Cuando la alarma comenzó a sonar, Austin ya estaba despierto, pero está vez, el se había quedado varios minutos sobre la cama, en silencio.
No sabía exactamente qué esperaba sentir.
El día anterior fue distinto, especial y eso le había dejado un cosquilleo en el estómago. Era… como cuando uno sabe que algo importante está por pasar, aunque no sepa qué.
Se incorporó despacio, acomodando la sábana lentamente.
En vez de correr a vestirse, se quedó un momento más mirando su reflejo en el espejo del armario. Sus ojos estaban tranquilos, sin embargo tenían un brillo nuevo.
Minutos después Alexander abrió la puerta, no lo encontró vestido ni listo, sino sentado al borde de la cama, con los calcetines en la mano.
—¿Campeón? —preguntó, extrañado por verlo tan callado.
Austin lo miró un segundo antes de ponerse los calcetines sin apuro, y su padre lo notó de inmediato... A su hijo algo le daba vueltas por dentro y lo confirmo cuando durante el desayuno, no dijo una palabra. Parecía ausente, más no del todo, pues observaba. Miraba la mesa, miraba su vaso, miraba las manos de Alex cuando cortaba el pan, y este, paciente, respetó su silencio. Aprendió que forzar una pregunta a veces hacía que Austin se cerrara más.
Pero al llegar a la escuela, el niño reaccionó, bajo casi saltando del asiento, avanzando con pasos rápidos y enérgicos.
Alexander se despidió de él con una sonrisa dibujada en los labios. Su pequeño, que jamás se mostró tan entusiasmado por entrar al colegio, ahora mismo, corría a la entrada, como si por primera vez la idea de estar ahí le diera…ilusión.
Austin entró al pasillo buscándola, emocionado por contarle. No la vio por ninguna parte, solo profesores apurados y niños corriendo. Con un suspiro, siguió caminando hasta su sala.
La clase transcurrió sin problemas, pero él apenas escuchó una palabra. Movía el lápiz, copiaba lo que la profesora escribía en la pizarra, no obstante, su mente estaba en otro pasillo, en otra persona. No dejaba de pensar en contarle a Sarah que sí iba a participar, que por primera vez se sentía valiente, que quería intentarlo sin miedo. Sentía esa idea latiéndole en el pecho, y cuando por fin sonó la campana del recreo, el corazón le dio un salto. Guardó sus cosas a toda prisa y salió casi corriendo por la puerta, decidido a encontrarla.
Apenas salió al pasillo, avanzó entre los niños que corrían, reían y se empujaban. Él no buscaba nada de eso. Él buscaba a Sarah.
Llegó al patio y se detuvo, girando la cabeza de un lado a otro, con los ojos muy abiertos.
Y ahí la vio.
Estaba en el otro extremo del patio, hablando con un profesor. Respiró profundo, y empezó a acercarse. No corriendo, sino lento.
Caminaba hacia ella, decidido… y un poquito nervioso, pero de esa manera bonita que hace temblar las manos cuando uno está a punto de decir algo que realmente importa.
Sarah lo vio, sus ojos se iluminaron y, sin pensarlo dos veces, dejó la conversación con el profesor a medias. Se acercó a él, sonriente y se inclinó para quedar a su altura.
—Hola, campeón.
Él bajó la mirada. La bajó porque necesitaba contener ese calorcito que le subía por la garganta cada vez que ella lo llamaba así. Campeón. Como si creyera en él. Como si él realmente fuera capaz.
—Voy a… voy a participar —murmuró.
—¿En la competencia? —preguntó Sarah, como si fuera una noticia maravillosa.
Él asintió.
Ella sonrió aún más. Se giró hacia el maestro con el que conversaba hace un momento —el encargada de deportes— y levantó una mano para llamar su atención.
—Profe, tengo un nuevo participante —anunció con orgullo, como si estuviera presentando algo importante.
Y el pequeño, ahí parado junto a ella, también se sintió importante.
El docente, al escuchar a Sarah, se acercó con una expresión amable.
—Claro que sí —respondió, y luego bajó un poco la cabeza—. Hola, amigo. ¿Cuál es tu nombre?
Él apretó un poco las manos a los costados antes de responder—. Austin.
—Bien, Austin. Entonces vamos a empezar a practicar. ¿Te parece?
Austin asintió, sintiendo cómo la emoción le subía por el pecho.
Sarah le revolvió suavemente el cabello antes caminar hacia el edificio. Austin la siguió con la mirada un segundo más, como si necesitara asegurarse de que no había soñado ese instante.
Poco después, la profesora de deportes reunió a todos los niños inscritos para la competencia. Austin se paró al final del pequeño grupo, algo tímido al principio, pero pronto dos niños se acercaron a él.
—¿Tú también vas a correr? —preguntó uno, moviendo las zapatillas con impaciencia.
Austin afirmó con su cabeza.
—¡Qué bien! —dijo el otro—. Ven, vamos a calentar juntos.
Cuando empezaron a trotar alrededor de la cancha las piernas de él respondieron, fuertes, y veloces. El profesor lo observó con sorpresa, y unos segundos después, Sarah apareció al borde de la cancha, apoyándose en la baranda con los brazos cruzados y una sonrisa orgullosa que él alcanzó a ver entre vueltas.
Ese día fue especial…y los siguientes, aún más.
Durante la semana, el maestro comenzó a sacarlos del salón dos veces al día para practicar. Austin ya no caminaba detrás del grupo: ahora corría a la par con los demás, riendo, compitiendo, y sonriendo con una felicidad nueva.
En cada práctica, Sarah aparecía. A veces con un termo de agua, otras solo mirando desde lejos, pero siempre presente. Y cada vez que él la veía, se enderezaba, alargaba el paso, apretaba un poco más fuerte las manos.
Se descubrió corriendo más rápido que muchos, sintiendo el viento en el rostro. Corría hacia algo, y ese “algo” lo hacía sentir invencible.
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Día de la competencia
Aquel día amaneció distinto. No habría clases; el colegio estaría dedicado a los juegos deportivos, y la actividad comenzaría a las diez de la mañana. Austin llevaba días pensando en eso, y esa mañana se levantó incluso una hora antes de que el despertador sonara. Se arregló con nervios y emoción mientras Alexander y Beatrice también se preparaban para salir.