Drake Lewis apretó los dientes con disgusto mientras observaba la escena desde la penumbra de un pasillo lateral. Aquellos idiotas estaban demasiado ebrios y confiados, ni siquiera se molestaban en hablar en clave o vigilar a su alrededor. Lo que más le preocupaba era ese hombre de cabello rubio que, oculto en las sombras, escuchaba con atención cada palabra que salía de la boca de sus aliados.
—Así que este es el hombre que se llevó a mi sobrina —murmuró para sí mismo, entrecerrando los ojos mientras estudiaba a William con detenimiento.
El Duque de Wellington tenía una postura tensa, como si estuviera evaluando el momento exacto para moverse sin ser visto. Drake supo al instante que no era un simple noble curioso. Ese hombre estaba acostumbrado a la discreción, a moverse en las sombras… no cabía duda de que era peligroso.
William dio un paso atrás con cautela, listo para irse, y por un instante sus miradas se cruzaron. Drake se quedó completamente inmóvil, conteniendo la respiración mientras William escrutaba el área con suspicacia.
—Maldición… —susurró Drake, maldiciendo a sus aliados borrachos por haber permitido que algo así ocurriera.
No podía arriesgarse. Aún no. Si ese hombre era quien él creía, enfrentarlo en ese momento sería una completa imprudencia. Sin perder más tiempo, giró sobre sus talones y se escabulló por la puerta trasera del club.
Mientras se alejaba rápidamente por las calles desiertas, su mente trabajaba con rapidez. Ahora sabía quién era el enemigo… y también que su sobrina estaba más involucrada en todo esto de lo que había pensado.
—No importa —se dijo con una sonrisa siniestra—. Si ese hombre cree que puede interponerse en mis planes, está muy equivocado.
Esa noche no podría hacer nada. Pero la guerra apenas comenzaba.
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Harmony tamborileó los dedos contra la tela de su capa, sintiendo cómo la impaciencia se apoderaba de ella. William se estaba tardando demasiado, y la incertidumbre comenzaba a carcomer su tranquilidad. Miró por la ventana del carruaje, esperando ver su silueta emerger de entre las sombras, pero no había rastro de él.
—Mi lady, debe permanecer aquí —advirtió el cochero con tono serio, viéndola moverse inquieta.
—No puedo esperar más —dijo Harmony con firmeza, ajustándose la capa—. Si algo le ha pasado, necesito saberlo.
—No es lugar para una dama…
—Lo sé —lo interrumpió ella—, pero tampoco soy una dama indefensa.
Sin darle tiempo a replicar, abrió la portezuela y bajó con rapidez, cubriéndose con la capucha para pasar desapercibida. Caminó hacia la entrada del oscuro establecimiento, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda cuando los murmullos y las risas estridentes la envolvieron.
El interior del local era peor de lo que había imaginado. El humo de tabaco flotaba espeso en el aire, las luces de las lámparas eran tenues y parpadeaban como si quisieran extinguirse. Mujeres ligeras de ropa bailaban sensualmente sobre mesas y entre los hombres que reían y bebían sin moderación. El olor a alcohol y sudor era sofocante.
Harmony se llevó una mano a la boca, conteniendo una exclamación de horror. Nunca en su vida había estado en un lugar así. Sintió que sus mejillas ardían de vergüenza y se preguntó qué demonios estaba haciendo ahí.
Dio un paso atrás, dudando, cuando de repente un grupo de bailarinas pasó cerca de ella, empujándola accidentalmente hacia el centro de la habitación. La capucha de su capa cayó, dejando al descubierto su delicado rostro y sus ojos azul profundo que, en aquel sitio depravado, la hacían parecer una criatura irreal, demasiado hermosa para estar allí.
Los murmullos cesaron por un breve instante cuando varios hombres notaron su presencia. Fue como si un depredador oliera la sangre de su presa.
—Vaya, vaya… ¿qué tenemos aquí? —murmuró un hombre mayor, de cabello grisáceo y barba desarreglada. Su ropa, aunque fina en su tiempo, ahora lucía gastada y manchada de licor.
Harmony sintió su estómago encogerse cuando el hombre se acercó a ella con una sonrisa desagradable en el rostro.
—Nunca te había visto por aquí, preciosa. ¿Cuánto cobras? —preguntó con voz pastosa por la embriaguez.
Harmony sintió el asco revolverse en su interior. Retrocedió instintivamente, pero el hombre fue más rápido y sujetó su brazo con fuerza.
—Déjeme ir —susurró con pánico, intentando zafarse.
El hombre soltó una carcajada y la acercó más a él.
—No seas tímida, cariño. Estoy seguro de que nos llevaremos bien en la cama…
Harmony sintió que el corazón le latía desbocado en el pecho. No podía respirar, no podía moverse.
—He dicho que me suelte.
Pero el hombre no la escuchó, y su otra mano comenzó a deslizarse peligrosamente por su cintura.
Y entonces, una voz gélida rompió la tensión.
—Ella es mía.
El agarre sobre su brazo se aflojó de inmediato. Harmony sintió cómo un par de brazos fuertes la jalaban bruscamente hacia un pecho firme y cálido. Cuando levantó la mirada, vio a William.
Su expresión era oscura, sus ojos verdes destilaban furia contenida mientras fulminaba al hombre con la mirada.
—Búscate otra —dijo William, su tono era tranquilo, pero cargado de amenaza—. No quiero volver a verte acercándote a mi mujer.
El viejo abrió la boca como si quisiera protestar, pero al notar la forma en que William lo miraba, pensó mejor las cosas. Gruñó por lo bajo y se alejó tambaleándose.
Harmony apenas pudo procesar lo que acababa de suceder. Sus manos se aferraron instintivamente al abrigo de William, sintiendo su calor reconfortante después del terror que acababa de experimentar.
—¿Qué haces aquí? —susurró él con el ceño fruncido, sin soltar su agarre sobre su cintura.
—Yo… tú estabas tardando y pensé que… —murmuró, aún con el corazón desbocado.
—No debiste salir del carruaje —masculló, con un tono entre furioso y preocupado.