Austin
Se supone que cuando alguien muere, el corazón se pone triste, pero yo no siento nada, no dolió.
Tampoco lloré, porque ella nunca fue una mama de verdad, no como las que veo en las películas, esas que abrazan a sus hijos, les dan muchos besos, les leen cuentos antes de dormir y se ríen cuando juegan.
Ella no era así. Si yo entraba a una pieza, ella se iba de inmediato. Nunca vino a verme dormir, nunca me levanto del suelo si me caía, nunca me dijo que me quería.
Era como…como si yo fuera invisible. Yo no existía en su mundo.
No siento tristeza, solo vacío. A veces me pregunto si eso está mal, que no la extrañe. Es que … ¿Cómo puedo extrañarla si nunca estuvo para mí?
Mi papá sí está, o… lo intenta. Yo sé que él se cansa por mi culpa. Lo veía siempre que salía de hablar con el director, tenía las cejas arrugadas, las ojeras grandes, y aun así me sonreía cuando me veía. Siempre me preguntaba qué me pasaba, pero yo nunca le conté la verdad. No le dije que los niños me molestaban porque no tenía una mamá que me fuera a buscar, o que estuviera presente en las actividades escolares. No quería que él se pusiera más triste. Él ya tenía suficiente con verme portarme mal.
Hoy es mi primer día en este colegio nuevo. Estoy en el salón, siendo presentado por la profesora. El estómago se me aprieta fuerte, mis piernas están quietas, no quiero equivocarme, no quiero hacer nada que les de motivos para molestarme otra vez.
La profesora me ve, y pregunta—. ¿Quién quiere mostrarle a Austin dónde guardamos los lápices?". Un niño rubio levanta la mano rápido—. ¡Yo, profe!.
No supe qué hacer cuando ese niño, que se llama Benjamín, me sonrió, pero lo seguí hasta el estante. Él hablaba y hablaba sin parar—. ¿Te gustan los dinosaurios? ¿El fútbol? ¿Cuál es tu comida favorita?
Yo no dije nada, solo lo escuché y me senté en la mesita que la maestra me señaló.
En el recreo caminé lento al patio. Me senté en una banca vacía, mirando mis zapatillas nuevas. Papá dijo que me harían valiente, como un superhéroe. Espero que sea verdad.
De repente, se acercó Benjamín con una pelota en las manos—. ¿Quieres jugar?
Lo miré, dudando. No quiero bajar la guardia, ¿Y si después se enteran que no tengo mamá y me molestan?, ahí recordé que tengo que ser valiente, tengo que lograrlo. Así que después de unos segundos, asentí.
Dos niños más se unieron, y jugamos a pasar la pelota. Yo no hablaba, pero corría fuerte, ¡Corría como el viento! Por un ratito, sentí que era parte de algo bonito, como un equipo de amigos.
Mientras jugaba, sentí una mirada. Volteé y vi a una mujer bonita con pelo castaño y ondulado hasta los hombros. Me estaba mirando jugar, eso me puso nervioso, no sabía si correr o quedarme quieto. Así que me di la vuelta y seguí corriendo con mis compañeros.
Más tarde, la profe pidió que alguien fuera a buscar su cuaderno a la sala de profesores. Yo levanté la mano, quería ver más del colegio. Fui, encontré el cuaderno, y al volver, empecé a correr por los pasillos vacíos. ¡Era divertido! pero doblé en una esquina y …¡Pum! Choqué con alguien, con la misma mujer del recreo.
Ella me sostuvo en sus brazos antes de que me cayera, y terminamos en el suelo. Me rodeó con sus brazos apretadito, como si yo fuese algo que había que proteger.
Ella sí se golpeó contra el piso. No se quejó.
—¿Estás bien?—me preguntó, levantándose conmigo. Se inclinó para revisarme, buscando si me había lastimado.
—Sí— dije, mordiéndome el labio, para que no tiemble.
—¿Cómo te llamas? —su sonrisa era tan linda.
No respondí. Apreté el cuaderno contra mi pecho.
—Yo soy Sarah— dice en voz baja—. Por si algún día necesitas ayuda, o un apapacho.
Parpadeé, confundido. ¿Qué es eso?
—¿Sabes lo que es un apapacho? —se rió—. Es cuando tienes miedo, o pena, o nervios, y necesitas que alguien te dé un abrazo para que se te pase.
Tragué saliva. No conocía esa palabra, pero entendí, y eso me hizo sentir unas cosquillas en el pecho. No entendía porque me pasaba eso, nunca me sentía así, era raro, y bonito.
—Bueno, te dejo ir, campeón—dijo dando un paso atrás.
Campeón. Nadie me llama así, solo papá.
Bajé la mirada, y antes de irme, murmuré bajito—...Austin.
Sarah abrió un poco los ojos, y sonrió con ternura—. Mucho gusto, Austin.
Sostuve el cuaderno con más fuerza, y corrí de vuelta al salón. Mi corazón seguía latiendo rápido, no de miedo. De algo bueno.
Quizá… hoy sí fue un buen día.