Escogiendo una mamá

Capítulo 14

Alexander camina con Austin entre sus brazos. El niño aún respiraba rápido de la emoción, con una sonrisa tan grande que iluminaba todo el pasillo. A medio camino, empezó a girar la cabeza hacia atrás una, dos, tres veces.

—¿Qué pasa, campeón? ¿Olvidaste algo?

Austin parpadeó, como si lo hubieran atrapado en un pensamiento secreto—. Buscaba a alguien…

Alex recordó la figura que había visto desde las vallas: una mujer con el cabello recogido, gritando el nombre de Austin con toda el alma—. ¿La que te abrazó cuando terminaste?

—Sí—asintió, un poco colorado—. Ella… ella es muy buena, papá. Me ayudó para que no me pusiera nervioso. Es una tía muy bonita… muy amable… y huele rico.

Él sonrió. Sintió curiosidad, pero decidió no preguntar. Hoy era día de celebrar a su hijo—. Me alegra que tengas una profesora así —responde dándole un beso en la frente.

Justo en ese momento, llegan a las gradas, donde Beatrice los espera con los brazos abiertos y los ojos rebosantes de lágrimas. Austin, en cuanto la ve, se ilumina y Alexander deja que se le tire encima.

—¡Mi niño precioso!—exclama—. ¡Ven aquí, mi amor!—lo llenó de besos sonoros en las mejillas. Austin se dejó querer, reía alegre.

—¡Sabía que ibas a ganar! —decía ella sin soltarlo—. ¡Lo supe desde que te vi en la línea de salida! Corriste como un rayo.

—¿De verdad?

—¡Claro que sí! —lo bajó al suelo—. Tienes las piernas de tu papá cuando tenía tu edad. ¿Te acuerdas, Alex?

Él se rió, apoyando una mano en la espalda de su hijo—. Cómo no me voy a acordar. Corría descalzo por el patio de la casa y siempre llegaba primero… hasta que me caía y me raspaba las rodillas.

—Así es—dijo emocionada—. Esa forma de inclinarte hacia adelante, esa cara de “nadie me para”. Es genético, puro Campbell.

Austin miró a su papá con ojos muy abiertos—. ¿Tú también ganabas carreras?

—Algunas —contestó, guiñándole un ojo—. Tu abuelo también, sin embargo, ninguna fue importante como la de hoy. Esta es la más grande de todas.

Beatrice los tomó a los dos de la mano, uno a cada lado. Sonreía genuinamente—. Ahora vamos a celebrar como se merece un campeón. Heladerías hay muchas, más solo una tiene el helado de tres leches que tanto te gusta, ¿Vamos para allá?

—¡Sííí! —Austin grito fuerte, sin miedo.

Los tres empezaron a caminar hacia el coche. La abuela iba contando, entusiasmada, cada segundo de la carrera como si la estuviera viendo de nuevo en cámara lenta. Alex escuchaba en silencio, disfrutando de verlos así, felices, y tranquilos. Algo que nunca sintió junto a su difunta esposa.

La tarde comenzó a avanzar en medio de chistes, risas y celebración, y para cuando los tres salieron de la heladería, el sol ya se estaba ocultando.

Austin iba con una servilleta en la mano y restos de helado de chocolate en la comisura de la boca. Alexander se la limpia riendo mientras Beatrice los mira orgullosa, como si la vida no pudiera regalarles un momento más perfecto.

Tras un paseo breve, llegan a casa. El pequeño abre la puerta corriendo y entra directo al living, donde encuentran a Luke, sentado en el sillón con una manta encima y un bowl de palomitas a medio terminar. Levanta la vista con sorpresa y falsa indignación.

—¡Ah! Ya volvieron… —dice dramatizando—. Y yo aquí, abandonado, solo, sin saber nada… nada… de la gran carrera de mi sobrino.

Austin se detiene en seco y abre grande los ojos—. ¡Tío Luke! —dice casi jadeando—. Perdón… ¡perdón!… yo… yo…

Luke se cruza de brazos haciéndose el ofendido—. ¡Soy tu tío favorito! ¿Y no me llaman? ¿Ni un mensajito? ¿Ni un audio de cinco segundos?

—Tío… perdóname. De verdad quería que vinieras… es que empezó todo y yo… yo pensé que papá iba a llegar tarde… y… —susurró, apenado.

Luke mantiene la expresión dura por cinco segundos… luego suspira, se acerca, se agacha y le desordena el cabello con cariño—. Ay, chiquitín, ya, está bien —dice mientras lo abraza—. No importa. Estoy orgulloso igual. Eres el más rápido del país entero!

Alexander los observa desde la puerta, apoyado contra el marco, con una sonrisa tranquila.

—Hermano, si quieres seguimos celebrando. De hecho, este niño ya comió helado… y ahora quiere película… ¿Qué dices?

Él se pone de pie como si le hubieran dado una misión importante—. Digo que esta celebración NO puede terminar aquí —declara—. Así que yo invito las pizzas. Las que quieran. Grandes, extra queso, borde relleno… ¡todas!

Austin pega un salto de alegría—. ¡Siiiiii!

Beatrice deja su bolso sobre la mesa—. Uff, con razón después dicen que los malcrío… —murmura riendo.

Luke ya tiene el teléfono en la mano, marcando la pizzería con rapidez—. Buenas tardes, sí, quiero cinco pizzas grandes… —hace señas con la mano—. ¿Pepperoni? ¿Doble queso? ¿Todas? Ya, todas. —hace una pausa—. Sí, para envío urgente, el ganador del día lo exige.

Austin, escuchándolo, sonríe orgulloso y se sienta en el sillón abrazando una almohada.

En el mismo momento Alex va al mueble de la televisión—. ¿Qué película vemos? —pregunta.

El niño no lo piensa mucho—. ¡Sonic! ¡El erizo azul!

—Perfecto, pero primero… una foto.

Luke ya está a su lado—. Sí, sí, ¡foto familiar!

Austin se coloca al centro, con Beatrice abrazándolo por un lado y Luke por el otro. Alexander toma el teléfono y se acerca. El flash captura un momento lleno de amor, de alegría y de esa calidez que queda después de un gran día.

Al llegar la pizza, se sientan todos juntos, con mantas y cojines por todas partes, y le dan play a la película. Austin come feliz recostado entre su padre y su abuela, mientras Luke hace comentarios graciosos sobre Sonic.

Alexander también reía… pero hubo un instante, apenas un parpadeo, donde una imagen apareció en su mente sin pedir permiso; la silueta de aquella mujer inclinándose hacia Austin, levantándolo del suelo como si fuera lo más preciado del mundo, sus brazos, su risa emocionada, la forma en que lo apretó contra su pecho sin miedo, sin duda… con un cariño real.




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