La comida campestre organizada por Lord Brown y su esposa, Lady Clare, era el evento perfecto para reunir a la flor y nata de la sociedad londinense. El sol brillaba en un cielo despejado, y los jardines de la propiedad estaban impecablemente decorados con mesas dispuestas bajo la sombra de los árboles, cubiertas con manteles de lino y adornadas con ramos de flores silvestres. Las damas, vestidas con sus mejores galas de día, reían y conversaban animadamente, mientras los caballeros discutían asuntos de negocios y política con copas de vino en la mano.
Lady Harmony Spencer, elegantemente vestida con un delicado vestido azul celeste adornado con encaje blanco, se encontraba en una de las mesas junto a su hermana Emma y su prima Isabella. Sin embargo, su atención estaba en otra parte. Miraba discretamente hacia la entrada del evento, esperando ver la figura alta y distinguida del Duque de Wellington. Pero él no aparecía.
—¿A quién buscas con tanta insistencia, querida hermana? —preguntó Emma con un tono travieso, arqueando una ceja.
—A nadie —respondió Harmony demasiado rápido, bajando la vista a su taza de té.
—Claro, "a nadie" —murmuró Isabella con una sonrisa divertida, tomando un sorbo de limonada.
Antes de que Harmony pudiera replicar, algunas damas comenzaron a murmurar entre ellas y una de ellas, Lady Pembroke, se dirigió con curiosidad a Lady Amanda Goldsmith, la Duquesa viuda de Wellington.
—Mi Lady, qué sorpresa no ver a su hijo aquí hoy —comentó con fingida preocupación—. Se esperaba que el Duque de Wellington hiciera acto de presencia.
Lady Amanda, que estaba disfrutando de una conversación con otras damas, levantó la vista con una sonrisa controlada.
—William se encuentra de viaje de negocios —respondió con tono firme—. Me escribió para informarme que debía atender asuntos urgentes del ducado.
Las damas asintieron, aunque algunas intercambiaron miradas de duda.
Harmony, que había escuchado la conversación, frunció el ceño. No creía ni por un segundo esa excusa. William nunca se ausentaba sin aviso y, si realmente estuviera de viaje, habría informado también a Lord George Brown o incluso a Liam Ashton.
Con determinación, decidió que debía hablar con George para obtener más información. Sin embargo, cuando se dispuso a levantarse, su hermana Emma se le adelantó.
—Yo me encargaré —susurró Emma antes de alejarse entre los invitados.
Emma caminó con determinación entre los invitados, esquivando conversaciones triviales y miradas curiosas. Observó cómo Lord George Brown, con su porte seguro y su expresión siempre calculadora, se alejaba de la reunión con discreción, dirigiéndose hacia los jardines traseros. Sin perder tiempo, lo siguió sin que él lo notara, aprovechando que la mayoría de los asistentes estaban entretenidos con la música y las charlas.
Cuando George se detuvo junto a una fuente de mármol, Emma tomó aire y decidió actuar.
—Lord Brown —llamó con firmeza, logrando que el caballero se girara con cierta sorpresa en el rostro.
—Lady Emma —respondió con una sonrisa ladeada—. Qué curioso encontrarla aquí, lejos de la compañía de las damas. ¿Acaso vino a buscarme?
Emma rodó los ojos, cruzándose de brazos.
—No sea engreído, Lord Brown. Vine porque necesito respuestas.
George arqueó una ceja y dio un paso hacia ella, con evidente diversión.
—¿Respuestas sobre qué?
Emma lo miró fijamente.
—Sobre el Duque de Wellington.
La expresión relajada de George se tensó por un instante, pero lo disimuló con un encogimiento de hombros.
—¿Por qué el repentino interés en su excelencia mi lady ?
—No es por mí —aclaró Emma rápidamente—. Es mi hermana quien está preocupada. No ha sabido nada de él en días, y no cree que esté de viaje como su madre afirmó.
George soltó una leve risa y sacudió la cabeza.
—Lady Harmony se preocupa demasiado. Su Excelencia probablemente solo está atendiendo asuntos del ducado.
Emma frunció el ceño, cada vez más convencida de que le estaba ocultando algo.
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Liam y George entraron en la residencia de soltero de William en Regent Street sin necesidad de que el mayordomo los anunciara. Ya habían visitado al duque varias veces en los últimos días, asegurándose de que su recuperación progresara sin complicaciones.
—Parece que sigues vivo —bromeó George, cerrando la puerta tras de sí y caminando con aire despreocupado hasta un sillón, donde se dejó caer con elegancia.
William, que estaba sentado en un sillón con una copa de brandy en la mano, rodó los ojos.
—No gracias a ustedes —replicó con sarcasmo.
Liam, que había estado observando la venda en su hombro, negó con la cabeza.
—La herida está mejor, pero debiste habernos avisado antes de lanzarte solo a casa de Lord Devon. No sabemos cuántos más están involucrados.
—No tenía opción —dijo William, apoyando la cabeza contra el respaldo del sillón—. Necesitaba averiguar más. Y aunque casi me matan en el intento, al menos sé que Lord Devon y Hamilton están involucrados hasta el cuello en esto.
George entrecerró los ojos.
—Lo que nos lleva al siguiente problema. Si intentaron matarte, significa que sospechan algo. Y si sospechan algo, no pasará mucho tiempo antes de que busquen asegurarse de que no puedas hablar.
William apretó la mandíbula.
—Por eso mismo no puedo aparecer aún en sociedad. Debo seguir moviéndome en las sombras.
Liam y George intercambiaron una mirada.
—Podemos hacer correr la idea de que realmente te fuiste de viaje —sugirió Liam—. Eso podría ayudar a que bajen la guardia.
William asintió, pero su expresión se mantuvo tensa.
—Haré lo que sea necesario.
George, que había estado muy serio hasta ese momento, sonrió de repente con picardía.
—Hablando de personas preocupadas por ti…
William lo miró con suspicacia.