Escogiendo una mamá

Capítulo 4

Los días pasaron lentamente, silenciosos y vacíos. La mansión jamás se había sentido tan enorme.

Austin no mencionó a su madre ni una sola vez.

Ni un “por qué”, o un “la extraño”, ni siquiera un gesto que mostrara su confusión o rabia. Nada. El pequeño se refugiaba en su cuarto, sentado en la alfombra, moviendo sus figuras de acción. Otras veces salía al jardín, donde corría detrás de su perro la tarde entera.

Alexander intentó de todo: lo llevaba al parque, le compraba su helado favorito, le proponía ver películas de superhéroes…pero nada funcionó. Austin respondía con frases cortas, sin expresión. Era como si la sonrisa se le hubiese apagado por completo.

Una mañana, Leonore llamó para confirmar que Austin había sido aceptado en el colegio Urbandale High, el mismo colegio donde estudiaba su nieta Charlotte.

—Yo misma hablé con el director. Nadie tocará un pelo de tu nieto, Beatrice, te doy mi palabra.

Beatrice lloró en silencio al teléfono, le dio las gracias hasta quedarse sin voz y cuando colgó, abrazó a su hijo con fuerza.

Esa misma noche, Alexander abrió Tinder nuevamente.

Esta vez no era por curiosidad, sino por necesidad.

Lo primero que hizo fue borrar la foto que Luke había tomado con la camisa entreabierta en el balcón, y la cambió por otra imagen, una donde el estaba sentado en el césped del jardín, descalzo, con Austin de espaldas entre sus piernas, los dos leyendo El principito. El niño tenía el pelo revuelto por el viento. Esa fotografía, fue tomada meses atrás, cuando creía que las cosas podían mejorar.

También cambió su biografía dejando solo su verdad: Viudo. Tengo un hijo de 6 años que necesita una madre. Busco algo serio, estable y definitivo.

Los me gusta volvieron a caer como lluvia, una notificación tras otra. Mujeres nuevas, hermosas, sin embargo, Alexander las ignoró a casi todas. No buscaba belleza, tampoco diversión.

Buscaba una mujer que pudiera amar a su hijo.

A punto de cerrar la aplicación se detuvo cuando apareció un nuevo perfil.

Valeria, 27 años. Maestra de primaria.

Su foto principal no tenía filtros ni poses llamativas, estaba sentada sobre un pupitre, con un delantal azul lleno de manchitas de témpera. El pelo castaño, recogido en una trenza, sus mofletes sonrosados y una sonrisa.

Su biografía era: Amo a los niños y amo enseñar.

Alexander le dio me gusta.

El match fue inmediato.

Ella escribió primero.

Valeria: Hola. Leí tu bio dos veces para asegurarme de que no era broma. ¿De verdad buscas una madre para tu hijo… aquí?

Alexander: De verdad, y no tengo tiempo que perder.

Valeria: Entonces hablemos claro. ¿Cuánto tiempo llevas viudo?

Alexander: Siete días.

Los puntitos aparecieron, desaparecieron, y volvieron a aparecer.

Valeria: Siete días y ya sabes exactamente lo que quieres. Eso me da un poco de miedo, la verdad.

Alexander: Mi hijo no puede esperar a que yo termine de llorar.

Valeria: ¿Y él cómo está?

Alexander: No lloró en el funeral. Ni una lágrima.

Pasó un minuto completo sin respuesta.

Valeria: ¿Quieres que nos veamos? Un café.

Alexander: Mañana a las 16.00 en el Observatorio, en el centro.

Valeria: Nos vemos mañana Alex.

Cerró la aplicación, y sus manos temblaban, no sabía si era culpa o esperanza, o quizás todo junto. El corazón le latía rápido, como si supiera que ya no había vuelta atrás.

.

.

Dia siguiente

El Café del Observatorio estaba casi vacío a esa hora. Alexander llegó quince minutos antes. Pidió una mesa al fondo, lejos de las ventanas. Se sentó con la pierna cruzada y las manos quietas sobre la madera. Parecía tranquilo, no obstante, no lo estaba.

A las cuatro y dos minutos entró ella.

Valeria llevaba un vestido gris, zapatillas blancas y la misma trenza de las fotos. Cuando lo vio, le sonrió.

—Hola —dijo, acercándose—. Eres más alto de lo que parecía en las fotos.

Alexander se puso de pie y le tendió la mano.

—Gracias por venir.

Se sentaron. Ella pidió un té con leche. Él ya tenía su café negro intacto.

Valeria habló primero.

—Entonces… siete días viudo y ya estás buscando madre para tu hijo. Eso es… intenso.

Alexander no sonrió.

—No tengo tiempo que perder —declaró con voz baja—. Mi hijo necesita estabilidad. Alguien que esté, que no se vaya. Que no lo deje solo nunca más.

—Y tú… ¿Qué necesitas tú?

—A alguien que haga feliz a Austin. El resto vendrá solo… o no vendrá. Me da igual.

—Mira, Alexander…—se inclinó un poco hacia adelante—. Yo quiero niños algún día, muchos, pero también quiero una vida cómoda. No te voy a mentir: vivo en un departamento de treinta metros cuadrados con mi hermana y su bebé. Trabajo doce horas diarias por un sueldo que apenas alcanza.

Él la miró fijamente.

—Entiendo.

—Me gustaría conocer a tu hijo, si tú crees que es buena idea.

Alex no lo dudó.

—Vamos a casa. Te lo presentaré, Austin.. es especial.

La chica tomó su bolso con una sonrisa amplia.

—Perfecto.

En el auto hablaron de cosas cotidianas. Ella se mostró amable, empática y comprensiva. Le contó que trabajaba en un colegio público, que amaba su labor, que los niños la hacían feliz. Parecía, a simple vista, sincera.

Hasta que la mansión apareció al final del camino.

—¿Vives aquí?

—Sí.

Su sonrisa se transformó, y los ojos le brillaron. No de ternura, de interés.

—Oh…vaya, no pensé que…tuvieras tanto.

El no respondió, pero lo sintió.

—Austin—lo llamó—. Quiero presentarte a alguien.




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