Harmony trató de disimular su fatiga mientras su madre la despertaba temprano, ignorando sus protestas somnolientas. Margaret, con su actitud siempre impecable, insistió en que una dama no debía holgazanear en la cama, sin importar cuán agotada estuviera.
—Vamos, querida, ya es hora de que te levantes. No puedes pasarte la mañana entera soñando despierta —comentó Lady Margaret mientras abría las cortinas, dejando entrar la luz del sol.
Harmony reprimió un bostezo y se sentó lentamente en la cama, con el cabello despeinado cayendo sobre sus hombros. Su madre continuó hablándole sobre compromisos sociales y la importancia de su reputación, pero su mente divagaba en otra dirección.
La imagen de William llenó sus pensamientos. No podía dejar de recordar cómo la había defendido en aquel burdel de mala muerte. La firmeza en su voz, la posesividad con la que la había tomado por la cintura, la forma en que la había mirado antes de sacarla de allí… Y qué decir de su apariencia. William era indudablemente apuesto, pero en la penumbra de la noche, con aquella expresión seria y protectora, le había parecido aún más irresistible.
—Harmony, ¿me estás escuchando? —La voz de Lady Margaret la sacó abruptamente de su ensueño.
—Sí… por supuesto, madre —mintió, tratando de componer su expresión.
Una sirvienta entró en ese momento, inclinándose levemente antes de hablar.
—Mi Lady, Lord Hamilton ha venido a visitarla.
El cansancio de Harmony se evaporó de inmediato, reemplazado por una sensación de fastidio.
—Qué buen joven tan persistente. Vamos, hija, no podemos hacerlo esperar.
Harmony suspiró y se levantó a regañadientes. No tenía ningún deseo de ver a Lord Hamilton, pero tampoco podía negarse sin motivo.
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El paseo no podría haber sido más tedioso. Lord Hamilton hablaba interminablemente sobre sus negocios pesqueros y sus propiedades en el campo, sin siquiera notar que Harmony apenas respondía con monosílabos.
—Imagínelo, querida Lady Harmony —dijo él con aire de suficiencia—. Una hermosa casa en el campo, alejada del bullicio de Londres. Usted y yo disfrutando de la tranquilidad, sin necesidad de estos eventos sofocantes.
Harmony apenas pudo contener una mueca.
—Es… encantador —respondió con la mayor neutralidad posible.
Pero su incomodidad se agravó cuando, al doblar un sendero del parque, se encontraron con la Duquesa viuda Lady Amanda y su hija, Lady Cristal Goldsmith.
El rostro de Cristal se iluminó con una sonrisa venenosa al verla.
—Vaya, Lady Harmony, qué sorpresa encontrarte aquí —dijo con falsa dulzura—. Y en tan distinguida compañía.
Lady Amanda, por su parte, observó la escena con una expresión de leve desaprobación.
—Lord Hamilton —intervino la Duquesa viuda con un asentimiento—. No esperaba verlo en Hyde Park tan temprano.
—Pensé que un paseo matutino con mi futura esposa era una excelente idea —dijo él, orgulloso, como si ya estuvieran casados.
Harmony sintió que su rostro ardía de indignación, pero antes de poder replicar, Cristal soltó una risita.
—Oh, qué encantador —dijo con fingida emoción—. Debo decir, Lady Harmony, que nunca imaginé que compartiríamos el mismo gusto en caballeros.
Harmony frunció el ceño.
—No entiendo a qué te refieres, Lady Cristal.
—Oh, querida —respondió Cristal, inclinando la cabeza con una expresión de inocencia fingida—. Dicen que a veces los prometidos tardan en darse cuenta de que sus futuras esposas tienen una preferencia por caballeros de mayor estatus. Pero no te preocupes, estoy segura de que Lord Hamilton es un hombre muy paciente.
Harmony sintió un escalofrío recorrer su espalda. Lady Cristal sabía algo, o al menos sospechaba. Pero ¿qué tanto?
Lady Amanda intervino antes de que la tensión pudiera intensificarse aún más.
—Cristal, querida, creo que ya has dicho suficiente. No querrás hacer sentir incómoda a Lady Harmony.
Cristal sonrió.
—Por supuesto, madre. No era mi intención.
Harmony apretó los labios y miró a Lord Hamilton, quien parecía ajeno a la conversación, demasiado ocupado disfrutando de su supuesta victoria.
Esto no podía continuar.
Tenía que encontrar la manera de librarse de ese compromiso antes de que fuera demasiado tarde.
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Cristal entró a la mansión con la emoción brillando en sus ojos, impaciente por contarle a su hermano lo que había visto en Hyde Park. Lady Amanda la siguió con un porte más calmado, aunque en su interior compartía la satisfacción de su hija.
Al entrar al comedor, encontraron a William sentado a la mesa, terminando su almuerzo con una expresión serena, aunque su mente estaba ocupada en otros asuntos. No esperaba ver a su madre y hermana tan temprano, pero apenas Cristal lo vio, se lanzó a hablar con entusiasmo.
—¡William, no sabes a quién vimos esta mañana en Hyde Park! —exclamó, tomando asiento frente a él.
William alzó una ceja con indiferencia.
—Déjame adivinar… ¿Alguna dama intentando llamar la atención de George?
—No, querido hermano —respondió Cristal con una sonrisa astuta—. Vimos a Lady Harmony… con su prometido, Lord Hamilton.
William dejó su cubierto sobre el plato con demasiada brusquedad.
—¿Ah, sí? —murmuró, fingiendo desinterés mientras tomaba su copa de vino.
Cristal no se perdió el sutil cambio en su expresión y decidió presionar más.
—Sí, estaban paseando juntos, como una pareja feliz. Lord Hamilton parecía encantado con ella, hablándole de su futuro en el campo. Parecía… completamente suyo.
William apretó los labios, sintiendo una molesta punzada en el pecho. No quería imaginar a Harmony con otro hombre, menos aún con un hombre como Hamilton.
Lady Amanda, quien había permanecido en silencio, decidió intervenir.
—Es lo mejor para todos, William —dijo con tono diplomático—. Lord Hamilton es un buen partido, proviene de una familia honorable y tiene los recursos suficientes para mantenerla bien.