaban en serio. No solo por ser omega, sino que también por ser una tonta sentimental.

—Ella está muerta… —susurre entre pequeños sollozos y no creo que Azael me haya escuchado.

—No es así.

Su voz era baja, pero trasmitía demasiada seguridad en ellas que casi le creo.

—¿Cómo estas seguro? ¡No puedo sentirla, ya no hay nada!

—Ella aún vive, puedo sentirla. —sus palabras hicieron que abriera un poco la boca, había quedado sin palabras, ¿lo que decía era cierto? Y si fuera así, ¿cómo es posible que pueda sentirla?

Azael alejó un poco la cabeza para que nuestras miradas se encontraran. Sus ojos grises eran firmes lo que hacía que confiara más en sus palabras.

O al menos quería creerle y sostenerme de su seguridad.

Decidí no hablar más, sentí mi voz seca y mi rostro estaba algo pegajoso por las lágrimas que seguían derramándose por mis mejillas.

Azael puso sus manos en mis mejillas con delicadeza y limpio las lágrimas—¿quieres darte un baño? —Su pregunta me tomo por sorpresa, era como si leyera mi mente, asentí despacio y me sorprendí aún más cuando en cuestión de segundos me levanto en sus brazos y por instinto rodee su cuello con mis brazos para sostenerme.

—Puedo caminar… —mi voz salió silenciosa y podía sentir un ligero calor en mis mejillas.

—Lo sé, pero no quiero que te esfuerces.

Camino hasta el baño y con agilidad abrió la llave de la bañera aún conmigo en brazos, me sentó con cuidado sobre el inodoro y comenzó a buscar algunas cosas para el baño.

—Que prefieres, ¿rosas o lavanda? —cuestiono mientras observaba la fila de productos de baño en la repisa a un lado de la tina.

—Lavanda —conteste casi de inmediato, me gusta su aroma, además de que me ayuda a tranquilizarme.

Él asintió y puso tres bolas en el agua, me distraje cuando comenzaron a derretirse y en unos minutos ya la tina estaba con suficiente espuma como para cubrirme entera.

Azael me miró un momento y se acercó, elevando su mano hasta posicionarla en mi mejilla. Su palma era cálida y un poco áspera. —Iré por unas cosas, puedes entrar a la bañera. Regresaré en unos minutos —su voz era suave, y con su pulgar acarició una de mis mejillas.

Asentí ya que no tenía valor para hablar. Observé su gran y ancha espalda cuando se dio la vuelta y salió del baño.

Mordí mi labio inferior y removí un poco mis pies.

¿Qué debía hacer? Pasé una mano por mi largo y espeso cabello negro, para luego levantarme y comenzar a bajar mis pantalones.

Después de quitarme la camisa, miré la venda que había en mi costilla con un atisbo de curiosidad y comencé a quitarla cuidadosamente. Separé un poco los labios cuando solo vi una cicatriz.

Había curado rápidamente, dejando una delgada y no tan grande cicatriz en un color rosado algo pálido. Podía sentir el leve dolor en ella, pero al menos ya estaba cicatrizada. Entré a la bañera cuando quedé completamente desnuda; la espuma de color blanco mezclado con violeta cubrió mi cuerpo casi por completo.

Hice un moño alto con mi cabello para que no se mojara; ya después tendría que lavarlo. El agua caliente relajó todos mis músculos y solté un suspiro de satisfacción.

El toque en la puerta fue suave y miré hacia ese lugar.

—¿Ya estás en la tina? Entraré.

Estaba algo confundida. ¿Por qué va a entrar? Tal vez piense que lo robaré y no quiere eso.

—Sí, puedes entrar. Abrió la puerta y no pude evitar mirarlo de pies a cabeza. Todavía traía puesto el traje de esta mañana, no obstante, ya no llevaba el saco. Pude ver el chaleco ajustado a su torso. Tampoco tenía corbata, y el primer botón de su camisa estaba suelto, dejando ver su cuello y un poco de su clavícula. Tenía las mangas arremangadas hasta sus codos, dejando a la vista sus antebrazos, donde se marcaban algunas venas hasta sus dedos largos y gruesos.




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