La mansión parecía un campo de batalla.
Sophie lloraba a gritos, sentada en el último escalón, con el vestido floreado empapado de pintura. El mordisco de Boby le ardía en el trasero.
Alexander permaneció inmóvil. No corrió tras Austin.
Sabía exactamente a dónde había ido.
Suspiró y se agachó frente a la chica—. Sophie… —dijo despacio, acercándose con cautela—. Yo… lo siento mucho. No tengo palabras para esto.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos, como si él fuera responsable de lo que acababa de pasar.
—¿¡No tienes palabras!? —espetó—. ¿Viste lo que me hizo tu hijo? ¡Me tiró pintura encima! ¡Me hizo rodar por las escaleras, y además ese… ese perro me mordió!
Él abrió la boca para explicarse, pero Sophie lo interrumpió levantando la mano llena de pintura.
—Tu hijo es un diablillo—exclamó, fuera de sí.
—Él… es un niño que ha pasado por mucho. No justifica nada, lo sé, pero…yo no puedo obligarlo a aceptarte como mamá. Ni tampoco puedo obligarte a ti a serlo—cerró los ojos un segundo. Estaba cansado, frustrado y, sobre todo, dolido.
Sophie lo miró, incrédula.
—¿Eso es todo lo que vas a decirme?
Alexander caminó hacia un cajón del mueble, sacó un sobre y se lo extendió.
—Toma esto. No es un pago ni un soborno. Solo… quiero que repongas tu vestido, tus zapatos, taxi, lo que sea. Lo lamento mucho, Sophie.
Ella no tomó el sobre de inmediato. Lo miró como si fuera una ofensa más.
—¿Sabes qué, Alexander? —dijo luego de un minuto, arrancándole el sobre de la mano—. Ojalá encuentres la madre que tanto buscas… porque con un niño como ese, necesitas más que un milagro. Ese niño es un diablo con cara de ángel.
Él apretó la mandíbula, sin embargo, no respondió.
—Y ojalá, ojalá encuentres a alguien que pueda con ese crío, porque yo no pienso volver aquí jamás—salió cojeando, dejando huellas de pintura en el mármol. La puerta se cerró tras ella con un golpe seco que resonó en toda la casa.
Alexander se quedó solo entre los restos del desastre.
Cerró los ojos, y negó con la cabeza.
Diablo con cara de ángel.
Tal vez tenía razón…pero era su diablo.
.
.
A una cuadra de allí. Austin entró corriendo al jardín junto a Boby. Luke abrió la puerta antes de que alcanzara a tocar el timbre.
—¡Austin! —exclamó sorprendido—. ¿Qué te pasó? Estás rojo como un tomate.
El niño entró sin pedir permiso y se dejó caer sobre el sofá del living. Boby se tiró en el piso, igual de exhausto.
—Tío Luke…Hoy, hoy pasó algo horrible.
Él alzó una ceja y le sirvió un vaso de jugo—. A ver… cuéntame.
Austin tomó el vaso, bebió la mitad de un sorbo y luego soltó—. Papá trajo a una mujer, no una cualquiera, tío… ¡Una mala! ¡Una malvada!
—¿Malvada, eh? ¿Qué hizo?
El niño frunció los labios, indignado—. Primero… ¡Me apretó las mejillas!, después… me quitó mi pastel. ¡MI pastel! ¿Sabes lo que hizo? ¡Se lo comió! ¡Y rápido, como un monstruo!
Luke se tapó la boca para no reírse.
—Ajá… ¿y qué hiciste?
Austin se enderezó, orgulloso—. La defendí, tío. Defendí la casa, y defendí a papá.
—¿Cómo? —preguntó, aunque ya imaginaba el desastre.
—Hice… una trampa.
—¿Una trampa?
—Una trampa con pintura, y canicas, y Boby ayudó.
El perro ladró meneando la cola.
—Austin… dime que hiciste.
—Bueno, le tire pintura encima, se cayó por las escaleras y Boby le mordió una nalga.
—¿La tiraste de la escala?
El niño abrió los brazos—. ¡Ella se cayó sola!… más o menos.
—Y… ¿la pintura?
—Esa sí se la tiré yo—admitió sin culpa—. Pero tío, ¡Ella me quitó el pastel!, y me dijo que no podía comer azúcar. ¿Tú crees? ¡Mi pastel!
Luke masajeó su frente, no obstante, no podía enojarse. Conocía al niño, conocía sus heridas, y conocía ese instinto feroz que solo aparecía cuando se sentía amenazado.
—Austin… —susurró arrodillándose frente a él—. No puedes hacerle esas cosas a las personas, aun si no te gustan, aun si te quitan el pastel.
—Es que… —murmuró Austin con los ojos empañados de lágrimas—. Yo no quiero una mamá mala. Si va a venir una… quiero que sea buena. Que quiera a Boby, que me deje comer pastel, y que no me apriete la cara…
Luke lo abrazó—. Tranquilo, campeón. Nadie te va a obligar a nada.
El niño apoyó la cabeza en su pecho—. ¿Papá se enojará mucho?
—Bueno… —sonrió— creo que está teniendo el peor día de su vida.
—Pero Sophie se lo merecía. Era una bruja.
—Tu papá ya aprenderá a elegir mejor. Te doy helado y vemos dibujos en lo que él llega.
En la cocina, mientras servía dos cucharones gigantes de helado de chocolate, murmuró para sí mismo:
—Alexander, hermano… te espera una guerra muy larga.
Sintió pena por su mejor amigo, porque Austin no solo había rechazado a otra candidata.
Había declarado la guerra total, y ciertamente estaba ganando.