Escribiendo nuestra historia de amor

CAPITULO 8 ♥

El aire era denso, pesado, como si la misma oscuridad que envolvía la gran mansión Goldsmith se hubiera vuelto tangible. William, un niño de apenas seis años, caminaba descalzo por el largo pasillo, sosteniendo en su pequeña mano una vela que apenas iluminaba el camino. Algo lo había despertado—un sonido sordo, un golpe seco que había resonado por toda la casa.

Sus pies avanzaron temblorosos hasta el gran vestíbulo, donde la inmensa escalera de mármol descendía majestuosa hasta el hall de entrada. Y entonces lo vio.

—¡Abuelo! —la voz de William tembló al ver el cuerpo de Richard Goldsmith tendido en el suelo, su rostro normalmente fuerte y severo ahora pálido y sin vida.

El charco de sangre se extendía poco a poco, oscureciendo la alfombra debajo de él. El niño sintió que su corazón latía con fuerza desbocada, un miedo primitivo recorriéndolo de pies a cabeza. Con manos temblorosas, dejó caer la vela y corrió hacia su abuelo, sacudiéndolo con desesperación.

—¡Abuelo, despierta! ¡Por favor, despierta! —sus sollozos llenaron la estancia vacía, su pequeño cuerpo sacudido por el terror.

Pero el anciano no se movía.

Y entonces, un escalofrío recorrió su espalda cuando sintió una presencia. Algo lo obligó a alzar la vista hacia lo alto de las escaleras. Allí, entre las sombras, estaba un hombre. Su silueta se recortaba contra la luz tenue de la lámpara del pasillo, pero su rostro permanecía oculto, como si la misma penumbra lo protegiera de ser reconocido.

William sintió su garganta cerrarse. Quiso gritar, pero no pudo. El miedo lo paralizaba.

El desconocido no dijo nada. Solo permaneció allí, inmóvil, observándolo. Y entonces, como si supiera que el niño jamás olvidaría esa escena, se giró lentamente y desapareció en la oscuridad.

—¡¿Quién eres?! —gritó William con todas sus fuerzas, pero no hubo respuesta.

William despertó con un jadeo ahogado, incorporándose bruscamente en la cama. Su pecho subía y bajaba con rapidez, el sudor frío pegándole la camisa a la piel. La habitación estaba en penumbras, iluminada solo por la luna que entraba por la ventana.

Llevó una mano a su rostro, sintiendo su respiración entrecortada. Había pasado tanto tiempo… ¿por qué ahora? ¿Por qué después de tantos años su mente traía de vuelta aquella noche?

"Fue un accidente", se dijo a sí mismo, frotándose el rostro con ambas manos.

Pero él siempre lo había dudado.

Volvió a recostarse, mirando fijamente el techo, pero el sueño ya no volvería esa noche. No después de recordar el cuerpo inmóvil de su abuelo y la silueta en lo alto de las escaleras.

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Residencia de los Duques de Wellington, Londres

El sol apenas había salido cuando William bajó a desayunar. Su madre, Lady Amanda, lo observó con el ceño fruncido mientras él tomaba asiento en la mesa del comedor. Las sombras bajo sus ojos y la tensión en su postura no pasaron desapercibidas para ella.

—Hijo, luces agotado. ¿Ha pasado algo? —preguntó con genuina preocupación, sirviéndole una taza de té.

William tomó un sorbo, permitiendo que el calor de la infusión le despejara un poco la mente. No podía contarle la verdad. No sobre la pesadilla, ni sobre las dudas que lo atormentaban desde que había leído aquella carta sellada con el emblema real.

—Es solo el trabajo, madre —respondió con un suspiro—. Mantener las tierras del ducado en orden, atender las minas, lidiar con los socios comerciales… Es un sinfín de responsabilidades.

Lady Amanda lo observó con sospecha, pero decidió no insistir.

—Entonces te vendrá bien distraerte un poco. Esta tarde se celebrará un pequeño entretenimiento en los Jardines de Vauxhall. La marquesa de Norfolk ha organizado el evento y es imperativo que asistamos.

William apretó la mandíbula. Lo último que quería era rodearse de la alta sociedad, fingiendo sonrisas y conversaciones triviales cuando su mente estaba ocupada en asuntos mucho más importantes.

—Madre, realmente no creo que sea necesario… —intentó negarse, pero Amanda alzó una ceja con severidad.

—William, querido, ahora eres el Duque de Wellington. Tu presencia es importante. No puedes darte el lujo de parecer un ermitaño.

William dejó la taza de té sobre la mesa con un leve golpe.

—Está bien —aceptó finalmente, sin ganas de discutir—. Iré.

Lady Amanda sonrió con satisfacción y retomó su desayuno, mientras William se sumía en sus pensamientos.

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Residencia de los Condes de Essex

Harmony llego a su habitación donde encontro un sobre ella tomó el sobre con curiosidad y reconoció de inmediato el sello. Lady Mystery. Un ligero cosquilleo de emoción recorrió su piel. Rompió el lacre con delicadeza y comenzó a leer.

"Mi querida informante,

Espero que esta misiva la encuentre bien. Como bien sabe, la sociedad londinense es cambiante y los chismes son el alma de esta ciudad. No podemos permitir que nuestra columna pierda relevancia. Esta tarde se celebrará un evento en los Jardines de Vauxhall. Necesito que mantenga sus oídos y ojos bien abiertos. Algo interesante siempre ocurre entre los arbustos y pasillos de ese lugar. No me decepcione.

Lady Mystery."

Harmony suspiró, debatiéndose entre la emoción y el nerviosismo. No tenía opción. Debía encontrar algo jugoso esa noche..

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Jardines de Vauxhall –

William suspiró con cansancio mientras terminaba de bailar con Lady Catherine Parker. Había accedido a la invitación solo para complacer a su madre, pero ahora se arrepentía. Catherine, aunque encantadora, solo hablaba de vestidos, flores y los últimos diseños traídos de París.




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