Escenas de la infancia de La curva de Reed

Capítulo seis. Sonríe, Iris (recuerdo de Iris pequeña)

—¿Cuántos años tiene? —le preguntó a su abuelo mientras elevaba su rostro acalorado de tanto correr, pero llena de ansiedad por conocer a un niño nuevo—. ¿Por qué se mudó aquí? ¿Sus padres también murieron?

Para Iris era normal preguntar aquello, ¿por qué un niño iría a vivir con su abuela si sus padres no habían muerto? Esa era su historia y a sus siete años, era la conclusión más normal en su mente.

Sintió como la energía de su amoroso abuelo cambiaba y su rostro se ensombrecía ante su entusiasmo, aun mirándolo atenta permitió que la siente en una silla alta muy cerca de la mesada siguiendo sus movimientos de una manera expectante mientras se doblaba hasta su altura para acomodarle un mechón de su cabello despeinado.

—Iris… necesito que escuches bien lo que te diré… —Asintió enérgica, con su sonrisa tierna en los labios aunque presintiera que su abuelo no respondería sus insistentes preguntas—, entiendo que te guste hacer amigos, pero no puedes acercarte a ese niño ¿está bien? Lo comprendes, ¿verdad?

—¿Por qué no? —cuestionó arrugando sus cejitas coloradas mientras pestañeaba rápido, ansiando comprender. Era la primera vez que Cristóbal Prescott le prohibía un amigo—. No estoy enferma, Cole y Mel ya tomaron su medicina del resfriado y...

—Iris… —la interrumpió su abuelo con el tono de advertencia que la llevó a expandir más sus ojos—, ¿ves ese muro allí…? —La ventanita de la cocina daba directo a la gran mansión, pero esa gigante fila de bloques solo le dejaba ver las plantas altas de la imponente edificación, de todas maneras aquella pequeña afirmó suave—, habrá muchos muros como esos entre personas como la señora Kingsley y nosotros y ese niño… —Estancó sus ojitos en el dedo índice acusador de su abuelo y el corazoncito de Iris se aceleró ante la seriedad que admiraba en su semblante—, ese niño es parte de un mundo al que no estamos invitados.

«Un muro… otro mundo…» pensó la pequeña y en su mente se plantaron ideas locas sobre una especie diferente de humanos. ¿Pero ella podía ser amiga de cualquier especie? No le importaba que tuviera cuatro brazos o cinco ojos… aunque lo había visto en la ventana y parecía tener dos.

—Pero si sus papás murieron debe sentirse solo… —Analizó intentando ver a través de la ventana aquella luz que aún resplandecía en la planta alta de la mansión—, puedo invitarlo a jugar para que no esté triste… yo dejé de estar triste cuando tuve amigos aquí.

No llegaba a comprenderlo en ese entonces, su abuelo negaba sonriente pero seguía diciéndole que no y para Iris no había mejor medicina para olvidarse de una tristeza que tener con quien divertirse y que te arranquen sonrisas.

«¿Por qué entonces no la dejaban ser amiga de ese niño? Hacerlo olvidar su tristeza un ratito».

—No te preocupes por él, tiene a su papá, a su abuela y mucha gente que lo cuidará para que no esté triste. Tú… —Lo vio retener el aire, por primera vez contempló a su abuelo tenso y como sus ojos no tan cansados en ese entonces, se perdían también en la construcción—, tú solo mantente alejada, pequeña, si la señora Kingsley se enoja conmigo deberé buscar otro trabajo lejos y ya no podré cuidarte.

Pocas veces había visto a ese mujer, quizás una que otra vez que se escabullía en el jardín para ayudar, según ella, a su abuelo, pero eso había sido varios meses antes de que ese muro existiera, no obstante, en esas oportunidades que la encontró, le pareció una hermosa bruja que la miraba con desagrado.

—Está bien… —Aceptó bajando su mirada hacia sus manitos aún sucias y jugó son sus deditos, resignada. Ese era el único empleo de su abuelito, no era muy viejo pero encargarse de una niña de su edad, pero siendo los dos solitos, no le dejaba mucho margen para tener otro trabajo y mucho menos, lejos de ella—, ¿pero puedo saludarlo si nadie me ve…? No me acercaré, solo de lejos.

—Aunque te diga que no lo hagas, lo harás de todas maneras… —respondió su abuelo mirando de soslayo la traviesa curva de su nieta que se expandió inmensa nuevamente con esa renovada ilusión infantil —, pero no te acerques, Iris, obedece a tu abuelo, a veces simplemente… no puedes ser amigos de todos.




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