Escogiendo una mamá

Capítulo 6

Los días siguientes fueron lo que Alexander exactamente esperaba.

Volvió a cenar con Sophie dos veces más. La segunda vez eligieron un restaurante italiano. Hablaron de libros que leían de niños, de perros que habían tenido, y de anécdotas de su infancia.

Sophie reía con ganas, y Alexander se sintió… cómodo, casi feliz.

Cuando se despidieron esa noche, él le tomó la mano—. Si todo sale bien con Austin. Podríamos ir los tres a acampar al río. Hacer fogata, pescar, y dormir en carpa.

—Me encantaría. Llevaría mi guitarra y cantamos hasta quedarnos roncos.

Alexander sonrió, fantaseando con la imagen de una familia perfecta.

Al día siguiente, durante el desayuno, se sentó frente a Austin.

—Campeón —empezó, bajando la voz—. Tengo algo que contarte.

El niño levantó la vista de su tazón de cereal.

—Conocí a una chica que creo que te va a gustar mucho. Se llama Sophie, tiene perros, hermanos pequeños, y es muy amable. ¿Te parece si viene a casa y la conoces?

—Bueno. Trataré de portarme bien —dijo sin entusiasmo.

Alexander le revolvió el pelo.

—Gracias, hijo. Esto es importante para mí.

—¿Y cuándo vuelvo al colegio? —preguntó de pronto—. Me aburro aquí.

—Ya está todo listo. La semana que viene empiezas, pero primero… vamos a conocer a Sophie, ¿Vale?

Austin se encogió de hombros y siguió desayunando.

El día acordado llegó rápido.

Alexander pasó a buscar a Sophie a su departamento. La chica bajó corriendo las escaleras con un vestido floreado que le llegaba a media pierna, sandalias planas y el pelo negro recogido con una pinza dorada.

—Te ves muy linda.

Sophie se sonrojó y subió al auto.

En el camino, Alex intentó preparar el terreno.

—Vivo en un sector acomodado —explicó, con tono casual—. La casa es grande, la compré hace años pensando en… bueno, en una familia que nunca llegó a serlo del todo.

Ella solo sonrió, mirando por la ventana.

Cuando el portón se abrió y el auto avanzó por el camino enmarcado de árboles, Sophie abrió la boca.

—Dios mío… esto es una mansión de película.

Él soltó una risa nerviosa.

—Es demasiado grande.

Estacionó y entraron. Desde el primer piso Alexander llamó.

—¡Austin! ¡Baja, hijo!

Unos segundos después, el pequeño apareció en lo alto de la escalera, con Boby, el perro, a su lado. Bajaron despacio. Miró a Sophie de arriba abajo.

Esta se agachó con una sonrisa enorme y abrió los brazos.

—¡Hola, Austin!, soy Sophie y de ahora en adelante…seré tu nueva amiga.

Sin esperar respuesta, lo abrazó con entusiasmo.

Austin se quedó rígido, las manos pegadas al cuerpo, la cara arrugada en una mueca que intentó disimular.

Alexander sintió que el corazón bailaba de expectación.

—Pasemos a la sala —dijo, casi temblando de emoción—. Sentémonos y hablamos un rato.

Se acomodaron: padre e hijo en el sofá grande, Sophie frente a ellos en el sillón individual. Boby se quedó de pie junto a Austin, vigilante.

Sophie intentó ganarse al perro, acercándose a él.

—¡Boby, ven aquí, guapo!

El golden retriever la miró, enseñó los dientes y soltó un gruñido bajo.

Ella retrocedió rápido, fingiendo una sonrisa.

—¡Uy, qué carácter!

—Boby, pórtate bien —regañó Alexander.

El perro agachó la cabeza y se sentó, sin quitarle los ojos de encima a la intrusa.

Sophie se recompuso y fijo sus ojos en el niño.

—¿Cuáles son tus juegos favoritos, Austin?

—Me gusta jugar con Boby —respondió seco—. Y a los superhéroes.

—¡A mí me encantaba la gallinita ciega y el escondite cuando tenía tu edad! ¿Quieres jugar después?

Austin miró a su padre. Alexander levantó disimuladamente los pulgares.

—Está bien —contestó el niño.

El padre sonrió, triunfante.

—Hijo, estábamos pensando que podríamos ir a acampar, cerca del río. Hacer fogata, asar malvaviscos… ¿Te gustaría?

—¿Puede venir Boby?

—¡Claro que sí!

En ese momento apareció la cocinera.

—Señor, lo que pidió está listo.

—¡Perfecto! Vengan, tengo una sorpresa.

Los guio al comedor. En el centro de la mesa esperaba un pastel de chocolate de tres pisos, brillante, con virutas de chocolate negro cayendo por los lados como una cascada.

Sophie jadeó—. ¡Dios mío, qué cosa más hermosa!

Alexander lo cortó, sirvió tres porciones.

La muchacha se comió la suya en menos de un minuto, lamiendo la cuchara sin vergüenza. Austin la miró con los ojos muy abiertos y Alexander levantó los hombros, restándole importancia.

El niño probó un bocado y dejó el tenedor.

De pronto sonó el móvil de Alex. Lo sacó, vio el nombre de su asistente y pidió disculpas.

—Es de la empresa, vuelvo en dos minutos.

En el comedor quedaron Sophie y Austin solos.

Ella se inclinó hacia el niño, le apretó las mejillas con las dos manos y habló con voz chillona—. ¡Ay, pero qué bonito eres! No deberías comer tanto pastel, ¿Eh? El azúcar hace daño a los niños.

Y sin más, le quitó el plato y se lo comió el en tres cucharadas.

Austin apretó los puños, viéndola enfadado. Ese pastel era suyo, no tenía derecho alguno a arrebatárselo con tal descaro.

Ahí, Alexander regresó.

—Listo, me tomaré unos días más —afirmó, alegre—. Hijo, ¿Te gustó el pastel?

—Sí, papá —mintió Austin, cada vez mas enojado.

—¿Otro trozo, Sophie?

—¡Sí, por favor! Está increíble.

Austin se levantó—. Papá, ¿Puedo ir a mi cuarto?

—Claro, ve.

El niño subió las escaleras con Boby pegado a sus talones.

Dentro de su habitación cerró la puerta con pestillo.

—No —dijo en voz alta—. Esa no.

Boby lo miró, ladeando la cabeza.

—Es una comilona y una bruja —sentenció—. No la quiero de mamá.

El perro ladró una vez, como si estuviera de acuerdo.

Austin dio vueltas por la habitación como un pequeño general planeando una guerra. Sus ojos se posaron en los potes de pintura acrílica sobre el escritorio.




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