Beatrice estaba sentada en el sofá, con las manos entrelazadas sobre las rodillas, esperando que su hijo terminara de ordenar sus ideas. Alexander seguía de pie, respirando con dificultad, con los ojos empañados por las lágrimas.
—Madre… —murmuró con la voz ronca—. Ya sé lo que tengo que hacer.
La mujer levantó la mirada, expectante.
—Encontraré una madre para Austin.
Los ojos de ella se abrieron de par en par, como si su hijo acabara de anunciarle una locura sin sentido.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó, incrédula.
Alexander sostuvo su mirada con calma y determinación.
—Lo que escuchó. Le buscaré una madre. Una mujer que lo quiera y lo cuide como Juliette nunca lo hizo. Me casaré con ella si es necesario… por contrato.
—Tú sí que estás loco, Alexander. Eso es una tontería.
Él negó lentamente.
—No lo es. Piénselo bien y verá que tengo razón. Austin necesita algo que yo no he podido darle solo…—se volvió hacia la puerta—. Iré al colegio.
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Cuando Alexander llegó al establecimiento, su humor era fácil de notar. Cada paso que daba por los pasillos resonaba igual que la furia que le latía en el pecho. En cuanto la secretaria lo vio, lo condujo a la oficina de la directora.
Una mujer mayor, de cabello blanco recogido y expresión severa, lo invitó a sentarse.
—Señor Campbell —saludó.
Alexander no se sentó.
—Quiero saber por qué expulsaron a mi hijo —dijo sin rodeos—. Y quiero saber quiénes fueron los niños que lo golpearon.
La directora entrecerró los ojos y apoyó los codos en el escritorio—. Entiendo su molestia, pero la actitud de su hijo es insostenible. No obedece órdenes, es desordenado y, además, conflictivo. Respecto a la pelea… —respiró profundo—. Los niños únicamente se defendían.
—Es un niño. ¿Cómo es posible que lo expulsen por eso?
La directora se puso de pie—. Señor Campbell, la decisión es irrevocable. Y… lo lamento mucho, pero con los antecedentes de su hijo, dudo que algún colegio quiera aceptarlo.
Alexander sintió que la cara se le endurecía.
—Ya veremos —espetó—. ¿Dónde retiro el informe y los certificados de Austin?
La señora abrió la puerta y señaló hacia la recepción.
—Pídaselos a la secretaria, y señor…que tenga mucha suerte.
Él salió sin responder. Ella lo observó alejarse y murmuró—. Sin duda la necesitará.
Minutos más tarde, Alexander tenía en la mano un archivador grueso. Ni siquiera había terminado de llegar a su vehículo cuando lo abrió. Cada hoja llena de quejas, sanciones, anotaciones sobre conductas problemáticas, travesuras peligrosas, y peleas… un historial que ningún colegio querría ver.
Se apoyó en el asiento del conductor y soltó una risa amarga.
En un solo día había perdido a su esposa y ahora su hijo quedaba expulsado por tercera vez en menos de un año.
Era demasiado incluso para él.
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Al llegar a la mansión, encontró a su madre sentada en la sala de estar, con el rostro tenso.
—No sé si encontraré un colegio que quiera aceptarlo —admitió, dejándose caer en el sofá.
Beatrice suspiró.
—Ya lo suponía. Dios mío… necesitamos encontrar a alguien que nos ayude.
En aquel mismo momento su teléfono vibró.
—Es Leonore.
Se levantó y se marchó a la cocina.
—¿Aló, amiga? ¿Cómo estás? —preguntó.
—Beatrice, querida. Hace días que no hablamos. ¿Todo bien?
La aludida contuvo un sollozo.
—Mal, Leonore. Mi nuera murió.
Hubo un silencio, seguido de un jadeo.
—¿Juliette? ¿Murió? ¿Cómo…?
—Un accidente automovilístico y, por si fuera poco, mi nieto fue expulsado hoy del colegio. Sospecho que le hacen bullying por no tener a su madre presente, pero no quiere decirme nada. Ya sabes cómo son esos colegios de gente ricachona… las apariencias lo son todo, y Austin nunca tuvo a su madre.
—Ay, Beatrice… lo siento tanto. Dime qué puedo hacer para ayudarte.
—A menos que puedas hacer un milagro y seas dueña de un colegio que lo acepte, no hay mucho.
Leonore guardó silencio unos segundos… —. Espera. Mi nieta Charlotte estudia en un colegio excelente.
—No creo que lo acepten —respondió ella con resignación—. Deberías ver su hoja de vida escolar.
—Eso no es un problema —aseguró Leonore—. Sarah y Will son benefactores del colegio. Tienen becas, proyectos, donaciones… Créeme, es imposible que el director se niegue. Déjamelo a mí.
—¿De verdad harías eso por mi nieto?
—Por supuesto, y hablaré con el director para asegurarme de que nadie lo moleste.
A Beatrice se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Gracias, amiga… gracias.
—Solo envíame sus papeles y yo me encargo del resto.
Cortó la llamada y corrió al living.
—¡Hijo, hijo! —exclamó, agitada—. Tengo excelentes noticias. Leonore nos ayudará con el colegio.
Alexander la miró, sorprendido.
—¿Estás segura, madre?
—Segurísima. Esa mujer es de palabra.
Al anochecer, Alexander estaba en su habitación. Era amplia, moderna… y fría. Los tonos grises y la iluminación tenue hacían que el lugar luciera más como una habitación de hotel que como un hogar. Un reflejo perfecto de cómo él se sentía por dentro.
Se quedó de pie frente al balcón, viendo la ciudad. Las luces se extendían hasta perderse en el horizonte, pero él solo veía una pregunta repetirse en su mente:
¿Cómo le digo a Austin que su madre murió?
¿Cómo encuentro una nueva madre para él?
¿Qué diablos hago?
Un mensaje vibró en su teléfono. Lo leyó… y se echó a reír por primera vez en todo el día.
Negó con la cabeza, guardó el teléfono y levantó la mano para indicar que podía venir.
Cinco minutos después, su amigo Luke entraba por la puerta con dos cervezas en la mano.
—Amigo —saludó—. Traje refuerzos.
—Si no fueras mi vecino y mi mejor amigo, pensaría que eres un psicópata.
Luke soltó una carcajada.