Esclavos

Esclavo4

Residencia Saint Alipius – Ballarat 1978

Esclavo4, acaba de cruzarse en el pasillo con el Hermano Cristiano Esclavo7, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, resucitó el miedo de ir al dormitorio esta noche, cerró fuerte los ojos deseando tener alas y escapar de sus asquerosas manos. Le aterroriza la visita más que segura del hermano. Dada la hora de la tarde, seguro que le toca turno de guardia de noche. Y él ya sabe que pasará por su cama tarde o temprano. Después de estas visitas acaba llorando en la oscuridad, impotente, culpándose por cobarde, porque no es capaz de hacerle frente, porque se rinde ante sus amenazas, porque consiente en dejarle hacer esas cosas que tanta repulsión le producen. Por si fuera poco el hermano lo culpa por ser satanás, porque le hace cometer pecados, porque descarga en el pobre chico la culpabilidad de sus acciones.

Esclavo4, sospecha que sus compañeros también reciben las visitas de Esclavo7 y de otros hermanos cristianos, incluso algunas veces vienen acompañados por desconocidos. Pero nadie dice nada, todos son culpables, bajan la cabeza, cuando se cruzan con ellos por los pasillos, comedores, todos se sienten culpables. Recuerda hace un par de meses que uno de lo chicos mayores, organizó una gran pelea en el comedor, precisamente con Esclavo7, al que acusó en presencia de todos de haberlo tocado y aunque quiso decir más cosas, dos hermanos que estaban cerca, lo cogieron por los brazos y lo sacaron del comedor. Aquella noche, sus cosas ya no estaban su mesita, nunca más volvieron a verlo. Así que todos callan y dejan hacer, cada uno supera sus traumas como puede.

Éste es el precio a pagar por los chicos abandonados por sus familias, que no reciben visitas nunca de nadie y que en definitiva no interesan a nadie.

Esclavo4 pronto cumpliría 13 años. Comenzó a sentir algo con las chicas, le daba pavor intentar decirles algo de entre tantas cosas como le cruzan por la cabeza, además se siente tan culpable de lo que pasa por las noches, que es incapaz de reunir el valor necesario para romper su silencio.

Durante el día cuando se encuentra con una de las chicas en el comedor o haciendo alguna actividad, se queda embobado mirándola. Es la morenita de ojos redondos, el pelo cogido en dos trenzas. Ella le devuelve una sonrisa tímida con la cabeza baja. Cuando recibe la visita nocturna del hermano la situación no puede ser más contradictoria y desagradable.

Al año siguiente con catorce años cumplidos. Ha madurado lo bastante para ser consciente de que pasa. Una mañana de Abril, que ilumina hasta los más oscuros rincones de la residencia. Esclavo4 se dirige a la planta baja donde tienen que asistir a una ceremonia religiosa, lleva en sus manos un par de libros y un cuaderno de la clase interrumpida. Se cruza con Esclavo7 que sube la gran escalinata circular que comunica ambas plantas, al encontrarse con él, le hace un gesto que da a entender que lo visitará por la noche. Nada más verlo baja los ojos, del nerviosismo se le caen los libros. Esclavo7 en un supuesto gesto de amistad, hace un intento de agacharse a ayudar.

Ese instante perfecto, un rayo fugaz cruza la cabeza de Esclavo4, que en un gesto improvisado, da un empujón lateral al hermano.

De pronto una sonrisa se dibuja en su cara. La situación es cómica, nada puede ser más reconfortante que ver al cerdo, envuelto en la sotana, dando vueltas escalera abajo. Ya da un cabezazo aquí, ya sale una pierna por allí, vuelta de sotana brazo arriba, voltereta pierna retorcida. Con las manos en la boca contiene una gran carcajada que amenaza con dejarse oír, amplificada por el hueco de la escalera, en todo Saint Alipius.

El espectáculo termina con la cabeza del “hermano cristiano” impactando contra las baldosas de la planta baja, el cuerpo desparramado sobre los primeros escalones. La sotana por la cintura, las piernas en una posición imposible, un hilo de sangre comienza a manchar el suelo. La carcajada mutó al miedo, sus manos no cambiaron de sitio, pero si cambiaron de función, ahora cubrían una mueca horrorizada. El temor por las consecuencias estalló en su cabeza, evidentemente no iba a quedar sin castigo. Aquella misma tarde estaba en el despacho del hermano mayor.

Toma asiento hijo – le indicó el hermano mayor, responsable del funcionamiento de la residencia.

Esclavo4 temblando, se sienta al borde la silla, no quería ni siquiera hundir el asiento.

Tú me dirás, qué ha pasado, porque tengo entendido que estabas precisamente a unos centímetros del hermano – lo invitó a explicarse, con un tono de voz profundo, notablemente forzado, junto con un gesto serio, una mirada de desaprobación ardía en los ojos del hermano mayor.

Como le han dicho bien, yo estaba un escalón más arriba que el hermano, que subía a toda prisa. Al verme me indicó que me apartara a un lado, pues venía directo hacia mí, Como conozco su genio, de un paso rápido me eché a un lado, pero con ese movimiento se me cayeron los libros al suelo. El bueno del hermano, cuando los vio que iban a salir rodando escaleras abajo, se desvió de su trayectoria e intentó agacharse a cogerlos. Seguramente en ese movimiento tan brusco, debió pisar mal el escalón, yo apenas me di cuenta, que perdía el equilibrio y comenzó a rodar, mi primer gesto fue acercar mi mano para intentar cogerlo, pero llegué tarde, él ya estaba comenzando su caída. Fue un horror, la verdad; cierro los ojos y veo al pobre dando vueltas y golpetazos por la escalera, me duelen a mí los golpes – dijo con una falsísima humildad, que casi le delata, pues todo el tiempo, estuvo luchando por mantener la comisura de los labios hacia abajo, su mente sonreía y la cara quería decirlo, tal fue el esfuerzo, que comenzó a sudar del apuro.




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