Esclavos

Esclava 5

Costa de Amalfi 2003

Hay momentos en la vida que nos definen para siempre, el viaje que hicieron Esclava5 y su familia por la costa de Amalfi, dejó una huella en todos ellos que el tiempo no puede borrar.

Agotadas tras una mañana caminando por paisajes de ensueño, preciosos, con vistas al mar desde precipicios vertiginosos. Exhaustas por el calor del verano, su hermana Irene y ella iban protestando. Querían volver al coche y dejar de dar vueltas. Tenemos hambre, vamos a comer ya, dijeron a su padre.

  • Estoy cansada y mi hermana también, vámonos al coche a buscar un sitio donde tengan esa comida italiana deliciosa – pedía Irene a su padre, tan hermosa como dulce y joven. Apenas había cumplido dieciocho la semana pasada. Ojillos pequeños vivarachos, unas pecas en las mejillas, dos hoyuelos que hacían de sus sonrisas un recuerdo inolvidable, el flequillo siempre revuelto, el resto del pelo recogido en una coleta. Era ella el reflejo de su madre, el padre pasaba el tiempo mirándola con ternura.
  • Sois dos pesadas, para una vez que hemos llegado hasta aquí, ahora queréis iros corriendo. Sólo porque hace calor y tenéis hambre. Si no fuera porque vuestra madre no me deja, os pensaba dejar pasar hambre un buen rato más, así que agradecérselo a ella.
  • Gracias mami – dijeron ambas al unísono, a una madre ausente, se uniría al grupo en Florencia. Mientras encaminaban sus pasos cuesta abajo hacia el coche.
  • Esperad que llegue – advirtió el padre.

El ímpetu y las ganas de jugar de ambas, hicieron oídos sordos a la petición del padre. Llegaron al coche. Estaba extremadamente caliente, Irene puso el vehículo en marcha para que el aire acondicionado hiciera su trabajo. Se sentó al volante, haciendo que conducía, rápida por las curvas de la costa.

  • ¿A que no te atreves? – le dijo Esclava5

Irene era muy competitiva, sobre todo con su hermana menor, pasaban el día en guerra continua, aunque no lo confesaban, entre ambas no había la conexión y el amor que son propias entre hermanos, sólo una lucha por ser la favorita del padre o de la madre, eran hermanas de padre, pues él se había casado por segunda vez. Esclava5 nació de ese matrimonio. Irene no la soportaba, muy influenciada por su madre, que culpaba del fracaso de su matrimonio a la jovencita descarada que le había robado al marido. Esclava5, siempre se llevaba la regañina, la culpa o cualquier castigo que hubiera en juego. Sólo eso satisface a Irene, en sus continuas confrontaciones. A diario el padre tenía que intervenir.

  • Acaso piensas que no soy capaz de conducir el coche, siéntate y mira – respondió Irene, muy crecida ante su hermana.
  • Pero si no tienes carnet de conducir, ni tampoco lo has llevado nunca, claro que no te atreves, estás loca – respondió Esclava5
  • Para que lo sepas, he cogido el coche de mi madre antes, no es nada difícil, verás como lo llevo hasta la curva – respondió Irene, incapaz de admitir que no tenía ni idea de cómo mover el coche.
  • No tienes valor tía, eres una bocazas – se burlaba Esclava5.

Esta fue la gota que faltaba. Irene enfadada, pisó con fuerza el pedal del acelerador, no pasó nada, entonces recordó los movimientos que hacía el padre, para iniciar la marcha, empujó la palanca de cambio a “Directa”, era un coche automático, le dio un patadón al acelerador. El deportivo respondió con brío al acelerón, llevando el coche carretera abajo, hacia la curva cerrada en que terminaba la bajada empinada.

Se oyó al padre gritar a pocos metros, moviendo las manos en alto, PARAD – PARAD

Pero el coche, no sabía de órdenes verbales, siguió su alocada marcha. Irene aún enfadada, no levantó el pie. El padre miró hacia donde se dirigía el coche. La curva giraba hacia la derecha; a la izquierda el precipicio sobre el mar. Vio abrirse la puerta derecha y salir rodando a Esclava5. En el siguiente instante, el coche se estrelló contra el quitamiedos, destrozándolo, atravesó la última barrera. El grito del padre desgarrado IRENE, se oyó en todo alrededor. Desapareció el coche de la vista. Se asomó inmediatamente por el hueco dejado en las barreras. Esclava5 estaba levantándose del suelo, algo dolida, se unió al padre.

El horror, no era suficiente, el padre gritaba IRENE , IRENE una y otra vez, era evidente que no podía estar viva. Abajo, muchísimos metros abajo, al borde del agua. Humeaban los restos del deportivo, el cuerpo ni se veía, seguro que estaba atrapada entre los hierros.

  • Tú eres la culpable, seguro que te has puesto a pincharla como siempre – dijo el padre rabiando de impotencia.
  • Una tonta menos en el mundo – respondió airada Esclava5




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