Caminé por lo que creí una eternidad, las piernas me ardían y sentía que mi garganta se iba a secar completamente si no ingería por lo menos algo de agua. Subí la faldilla de mi vestido con mis manos, y me fijé en cada surco en el cual metía mis pies. El sol ya se había puesto en lo alto, y el cansancio me mareaba de par en par, recordándome que sólo escapé de milagro y que nada me certificaba que podría sobrevivir a las nuevas adversidades que me aguardaban.
Era un bosque muy diferente al que observé en la penumbra, los árboles se veían mucho más robustos y frondosos, era difícil saber con certeza cuanto había caminado y, sobre todo, por dónde. Una ráfaga de viento azotó mi herida en la mejilla y recordé que no la había tratado. Como el dolor era mi más fiel acompañante desde hacía un tiempo, no recordé que Julián me había entregado una especie de medicina.
Me apoyé en un roble con las ramas conectadas entre sí, dando la imagen de un pequeño banco y me senté sin reparos. Me froté las piernas con diligencia y después sacudí mis brazos entumecidos, coloqué mi cabeza contra el respaldo y abrí el ungüento.
Ahogué un quejido cuando me rocé el rostro. La textura de mi mejilla era asquerosa, parecía como si el príncipe hubiera tallado alguna especie de marca en mi mejilla con su daga en vez de solo cortarme la palma. La herida de mi mano ya había sanado. Lo hizo de forma cruda y nada agradable. El corte fue lo suficientemente superficial como para no necesitar curación y suponía que tenia que agradecerlo, o era probable que ya estuviera muerta debido a la infección, o tal vez, con una extremidad menos.
Observé mis sucias manos y suspiré, esto era lo mejor que podía hacer por mí. Tal vez era mejor que nada, pero seguía siendo un asco. Todo era injusto y odiaba a todos, en especial al príncipe. ¿Qué había pasado con él después de aquella fatídica noche? Seguro que nada. Seguro que vivía tranquilamente sus días sin que nada lo perturbara, pero lo que no comprendía del todo, es ¿en qué me había convertido? ¿qué era lo que me sucedió?
Nadie sabía darme una respuesta. Nadie me decía cual era el supuesto ritual o conjuro que tenía. Ni siquiera era capaz de entender porque una persona que me había tratado tan bien durante tantos años de repente cambiaba y me hacía algo como esto.
Tal vez solo quería un motivo para cancelar el compromiso.
Mi corazón se afligió. Esa tenía que ser la verdadera razón. Cerré los ojos con pesar y me quedé estática sin saber qué hacer a continuación. Primero tendría que encontrar una forma de marcharme de ahí para buscar un refugio en donde descansar.
Un paso a la vez, antes de correr y caer hacia atrás retrocediendo otros cinco.
Sentí como mis ojos escocían y me advertían sobre el par de lágrimas que deseaban desligarse de mi ser y volverse parte del ambiente sin tener que soportar mi terrible fragilidad. Lloré en silencio por un largo tiempo, lo hice hasta que no tenía nada más que dar, me convertí en un cascarón vacío, seco.
Cuando dejé de compadecerme, un extraño presagio colmó mis sentidos y la visión de una mujer frente a mí fue suficiente alerta para que me separara del árbol en un santiamén y me preparara a correr si fuera necesario.
—No puedes pasar de aquí, está prohibido—manifestó con cierto malestar, el cual se encontraba en sintonía con su expresión hostil y mirada penetrante; sus rizos rojizos no hacían más que aumentar su apariencia de víbora letal, y aun con eso, no podía negar lo absoluto de su oscura belleza.
—¿Nos conocemos? —pregunté sin entender el motivo de su fastidio.
Quise reafirmar mi postura y enderezar mis hombros para crear una imagen menos indefensa, algo que no pensaba ni mucho menos era cierto, pero aquella mujer intimidante no tenía por qué saberlo.
—No, pero no necesito conocer a una sucia esclava de sangre.
—¿Y tú quién eres?
Comenzó a reírse y negó.
—¿Quién será tu amo que te tiene tan maleducada? —siseó—. No puedo creer que una esclava se atreva a cuestionarme. Creo que tendré que enseñarte modales.
Introdujo una mano en uno de los bolsillos de su inmaculado vestido, de un color negro profundo, que se adhería a su cuerpo como si fuera parte de este. Sacó un extraño palo de madera el cual apuntó hacia mí.
—No sé de qué estás hablando.
Se quedó estática y me contempló de una manera incómoda. Como si tuviera frente a sus ojos un montón de basura.
—Por supuesto que algo tan insignificante como tú jamás podría hacerme daño. Solo mírate, me resultas tan patética con esa mirada, y te encuentras a la espera de que me digné a compadecerme de ti —una punzada de culpa me llegó justo al cuerpo y pensé en Julián, y cuanto se arriesgó para protegerme. La chica avanzó hasta quedar a unos dos metros de distancia—. Sé lo que eres y no quiero pestes como tú en mis dominios. Tú no perteneces aquí y tendrás que pagar por intentar cruzar sin permiso.
—¿Tus dominios?
Me lanzó una sonrisa ladina y sus ojos cambiaron de una tonalidad ámbar, a algo más profundo, semejante al color de las aguas pantanosas y macabras. Su cabello comenzó a alborotarse y su cuerpo levitaba, fue entonces cuando un destello se proyectó hacia mí y me hizo colisionar contra el enorme roble a mis espaldas, aturdiéndome un momento. Alcancé a hacer contacto visual con la infame criatura y creí encontrar algo similar en sus ojos.