Esclavos

Esclavo1

ESCLAVO1

New York 2006

La orgía del dinero recorre las calles, los despachos, la banca reparte pasta sin la menor vergüenza ni temor.

Esclavo1, es un triunfador, el dinero va a su encuentro, en sus manos se multiplica. Los inversores lo han consagrado. Es el perfecto prototipo de hombre inteligente con mucha intuición para las inversiones y un don de gentes al que no puedes negarle una petición de fondos, además los devuelve incrementados.

Sus clientes son hombres de negocios mayoritariamente, representantes de fondos, fortunas, e inversores de todo tipo. Un fuerte atractivo masculino y ciertamente sex appeal, lo hacen compañero ideal para juergas, noches locas y cualquier otro festín entre machos alfa.

Cuando la fiesta toca terminarla con chicas caras - carísimas. Por supuesto es el primero en sacar la tarjeta. En los días siguientes, sus “amigos” no olvidan la fiesta, confiándole fondos, secretos y fortunas, que con muy buen criterio él siempre aumenta prudentemente, así ha conseguido labrarse una imagen de hombre de confianza sin resquicios.

Escasas son las noches que pasa en soledad. Teme a sus pesadillas, desfilan por su cabeza otros anhelos, otros deseos, otras pulsiones, que le piden a gritos salir a buscar “felicidad” de forma más “creativa”. No obstante, él los mantiene a raya, un par de gin-tonic, o una pastilla para dormir, y el día siguiente llega con su vorágine. Hipnotizado por su exitoso trabajo, inundado de llamadas y clientes que lo invitan a mil formas de disfrutar del dinero, así que esa búsqueda de “felicidad creativa “permanece adormecida por el ruido de la felicidad diaria.

Esta tarde de sábado, le ha fallado el plan inicial. Ha decidido tomar un descanso. La cabeza ruge de tanto estrés, tanta búsqueda de beneficios, tanto cliente afable, tantos amigos divertidos. No le apetecen.

Coge el coche, conduce lejos; los rascacielos se pierden en el espejo retrovisor; el verde de los campos rodea al descapotable, hasta el aire huele diferente. Le llama la atención una pequeña agrupación preciosa y armoniosa de viviendas como de cuento, abandona la carretera principal. Los seductores caminos secundarios, transcurren entre ricas mansiones. Complejos exhibicionistas del lujo indecoroso que inunda los barrios ricos de la gran manzana. Escondido entre tanto fulgor, vislumbra a un pequeñito, frágil y despistado niño. Morenito, grandes ojos negros, cara redonda, posiblemente 9-10 años. Vestido sin elegancia, sin las estridencias de rico. Es obvio que no pertenece al estatus del barrio, posiblemente hijo de alguna familia emigrante que trabaja en la zona. De pronto el olfato del depredador durmiente que Esclavo1 ha mantenido a raya, despierta. Ve una oportunidad tan desaprovechada, se acerca al niño, coge unas carísimas gafas de sol de la guantera y se las ofrece desde la portezuela del coche, diciéndole.

Cógelas te las regalo, las dejó olvidadas un amigo y no me gustan, ven acércate si las quieres.

El niño, ya de por sí, sorprendido por el imponente perfil del Corniche, su rugido, su brillo, su impacto sensual. Le susurran ven sube, sube, sube…., Bastó con oír la invitación del conductor de semejante juguete, para acercarse de inmediato. Alarga su manita y coge las gafas; de pasta marrón translúcida y cristales de espejo dorado. En absoluto elegantes, pero si de marca, el niño a pesar de no saber apreciar el coste, está deslumbrado por el aspecto.

Qué bonitas, gracias, se las regalaré a mi mami – dijo, con una sonrisa infantil de agradecimiento, muy contento con ese regalo tan improvisado.

¿Dónde está tu mamá?, si quieres te llevo – pregunta a la vez que propone Esclavo1.

Está trabajando en esa casa, tardará todavía un buen rato en terminar – responde el niño señalando la enorme mansión que ocupa la manzana.

Veo que estás aburrido, ¿Quieres ver cómo es el coche? – Tienta de nuevo la curiosidad del chiquillo, pisando el acelerador, hace rugir a la potencia durmiente.

Cara de sorpresa, ojos muy abiertos, sonrisa que avisa de su brillante ingenuidad. Evidencian que ha picado el anzuelo. Su mano se mueve hacia el tirador. Un impulso interior la retiene en el aire. Quizá una sombra de duda ha cruzado por la mente del niño temeroso. Que mira a los ojos a Esclavo1, diciendo “no me atrevo, pero muero de ganas….”

Esclavo1, flexiona su cuerpo hasta alcanzar el tirador interior de la puerta del coche, que tiene el cristal bajado. Lo que le da un aspecto menos amenazador que una gran puerta normal. La empuja y se abre, dejando a la vista una preciosa tapicería de cuero color miel, y una moqueta roja, que dan buena cuenta del extremo lujo del coche.

El niño se acerca rozando los bordes de la portezuela, acaricia los detalles de madera. Siente el deseo incontrolable de probar aquel asiento digno de un príncipe.

Ven siéntate, mira tiene un botón para subir más alto – le explica Esclavo1, al tiempo que cierra la portezuela con la excusa de pulsar los botones de control de movimiento del asiento.

Qué chulo, cuando se lo cuente a mis amigos no se lo van a creer – parlotea el niño, que embelesado admira el salpicadero y los indicadores de velocidad del coche.

Esclavo1, pisa otra vez el acelerador. Al sonido desbocado de los caballos, se une una música alegre; la aguja de las revoluciones rebota arriba y abajo.




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