Alexander
No me rindo, no puedo hacerlo.
Cada noche, después de acostar a Austin, abría la aplicación y seguía buscando.
Deslizaba perfiles, leía, preguntaba, y cerraba conversaciones.
¿Te gustan los niños?...Sí, claro, son adorables… cuando están calladitos.
¿Te mudarías por una relación seria?...Uy no, yo amo mi departamento y mis viajes.
¿Estarías dispuesta a criar al hijo de alguien más como propio?...Silencio y luego un “jajaja” y un bloqueo.
Una tras otra. Hasta que una noche apareció Sophie M, 28 años.
La foto de su perfil era simple, una chica alta, delgada, caminando descalza por la orilla del mar. El cabello rubio le llegaba casi a la cintura.
Su biografía decía que amaba las caminatas, los libros, las cosas sencillas y a los animales.
Le había dado “me gusta” a mi perfil horas antes. Yo también lo hice, y esperé.
Ella escribió primero.
—Hola, Alexander. Tu descripción me llamó la atención. ¿Es verdad lo que pusiste?
—Palabra por palabra.
—Soy la mayor de cuatro hermanos. El menor tiene 9 años y desde que nació he sido como su segunda mamá. Si necesitas alguien que sepa de cargas emocionales… aquí estoy.
Sonreí, aquello sumaba puntos, sí que los sumaba.
Durante horas hablamos de familias, de lo que buscábamos, de perros, y de literatura.
—Estoy acostumbrada a cuidar niños —escribió—. El instinto maternal está en mí.
Y eso, eso sí que fue una buena señal.
Volvió a consultarme por mi biografía, y conteste con toda la honestidad del mundo—. Sí. Estoy buscando una madre para mi hijo.
Hubo una pausa larga.
—¿Y su mamá?
—Mi esposa falleció.
—Ya entiendo. Asumo que por eso hablas conmigo, ¿Crees que yo podría ser una madre para él?
Cerré los ojos antes de contestar—. No lo sé…Espero, que sea posible.
—Entonces conózcamonos —dijo ella—. Podríamos cenar mañana, a las cinco. Si quieres.
Acepte.
.
.
Reservé una mesa en el restaurante: Midnight.
Llegué veinte minutos antes. Me senté en la mesa del rincón, junto a la ventana que daba al jardín interior. Pedí un agua con gas y miré el reloj cada treinta segundos.
Pasaron diez minutos y empecé a pensar que me había plantado.
Repentinamente una figura se detuvo frente a mí.
Levanté la vista… y me quedé sin palabras.
No era alta, no era delgada. El cabello no era rubio: era negro, corto y un poco desordenado.
—Hola, Alexander.
Yo seguí mirando hacia la puerta, buscando a la chica de la foto.
Ella soltó una risa incómoda.
—Soy yo. Sophie.
Parpadeé, sorprendido.
La foto tenía que ser de cinco años atrás y cuarenta kilos de diferencia.
Quise preguntarle si había usado un filtro, sin embargo, me callé, no iba a avergonzarla, no soy nadie para juzgar una apariencia cuando lo único que busco es una mujer que pueda amar a mi hijo.
Me puse de pie, y le tendí la mano.
—Encantado, Sophie. Por favor, siéntate.
Ella sonrió.
Llegó la mesera, y nos entregó el menú.
Sophie lo tomó con un brillo en los ojos—. ¿Puedo pedir lo que quiera?
—Todo lo que quieras. Yo invito.
La mesera volvió, y Sophie habló con rapidez—. Para mí un plato de pasta, los ravioles de langosta, un refresco de manzana bien helado… y de postre el milhojas, el fondant de chocolate y un tiramisú por favor.
La mesera levantó una ceja. Yo asentí con calma.
Empezamos a hablar.
Me contó que es veterinaria, que tiene tres perros y un gato. Que le encanta leer y que los domingos hace panqueques para toda la familia.
Yo le hablé de Austin. De cómo su madre nunca lo abrazó de verdad, de cómo no lloró en el funeral. De cómo necesito a alguien que lo mire y vea al niño que hay debajo de esa armadura.
Sophie escuchó sin interrumpir.
—A los 28 ya me cansé de citas que no van a ningún lado. Quiero una familia y si eso significa querer al hijo de alguien como si fuera mío… estoy dentro.
Sentí algo en mi pecho: esperanza. Lo único que desee que es que ella fuese una buena mujer.
—¿Estás segura?, yo necesito una madre para mi hijo, no necesariamente una pareja para mí, no obstante, si hace falta casarnos, tú decides.
Ella me miro con los ojos abiertos como platos—. ¿Tan en serio lo dices?
—Completamente.
Se quedó mirándome fijamente.
—No pensé que lo diría en la primera cita, pero comprendo lo que buscas, y no me asusta.
—Me alegra —respondí—. Quiero ir paso a paso. Y… aún no quiero que conozcas a Austin. Necesito estar seguro de que eres la persona indicada.
—Lo entiendo, y no tengo prisa.
La comida llegó, y mientras tanto hablábamos de perros, de películas, de panoramas para un fin de semana, y de muchas cosas más.
No hubo silencios incómodos. Me sentí tranquilo, como si al fin hubiera encontrado lo que estaba buscando.
Terminamos casi a las nueve.
—¿Te gustaría que nos viéramos de nuevo? —le pregunté cuando la acompañé a su auto.
—Sí.
—Si todo sale bien, te presentaré a Austin.
—Claro, me encantaría.
Le abrí la puerta del vehículo. Antes de subir, se giró.
—Gracias por la cena, Alexander, y gracias por no juzgarme por… bueno, por no parecerme a la foto. Sé que estoy más gordita ahora, pero sigo siendo la misma de adentro.
—No te preocupes. Gracias a ti, por aceptar ser parte de esta locura.
No era la mujer de las fotos, pero era amable, respetuosa, simpática y auténtica. Quizás, solo quizás, era exactamente la madre que Austin necesitaba, y yo estaba dispuesto a comprobarlo.
Poco sabía yo que, en cuanto Sophie cruzara la puerta de mi casa y conociera a Austin… el desastre sería inevitable.