La noche era fría y silenciosa cuando Harmony llegó al punto de encuentro donde William la esperaba. Su corazón latía con fuerza mientras caminaba con cautela, envuelta en su capa para evitar ser reconocida. Al verlo de pie, con el ceño fruncido y la expresión sombría, supo de inmediato que algo no estaba bien.
—Has tardado —murmuró William, cruzando los brazos.
—Tuve que salir con discreción —respondió ella con suavidad, intentando aliviar la tensión que flotaba entre ellos—. ¿Por qué querías verme?
William apretó la mandíbula y desvió la mirada. No sabía por dónde empezar, pero debía hacerlo antes de que fuera demasiado tarde.
—No puedo seguir involucrándote en la misión —dijo finalmente, con la voz firme pero con el pecho encogido—. Es demasiado peligroso para ti, Harmony.
La joven parpadeó, sorprendida por sus palabras.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, avanzando un paso hacia él—. Tú mismo dijiste que necesitabas mi ayuda.
—Me equivoqué —contestó él rápidamente, evitando mirarla a los ojos—. No debí arrastrarte a esto.
Harmony sintió una punzada de enojo y frustración.
—No tienes derecho a decidir por mí, William. Quiero ayudarte.
—No —la cortó de inmediato—. No quiero que te pase nada.
Harmony sintió su corazón acelerarse. Algo en su voz le indicaba que había más detrás de sus palabras.
—¿Por qué este cambio tan repentino? —lo retó, inclinando el rostro para intentar capturar su mirada—. ¿Acaso ocurrió algo?
William cerró los ojos por un momento y luego soltó un suspiro cansado. No podía decirle la verdad, no podía exponerla aún más.
—Simplemente ya no puedo arriesgarte, Harmony. Prométeme que te mantendrás alejada.
Ella negó con la cabeza.
—No puedo prometer algo así —susurró—. No cuando sé que estarás en peligro.
William sintió un nudo en el estómago. Sabía que este sería el adiós, que después de esto debía alejarse por completo. Y si era así, entonces al menos quería quedarse con un recuerdo de ella, con algo que pudiera atesorar cuando la distancia los separara.
Sin pensarlo más, acortó la distancia entre ellos y, con una suavidad inesperada, tomó el rostro de Harmony entre sus manos.
—Perdóname por esto —murmuró antes de inclinarse y besarla.
Harmony sintió su respiración detenerse. Sus labios se movieron con torpeza al principio, con timidez, pues era su primer beso, pero pronto dejó de pensar en ello y simplemente se dejó llevar. Sus manos temblorosas se aferraron a la chaqueta de William mientras sus labios danzaban con los de él en un beso que era al mismo tiempo dulce y desesperado.
Cuando William se separó lentamente, sus frentes quedaron pegadas.
—Cuídate, Harmony —susurró con voz ronca—. Porque yo no podré hacerlo.
Dicho esto, se apartó de ella, sin mirar atrás, dejándola ahí con el corazón latiendo desbocado y la certeza de que ese beso había cambiado todo.
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William estaba en su despacho, mirando el fuego arder en la chimenea. Su mente no podía apartarse del beso que había compartido con Harmony. El roce de sus labios, la dulzura de su entrega, la forma en que se aferró a él con esa inocente desesperación… Todo lo perseguía, torturándolo de una manera que jamás había imaginado.
No debía haberlo hecho. No debía haber permitido aquel momento de debilidad. Ahora, alejarse de ella se le antojaba un castigo demasiado cruel.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—Adelante —dijo, enderezándose en su asiento.
Liam entró con paso seguro, cerrando la puerta tras de sí antes de cruzarse de brazos.
— Llegó sana y salva —informó sin rodeos—.
William avanzaba lentamente, encontrando indiferencia.
—Bien.
Liam lo observa con ojo crítico, notando la tensión en su mandíbula, el brillo inquieto en su mirada.
—¿Qué demonios hiciste, William? —preguntó en tono serio—. La chica no dijo nada, pero tenía una expresión que no me gustó en absoluto.
William exhaló, pasándose una mano por el cabello con frustración.
—Nada que deba preocuparse, Liam.
—No me mientas.
William lo miró con severidad, pero su amigo no se dejó intimidar.
—Besé a Lady Harmony —confesó finalmente con voz áspera—. Y ahora tengo que olvidarla.
Liam lo miró con incredulidad.
—¿Olvidarla? ¿Después de besarla? Vaya, eres un bastardo de lo peor.
—No me des sermones —gruñó William—. No había otra opción.
Liam dejó escapar una risa irónica.
—Y ella lo sabe?
William apretó los labios y desvió la mirada.
—No puedo arriesgarla, Liam. No después de la amenaza que recibí.
—Así que por eso la apartaste… —murmuró su amigo, comprendiendo al fin—. No la estás alejando porque no la quieres, sino porque la quieres demasiado.
William no respondió. No era necesario hacerlo.
Mientras tanto, en la mansión de los Spencer, Harmony estaba sola en su habitación, sentada en el borde de su cama, con los puños apretados sobre su regazo. Su corazón latía con fuerza, pero no por emoción, sino por la angustia que la oprimía desde que William la dejó.
—¿Por qué? —susurró en voz baja—. ¿Por qué me besaste… y luego huiste?
Las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos, pero se negó a dejarlas caer. No podía permitirse ser débil. No ahora.
Se puso de pie con decisión y caminó hasta su tocador. Allí tomó una hoja de papel y una pluma.
—Si no me dirás la verdad, entonces tendré que descubrirla por mi cuenta —se dijo a sí misma, con la determinación reflejada en su mirada.
Sin importar lo que costara, encontraría la manera de averiguar qué escondía William.
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El despacho del conde de Essex estaba impregnado de tensión. Lord Robert Spencer se mantenía firme tras su escritorio, con el ceño fruncido y la expresión severa. Frente a él, Lord Hamilton, con el rostro enrojecido por la ira, apretaba los puños con fuerza, conteniendo su frustración. A un lado, Lady Harmony observaba la escena con una mezcla de nerviosismo y alivio, mientras que su madre, Lady Margareth, permanecía de pie con una dignidad inquebrantable.