Escogiendo una mamá

Capítulo 3

Alexander no buscaba una pareja. De hecho, ni siquiera tenía la cabeza para pensar en eso. Pero en cuanto Luke le habló de Tinder, sintió que se abría ante él la posibilidad de encontrarle una figura materna a Austin… o al menos, una mujer que pudiera ser parte de sus vidas desde el cariño, la estabilidad y la presencia que Juliette jamás ofreció.

Esa noche, cuando por fin se quedó solo en su habitación, abrió la aplicación y revisó.

No buscaba belleza física, ni fotos producidas, ni cuerpos perfectos. Lo único que evaluaba era algo sencillo, casi tierno: si aquella mujer podía encajar en la vida de su hijo.

Revisó los perfiles que habían dado “me gusta” primero.

Una mujer tenía como intereses los perros, las caminatas al aire libre y la jardinería.

Otra escribía que le encantaba salir a clubes, viajar de país en país y “vivir sin ataduras”.

Alexander lo tuvo claro de inmediato.

Él buscaba a alguien que disfrutara de lo cotidiano, que pudiera sentarse en el pasto con un niño de seis años y su perro sin que se le arruinara el maquillaje.

Alguien que pudiera reír sin fingir.

Alguien que mirara a Austin y realmente lo viera.

Comenzó a dar “me gusta” a las que mostraban ese tipo de intereses. En menos de un minuto la pantalla vibró.

“Tienes un nuevo match. Envía un mensaje.”

Él sonrió, aún incrédulo ante esa velocidad. Varias notificaciones comenzaron a llegar con saludos, algunos atrevidos y otro románticos.

Hola, ¿cómo estás?

¡Qué bueno coincidir!

¡Guapo, faltó desabotonar otro botón de tu camisa!

Levantó las cejas, y guardó el teléfono con un suspiro cansado.

—Responderé más tarde —murmuró.

A la mañana siguiente, cuando aún no amanecía del todo, el celular sonó con insistencia. Alexander lo tomó medio dormido.

—¿Sí?

Era Rose, su suegra.

—El funeral será mañana, Alexander.

Él cerró los ojos. No esperaba escucharlo tan pronto, todavía no estaba listo, pero le agradeció y prometió asistir.

Cuando colgó, la realidad finalmente le cayó encima.

Había llegado el momento de hablar con su hijo.

Entró al cuarto del niño. Austin estaba despierto, sentado en la cama, moviendo sus figuras de acción como si nada en el mundo pudiera afectarlo. Alexander se sentó a su lado, lo abrazó, y besó su frente.

—Buenos días, campeón —respiró profundo. Estaba consciente que no podía postergarlo más.

—Tengo que decirte algo importante.

Austin levantó la mirada, esperando. No preguntó, solo esperó, y ese gesto lo hizo aún más difícil.

Alexander tomó sus manitos pequeñas entre las suyas.

—Hijo…tu mamá falleció.

Lo observó atentamente, esperando cualquier reacción: llanto, miedo, confusión. Algo.

Sin embargo, Austin simplemente lo miró unos segundos… y luego volvió a jugar con sus muñecos.

Alex sintió un vacío en el pecho.

—Hijo… ¿Oíste lo que te dije?

—Sí, papá. Mamá murió —respondió el niño sin levantar la vista.

Aquello lo dejó sin palabras.

¿Cómo era posible tanta indiferencia? ¿Sería un shock? ¿Sería negación? O… ¿sería que Juliette nunca fue realmente una madre para él?

Tragó saliva y volvió a preguntar—. ¿Entiendes que… no volveremos a verla? Que ya no estará con nosotros.

Austin asintió. Sin emoción, sin tristeza, solo aceptación.

Un nudo se formó en su garganta.

No sabía si quería llorar por su hijo, por él mismo o por lo que Juliette nunca fue.

—De ahora en adelante estaremos los dos—continuó, acariciándole el cabello—. Haremos cosas juntos…jugaremos fútbol, acamparemos, iremos a pescar, como hacía mi padre conmigo. ¿Te parece?

El niño levantó los ojos. No había brillo, ni alegría, solo una calma que dolía más que cualquier llanto.

—Está bien, papá.

Alexander se levantó lentamente. Antes de salir de la habitación, miró por última vez a su hijo, tan pequeño, tan silencioso, y cuando cerró la puerta detrás de él, sintió el corazón destrozado. Jamás imaginó que reaccionaría así ante la muerte de Juliette. Había esperado llanto, negación, dolor. Pero lo único que encontró fue indiferencia.

Mientras caminaba por el pasillo, entendió que la ausencia de Juliette le había hecho más daño a Austin del que él quiso admitir. No solo porque ella no estuvo… sino porque tampoco quiso estar.

Ahí, la idea que había comenzado como una ocurrencia impulsiva, casi absurda, tomó forma dentro de él como una certeza.

Austin necesitaba una figura materna. No cualquier mujer, no alguien vacía.

Necesitaba cariño, estabilidad, una presencia real. Necesitaba algo que Juliette nunca le ofreció.

Y Alexander… Alexander estaba dispuesto a encontrarla. No por él, sino por su hijo.

Entró en su habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella con el pecho agitado. No logró contenerse. Se cubrió el rostro con ambas manos y dejó que las lágrimas salieran. Lloró por Austin, por todas las veces que el niño buscó a su madre y no la encontró. Lloró por sus propias decisiones, por haberse casado con una mujer que jamás quiso formar una familia. Lloró porque, por primera vez, entendía la magnitud del daño.

Y en medio de ese llanto, tomó una decisión que no pensaba abandonar:

Haría lo necesario para ayudar a su hijo a sanar.

Aunque eso significara volver a casarse, aunque significara empezar de cero.

Porque Austin merecía una madre.

Una de verdad, y Alexander estaba listo para buscarla.

Al otro día la casa estaba silenciosa.

Alexander se vistió lentamente con un traje negro.

A su lado, Beatrice ayudaba a Austin a acomodar su camisa y su pequeña corbata oscura.

Salieron de la mansión rumbo al funeral.

Al llegar, él se sorprendió por la cantidad de gente. Decenas —quizá cientos— de personas a las que jamás había visto estaban ahí, vestidas de luto, como si Juliette hubiese sido alguien completamente distinta a la mujer que él conoció.




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