Alexander entró al edificio de la empresa como una ráfaga. Decidido a cerrar la negociación con los japoneses, firmar y salir volando.
—Jefe, ¿todo bien? —le preguntó Carla, su asistente, al verlo cruzar el hall casi corriendo.
—Perfecto. Que estén los contratos listos en la sala grande. Llego, firmamos y me voy —respondió sin detenerse.
En la sala de juntas lo esperaban cinco ejecutivos japoneses.
Alexander saludó en japonés, se sentó y abrió la carpeta.
—Entonces, señores, estamos listos para firmar hoy mismo.
El señor Tanaka, el líder del grupo, sonrió con educación y juntó las manos.
—Alexander-san, el proyecto nos encanta. Pero… hemos revisado los anexos durante la noche y tenemos algunas pequeñas dudas.
Él sintió que el estómago se le caía al suelo—. ¿Pequeñas?
Tanaka asintió y sacó un documento lleno de post-its de colores.
—Solo cincuenta y tres puntos que quisiéramos aclarar antes de estampar el sello.
Cincuenta y tres. Su reloj marcaba las 9:45. La competencia empezaba a las 10:00. Todavía había tiempo… ¿Verdad?
—Está bien. Vamos uno por uno.
Mientras la pantalla se llenaba de gráficos, números y proyecciones, Alex sintió cómo una ansiedad punzante le recorría el estómago. Cada minuto ahí era un minuto que le robaban a su hijo.
A varios kilómetros de distancia, el colegio parecía un carnaval.
Banderines de colores colgaban por todas partes, la música escolar se oía por los parlantes. Había niños de diferentes colegios, sus padres con cámaras, globos, y carteles.
Austin llegó de la mano de Beatrice. Sus ojos se abrieron un poco al ver la escena; profesores con micrófonos, y niños calentando en las pistas improvisadas.
Beatrice sintió un tirón leve en su mano—. ¿Estás nervioso? —se agachó para mirarlo mejor.
Él apretó los labios. No quería mentir, así que solo asintió—. Papá dijo que vendría… —susurró.
Ella le acarició la mejilla—. Tu papá mueve montañas cuando se trata de ti. Va a llegar, ya verás —le sonrió con ternura y le acarició el cabello—. Concéntrate en disfrutar. Hoy es tu día.
El niño respiró hondo. Miró la entrada del colegio… una vez, y otra. No veía a Alexander. Unicamente vio a un grupo de niños preparándose para las competencias que venían antes de la carrera. Todos reían, todos parecían relajados.
En eso, un profesor se aproximó—. ¿Austin Campbell?
—Sí.
—Ven conmigo, vamos a hacer el calentamiento final y la revisión de salida con tu serie. Señora, usted puede ubicarse en las gradas; desde ahí tendrá una excelente vista de todas las competencias.
Beatrice se inclinó hacia Austin, le dio un abrazo y le acomodó la camiseta—. Yo estaré ahí mirándote, ¿sí? Ve tranquilo, y recuerda… diviértete, y vuela.
Austin tragó saliva. Soltó la mano de su abuela con lentitud, con un poco de nervios y emoción. El maestro le puso una mano en el hombro y lo guió hacia la zona de calentamiento, un rectángulo de césped detrás de las gradas donde los demás niños de su serie saltaban, estiraban y reían.
Sarah apareció unos minutos después, llevando una carpeta llena de horarios y hojas. Apenas vio a Austin, caminó a él.
—¡Austin! —dijo con una sonrisa amplia—. Llegaste justo a tiempo. Hoy es un gran día, ¿Estás listo?
Él la miró, y aunque no dijo nada, sus hombros se relajaron un poco.
Sarah lo notó, ella siempre lo notaba.
—Vamos a entrenar un poco antes de tu categoría —explicó, dándole una palmada cariñosa en el hombro—. Hoy es un día movido, hay muchas pruebas… así que quiero que estemos preparados.
El profesor encargado comenzó a llamar a los niños para que se alinearan en grupos según su categoría. Austin se colocó donde le indicaron, mientras Sarah se ponía a un costado de la pista, atenta a cada movimiento como si él fuera el único niño ahí.
Los demás competidores calentaban, estiraban las piernas, trotaban por un pequeño tramo. Austin imitó los ejercicios, recordando lo que había practicado durante la semana.
—Categoría salto largo, alistarse —anunció una voz por los parlantes.
Austin, mientras estiraba, levantó la vista a las gradas.
Nada.
Solo muchos padres acomodándose, niños subiendo y bajando, profesores moviéndose entre ellos. Beatrice levantó la mano desde arriba en cuanto lo vio mirando, para que él la ubicara, y le sonrió. Sin embargo su papá… aún no llegaba.
Austin volvió la mirada al frente cuando el profesor pidió trotar una vuelta más. Sintió un pequeño nudo en el estómago, pero siguió.
—Categoría resistencia 600 metros, en formación —continuó la voz del micrófono minutos más tarde.
Otra vez, Austin miró hacia arriba.
Su corazón esperó un segundo.
Tampoco. Siguió entrenando.
Sarah lo observaba, notando cómo él aceleraba un poquito más cada vez que escuchaba un anuncio nuevo.
—Todo bien, campeón —le dijo cuando pasó cerca de ella durante un trote suave.
Él asintió, sin detenerse.
Las competencias avanzaban una tras otra, y Austin, cada vez que escuchaba una nueva categoría por el altavoz, no podía evitar alzar la mirada, buscando ese rostro familiar.
Buscando a su papá.
Mientras tanto, Alex contestaba rápido, firme, sudando por dentro. A las 11:00 solo quedaban dos puntos y el señor Tanaka sonrió—. Creo que podemos firmar.
Alexander casi se ríe de alivio. Firmaron. Se levantaron, se hicieron fotos, se dieron la mano, y finalmente corrió al ascensor para salir del edificio.
Apenas salió al estacionamiento, echó a correr de nuevo. Sacó las llaves del bolsillo sin dejar de avanzar y, en un movimiento torpe pero veloz, abrió la puerta y se subió al vehículo.
—Vamos, vamos… —murmuró, encendiendo el motor.
Pisó el acelerador con decisión. El coche avanzó con fuerza, respetando cada cruce, cada luz roja… aún así, cada segundo que pasaba sentía que el corazón se le encogía más.